“En las grandes cosas los hombres se muestran como les
conviene. En las pequeñas, en cambio, se muestran como son”.
Ya sabemos que el Dios Todopoderoso y hacedor
de todas las cosas, -ése Dios del cual nos vino a hablar Jesucristo o, más
bien, nos vino a revelar-, es el Dios del amor y al crearnos también sembró en
cada uno de nosotros esa semillita del amor para que poco a poco vaya
germinando. El amor que es característica del creyente en el Dios cristiano y
que debemos de manifestarlo siempre y a todos los que nos rodean. Son conocidas
las palabras de nuestro Señor Jesucristo con respecto al amor: “Nadie tiene amor más grande que aquel que
da la vida por sus amigos”; y Santa Teresa de Calcuta dijo, cuando le
preguntaron en una ocasión que hasta dónde había que amar, su respuesta fue que
“hay que amar hasta donde nos duela”.
Pues esto es lo que el sacerdote de Cristo está
llamado a poner en práctica: este amor tal cual lo enseñó y practicó el Maestro
de Nazaret. Recordemos que el sacerdote, por el sacramento que ha recibido, ha
sido revestido del hombre nuevo, el hombre del amor, de la caridad, de la misericordia.
A este hombre nuevo, -su sacerdote-, es a quien de manera particular le ha
encomendado y confiado su grey, su rebaño, y así está llamado por el buen pastor
a vivir de un modo específico y singular la caridad. De esto podemos decir
que la primera forma de santificación
del sacerdote es su dedicación al ministerio que se le ha confiado. San Pablo
nos ilustra al respecto: “Por eso,
investidos misericordiosamente del ministerio apostólico, no nos desanimamos y
nunca hemos callado nada por vergüenza, ni hemos procedido con astucia o
falsificando la palabra de Dios. Por el contrario, manifestando abiertamente la
verdad, nos recomendamos a nosotros mismos, delante de Dios, frente a toda
conciencia humana” (2Cor 4,1-6).
La caridad pastoral es una muestra de coraje
sobrenatural, pero también de coraje humano. Ante una situación de adversidad
que rodea continuamente al discípulo de Cristo, este discípulo tiene que ser un
hombre fuerte de convicciones. En el pasaje evangélico del Buen Pastor y el
mercenario encontramos nosotros una profunda enseñanza de cómo tiene que ser
nuestra caridad pastoral hacia el rebaño de Cristo, y nos lleva a vivir con
elocuencia el ministerio sacerdotal recibido. El mercenario, a diferencia del
buen pastor, abandona el rebaño y lo deja a merced del lobo cuando ve que éste
se acerca para arrebatarlas y dispersarlas. El mercenario es calculador. El mercenario
piensa primero en sus intereses, en sus posibilidades, en su conveniencia. El
mercenario se convierte en trasquilador del propio rebaño. El verdadero pastor
o el buen pastor, en cambio, ve y vive lo bueno y lo verdadero. Por eso es y
tiene que ser un discípulo de un fuerte y profundo coraje apostólico. Pero este
coraje apostólico no es algo que a él le surge así por así; tampoco es pura
casualidad o un invento suyo o algo que se le ocurrió ponerlo en práctica. Este
coraje de caridad apostólica es un don que viene de Dios, del dueño del rebaño;
es una virtud adquirida. El coraje es producto de un ser y de un vivir
distintos. Se trata de la relación de la presencia de Cristo en medio de la
grey: si traiciono con mis cálculos, con mi cobardía, traiciono la solicitud de
Cristo por ellos (P. Ariel Busso).
Otra cosa que debemos de tener en cuenta es
que este coraje de caridad apostólica debe de ser siempre y en todo momento
alimentado por la viva y profunda pasión que el pastor cultiva por la vida de
los que les fueron confiados. Por eso y para eso se prepara desde que recibe el
llamado y se adentra en el camino de formación en el seminario: rezar en futuro
incondicional por quien Dios le confiará es una ineludible tarea formativa e
indispensable. El corazón de pastor no se improvisa y no se mantiene a lo largo
de su existencia sino cuando se pone al amparo de los auxilios espirituales que
le brinda la Iglesia. El sacerdote es un hombre de un profundo discernimiento
y, por lo tanto, de profunda lucidez y atención para saber descubrir cuándo se
acerca el lobo y hacer lo que tiene que hacer. El mismo Jesucristo lo advirtió
con estas palabras: “Los envío como
corderos en medio de lobos”. El sacerdote debe tener cuidado para no
transformarse en despiadado cazador de lobos. El trabajo encomendado por el
Señor no es una empresa fácil del triunfo del bien ni de buena suerte. El Señor
cuida y a la vez advierte para que el pastor no caiga en la tentación de
convertirse en lobo del rebaño a él encomendado.
Bendiciones