martes, 20 de agosto de 2019

La caridad pastoral del sacerdote (1)


“En las grandes cosas los hombres se muestran como les conviene. En las pequeñas, en cambio, se muestran como son”.



  Ya sabemos que el Dios Todopoderoso y hacedor de todas las cosas, -ése Dios del cual nos vino a hablar Jesucristo o, más bien, nos vino a revelar-, es el Dios del amor y al crearnos también sembró en cada uno de nosotros esa semillita del amor para que poco a poco vaya germinando. El amor que es característica del creyente en el Dios cristiano y que debemos de manifestarlo siempre y a todos los que nos rodean. Son conocidas las palabras de nuestro Señor Jesucristo con respecto al amor: “Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”; y Santa Teresa de Calcuta dijo, cuando le preguntaron en una ocasión que hasta dónde había que amar, su respuesta fue que “hay que amar hasta donde nos duela”.

  Pues esto es lo que el sacerdote de Cristo está llamado a poner en práctica: este amor tal cual lo enseñó y practicó el Maestro de Nazaret. Recordemos que el sacerdote, por el sacramento que ha recibido, ha sido revestido del hombre nuevo, el hombre del amor, de la caridad, de la misericordia. A este hombre nuevo, -su sacerdote-, es a quien de manera particular le ha encomendado y confiado su grey, su rebaño, y así está llamado por el buen pastor a vivir de un modo específico y singular la caridad. De esto podemos decir que  la primera forma de santificación del sacerdote es su dedicación al ministerio que se le ha confiado. San Pablo nos ilustra al respecto: “Por eso, investidos misericordiosamente del ministerio apostólico, no nos desanimamos y nunca hemos callado nada por vergüenza, ni hemos procedido con astucia o falsificando la palabra de Dios. Por el contrario, manifestando abiertamente la verdad, nos recomendamos a nosotros mismos, delante de Dios, frente a toda conciencia humana” (2Cor 4,1-6).

  La caridad pastoral es una muestra de coraje sobrenatural, pero también de coraje humano. Ante una situación de adversidad que rodea continuamente al discípulo de Cristo, este discípulo tiene que ser un hombre fuerte de convicciones. En el pasaje evangélico del Buen Pastor y el mercenario encontramos nosotros una profunda enseñanza de cómo tiene que ser nuestra caridad pastoral hacia el rebaño de Cristo, y nos lleva a vivir con elocuencia el ministerio sacerdotal recibido. El mercenario, a diferencia del buen pastor, abandona el rebaño y lo deja a merced del lobo cuando ve que éste se acerca para arrebatarlas y dispersarlas. El mercenario es calculador. El mercenario piensa primero en sus intereses, en sus posibilidades, en su conveniencia. El mercenario se convierte en trasquilador del propio rebaño. El verdadero pastor o el buen pastor, en cambio, ve y vive lo bueno y lo verdadero. Por eso es y tiene que ser un discípulo de un fuerte y profundo coraje apostólico. Pero este coraje apostólico no es algo que a él le surge así por así; tampoco es pura casualidad o un invento suyo o algo que se le ocurrió ponerlo en práctica. Este coraje de caridad apostólica es un don que viene de Dios, del dueño del rebaño; es una virtud adquirida. El coraje es producto de un ser y de un vivir distintos. Se trata de la relación de la presencia de Cristo en medio de la grey: si traiciono con mis cálculos, con mi cobardía, traiciono la solicitud de Cristo por ellos (P. Ariel Busso).

  Otra cosa que debemos de tener en cuenta es que este coraje de caridad apostólica debe de ser siempre y en todo momento alimentado por la viva y profunda pasión que el pastor cultiva por la vida de los que les fueron confiados. Por eso y para eso se prepara desde que recibe el llamado y se adentra en el camino de formación en el seminario: rezar en futuro incondicional por quien Dios le confiará es una ineludible tarea formativa e indispensable. El corazón de pastor no se improvisa y no se mantiene a lo largo de su existencia sino cuando se pone al amparo de los auxilios espirituales que le brinda la Iglesia. El sacerdote es un hombre de un profundo discernimiento y, por lo tanto, de profunda lucidez y atención para saber descubrir cuándo se acerca el lobo y hacer lo que tiene que hacer. El mismo Jesucristo lo advirtió con estas palabras: “Los envío como corderos en medio de lobos”. El sacerdote debe tener cuidado para no transformarse en despiadado cazador de lobos. El trabajo encomendado por el Señor no es una empresa fácil del triunfo del bien ni de buena suerte. El Señor cuida y a la vez advierte para que el pastor no caiga en la tentación de convertirse en lobo del rebaño a él encomendado.



Bendiciones

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