“Entonces se adelantó un
espíritu, se puso delante del Señor y dijo: Yo le engañaré. El Señor preguntó:
¿Cómo? Él respondió: iré y me convertiré en espíritu de mentira en boca de
todos sus profetas. Dijo el Señor: lo engañarás y saldrás victorioso. Vete y
hazlo” (1Re 22,21-22)”.
La humanidad siempre ha caminado entre la luz
y un manto de tinieblas. El evangelista san Juan ya lo advirtió en su evangelio:
“Rechazaron la luz porque prefirieron mejor seguir viviendo en las tinieblas
para que sus obras no se vean descubiertas” (3,19). Vivir en la tiniebla,
en la oscuridad es vivir en la mentira. Lucifer, cuyo significado es “ángel
de luz”, en verdad es el padre de la mentira. Los opositores a Cristo y su
evangelio, con facilidad llevan a gran parte de la humanidad a vivir en el
engaño. Ya lo dijo el escritor Mark Twain: “Es más fácil engañar a los
demás, que convencerlos de que han sido engañados”. Por lo tanto, estos
enemigos de Cristo y su evangelio, se las ingenian para alejar, lo más que
puedan al hombre, de la fe y de Jesucristo.
¿Tenemos algo en común los cristianos con
estos mentirosos? No, y el que afirme lo contrario, estará cayendo nada más que
en una pura y gran blasfemia contra el Espíritu Santo, de la cual ya nos
advirtió Jesucristo: “Por lo tanto, les digo que todo pecado y blasfemia se
les perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será
perdonada. A cualquiera que diga una palabra contra el Hijo del hombre se le
perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en
este mundo ni en el venidero” (Mt 12,31-32). Estos mentirosos, servidores
de Lucifer, son capaces de atribuirle la obra y salvación de Dios: “La libertad
los hará más verdaderos”, es su lema. Como tales ignorantes y anticientíficos,
se creen sus propios cuentos y fábulas; entre ellos mismo se engañan, se
mienten. El profeta Jeremías ya lo advirtió: “Guárdense los unos de los otros,
no se fíen de sus hermanos, pues el hermano pone zancadillas y el compañero
airea calumnias. Cada cual engaña a su vecino, ninguno dice la verdad, enseñan
a sus lenguas a mentir; todos están pervertidos, son incapaces de cambiar.
Fraude y más fraude, estafa y más estafa; y es que no quieren conocerme… ¿Por
qué está deshecho el país, calcinado, como estepa intransitable? Respondió el
Señor: Por abandonar la ley que les propuse, por desoír y abandonar mi palabra;
por seguir su corazón obstinado los baales” (9,3-5.11b-13).
¿Hay alguna nación en la que se haya cumplido
tal oráculo del profeta de Dios? ¡Pues claro! El ejemplo es Haití: primer país
de América en obtener su independencia; único país del mundo consagrado al
demonio en más de una ocasión; un país que ha experimentado diferentes
tragedias: pobreza extrema, esclavitud, sida, ébola, huracanes, millares de
muertos, inundaciones, tormentas, terremotos..., y otras catástrofes más. La
naturaleza no es la culpable de todo. La culpa puede venir de la adoración de
los dioses baales, de la adoración e idolatría de la “madre tierra”. El Señor
dijo que “por eso se les quitará a ustedes el reino de Dios y se dará a un
pueblo que produzca sus frutos”. Nuestro Dios es misericordioso y lo que mejor
deberíamos de hacer es un acto de desagravio. Ya en algunos países se ha dado
el paso de consagrarlos a la Madre del Verbo Divino, la Madre de Dios, casi
continentes enteros se han consagrado a la Señora del cielo. Nuestro Señor
Jesucristo dejó toda una comunidad, - la Iglesia, su Iglesia -, para bendecir y
proteger al mundo; no podemos irnos en dirección contraria a la voluntad de
Dios, al camino que ya Él nos ha revelado en su Hijo amado, su predilecto, al
que dejó bien claro que debíamos de escuchar; que no nos conduce a la mentira,
sino a la verdad. Cuando el hombre se aparta de Dios y vienen las desgracias,
éste tiene que buscar la manera de cómo aplacar la ira divina. Pero debe de tener
en cuenta de que tiene que convertirse y dejar de adorar los ídolos, para que
no se burle del Dios vivo y verdadero.
El Señor dijo que nosotros tenemos que conocer
a Dios; lo planteó como algo indispensable. Conocemos de Dios lo que Él, en su infinita
voluntad, ha dispuesto que podemos conocer; conocer a Dios no es abarcarlo. De
hecho, la razón humana puede demostrar la existencia de Dios y conocer bastante
sobre su naturaleza. Pero no puede llegar por sí sola a otras muchas verdades relacionadas
con la naturaleza de Dios. Conocer a
Dios es conocer mi total dependencia hacia Él. Podemos decir, en definitiva, que
si Dios existe, ha de haber una religión, pues la religión es lo propio de la
relación natural entre cualquier ser y quien lo ha creado.