En el evangelio de san Marcos 1,29-39, se nos
narra el milagro de la sanación de la suegra del apóstol Pedro y también la
sanación de muchos enfermos y expulsión de muchos demonios de algunas personas
por obra de Jesús. A todo esto, casi ya en los versículos finales se nos dice
que los discípulos buscaban al Maestro y le dijeron que “todos” lo andaban
buscando y el Señor les responde que hay que ir a otras ciudades y pueblos
cercanos a seguir anunciando el evangelio porque para eso es que Él ha venido.
Este
pasaje del evangelista san Marcos nos pone de frente a reflexionar en la realidad
del sufrimiento. Si a nosotros nos preguntaran si nos gusta el sufrimiento la
respuesta por lógica ya sabemos cuál sería. Pero, lo cierto es que, aunque a
ninguno de nosotros no nos guste sufrir, experimentamos el sufrimiento, y no
una ni dos veces en nuestra existencia, sino varias veces. Claro que no se
trata tampoco de afirmar que nuestra vida sea o deba de ser un continuo
sufrimiento. Pero ¿por qué sufrimos? Pues porque el sufrimiento es parte de la
realidad de nosotros los seres humanos; nosotros los seres humanos sufrimos,
nos guste o no, estemos de acuerdo o no; el experimentar el sufrimiento no es
una opción en nuestra existencia. Dios mismo no exentó a su Hijo del
sufrimiento; al contrario, el mismo Jesús dijo que si a Él le hicieron todas
esas cosas, a nosotros también nos sucederían o la experimentaríamos. Jesús no
vino a explicarnos ni a quitarnos el sufrimiento; Jesús vino a llenarnos de su
presencia. Aquí no cabe aquel slogan de una iglesia cristiana brasileña “pare
de sufrir”. Pero en nuestros días se ha deshumanizado el sufrimiento y tenemos
que recuperar esa dimensión de este. El que sufre no es una cosa; es un ser
humano. No se trata de eliminar, matar al ser humano que sufre haciéndole sentir
una falsa compasión (eutanasia); es más bien combatir y eliminar el sufrimiento,
acompañando al que sufre. Por eso, ¡recuperemos la humanización del
sufrimiento!
Ante la
realidad del sufrimiento tenemos que asumir actitudes. Actitudes que encontramos
en estos breves versículos arriba mencionados. Vemos a Jesús que no es
indiferente ante el sufrimiento del otro, es más bien solidario; se acerca al
que sufre con amor, se compadece y actúa en consecuencia. Compadecerse del
sufrimiento ajeno no es nada más sentir lástima; el compadecernos del
sufrimiento ajeno nos lleva a actuar en consecuencia para ver o buscar la forma
de cómo podemos ayudar a sanar o liberar del mismo, a ejemplo de Jesús. Es como
lo dirá Jesús a sus discípulos en el pasaje de la multiplicación de los panes
cuando éstos le pidieron que despidiera a la gente a sus casas porque ya casi anochecía
y no habían comido, y el Señor les dijo “denles ustedes de comer”. No se trata
de despedir a la gente ante sus necesidades, ante sus sufrimientos; se trata más
bien de ayudarles a resolver sus necesidades, sus sufrimientos.
Un
aspecto muy importante que nos encontramos en estos versículos de san Marcos es
que nos presenta a Jesús, -nuevamente-, realizando milagros; lo que en lenguaje
técnico se conoce como un “taumaturgo” (hacedor de milagros). Pero debemos de
tener muy claro que Jesús no vino al mundo a hacer milagros, sino más bien a
anunciarnos el mensaje del Reino de Dios, la salvación. Por lo tanto, los
milagros que Jesús realizaba se tienen que leer y ver en relación con este
mensaje, no fuera de él. Por eso es que Jesús en ocasiones nos lo presentan los
evangelistas que se niega a realizar milagros porque la gente eso es precisamente
lo que buscaba en Él: ¡buscaban los milagros del Señor, pero no al Señor de los
milagros! Ya en este mismo pasaje de san Marcos se nos narra que no sanó a
todos los enfermos ni a todos los posesos, sino que sanó y liberó a “muchos”. Recordemos
que en ocasiones se queja de esa visión y, justamente después del milagro de la
multiplicación de los panes les reclama a la gente que están siguiéndolo no por
el mensaje que transmite, sino porque les dio de comer; y en otra ocasión
cuando dijo que esta generación si no ve no cree. Queda más bien especificado
por el mismo Jesús que su misión es anunciar el evangelio, la buena noticia de
salvación. Cuando Jesús, después de la resurrección, tiene que regresar al
Padre les dice a sus discípulos que vayan a anunciar el evangelio a todos los
hombres y todos los pueblos y el que quiera creer y se bautice se salvará; su
mandato no fue que fueran a realizar milagros. El mismo apóstol san Pablo en su
primera carta a los Corintios 9,16-19.22-23 nos dice “hay de mi si no anuncio
el evangelio”, y como signos de la veracidad del mensaje les acompañarán los
milagros. Pero no al revés. Como vemos, san Pablo sabe que su misión fue esa,
la de anunciar el evangelio, no la de realizar milagros. En nuestros días
también se sigue dando una visión taumatúrgica de la persona de Jesús; es
decir, hay personas que sólo buscan a Jesús para que les realice un milagro,
pero no tanto seguirlo porque hayan descubierto en él al Hijo de Dios, al Mesías,
al salvador. Buscan y siguen los milagros del Señor, pero no buscan ni siguen
al Señor de los milagros.
Esta es
la actitud que debemos de asumir los creyentes en Dios y también como parte de
su gran familia que es la Iglesia, a la cual pertenecemos por el bautismo que
hemos recibido. Tenemos que ser fieles al mandato del Señor de seguir
anunciando su evangelio y Él mismo se irá encargando de ir realizando los
pequeños o grandes milagros en nuestras vidas que considere que nos merecemos.
Recordemos que la base del milagro es la fe, y no al revés. Como pedimos los
cursillistas de cristiandad en nuestra guía del peregrino: señor, que no
busquemos tus milagros; pero sí que tengamos tanta fe que merezcamos que nos
los hagas.
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