miércoles, 12 de agosto de 2020

Humanizar el sufrimiento

 

En el evangelio de san Marcos 1,29-39, se nos narra el milagro de la sanación de la suegra del apóstol Pedro y también la sanación de muchos enfermos y expulsión de muchos demonios de algunas personas por obra de Jesús. A todo esto, casi ya en los versículos finales se nos dice que los discípulos buscaban al Maestro y le dijeron que “todos” lo andaban buscando y el Señor les responde que hay que ir a otras ciudades y pueblos cercanos a seguir anunciando el evangelio porque para eso es que Él ha venido.

  Este pasaje del evangelista san Marcos nos pone de frente a reflexionar en la realidad del sufrimiento. Si a nosotros nos preguntaran si nos gusta el sufrimiento la respuesta por lógica ya sabemos cuál sería. Pero, lo cierto es que, aunque a ninguno de nosotros no nos guste sufrir, experimentamos el sufrimiento, y no una ni dos veces en nuestra existencia, sino varias veces. Claro que no se trata tampoco de afirmar que nuestra vida sea o deba de ser un continuo sufrimiento. Pero ¿por qué sufrimos? Pues porque el sufrimiento es parte de la realidad de nosotros los seres humanos; nosotros los seres humanos sufrimos, nos guste o no, estemos de acuerdo o no; el experimentar el sufrimiento no es una opción en nuestra existencia. Dios mismo no exentó a su Hijo del sufrimiento; al contrario, el mismo Jesús dijo que si a Él le hicieron todas esas cosas, a nosotros también nos sucederían o la experimentaríamos. Jesús no vino a explicarnos ni a quitarnos el sufrimiento; Jesús vino a llenarnos de su presencia. Aquí no cabe aquel slogan de una iglesia cristiana brasileña “pare de sufrir”. Pero en nuestros días se ha deshumanizado el sufrimiento y tenemos que recuperar esa dimensión de este. El que sufre no es una cosa; es un ser humano. No se trata de eliminar, matar al ser humano que sufre haciéndole sentir una falsa compasión (eutanasia); es más bien combatir y eliminar el sufrimiento, acompañando al que sufre. Por eso, ¡recuperemos la humanización del sufrimiento!

  Ante la realidad del sufrimiento tenemos que asumir actitudes. Actitudes que encontramos en estos breves versículos arriba mencionados. Vemos a Jesús que no es indiferente ante el sufrimiento del otro, es más bien solidario; se acerca al que sufre con amor, se compadece y actúa en consecuencia. Compadecerse del sufrimiento ajeno no es nada más sentir lástima; el compadecernos del sufrimiento ajeno nos lleva a actuar en consecuencia para ver o buscar la forma de cómo podemos ayudar a sanar o liberar del mismo, a ejemplo de Jesús. Es como lo dirá Jesús a sus discípulos en el pasaje de la multiplicación de los panes cuando éstos le pidieron que despidiera a la gente a sus casas porque ya casi anochecía y no habían comido, y el Señor les dijo “denles ustedes de comer”. No se trata de despedir a la gente ante sus necesidades, ante sus sufrimientos; se trata más bien de ayudarles a resolver sus necesidades, sus sufrimientos.

  Un aspecto muy importante que nos encontramos en estos versículos de san Marcos es que nos presenta a Jesús, -nuevamente-, realizando milagros; lo que en lenguaje técnico se conoce como un “taumaturgo” (hacedor de milagros). Pero debemos de tener muy claro que Jesús no vino al mundo a hacer milagros, sino más bien a anunciarnos el mensaje del Reino de Dios, la salvación. Por lo tanto, los milagros que Jesús realizaba se tienen que leer y ver en relación con este mensaje, no fuera de él. Por eso es que Jesús en ocasiones nos lo presentan los evangelistas que se niega a realizar milagros porque la gente eso es precisamente lo que buscaba en Él: ¡buscaban los milagros del Señor, pero no al Señor de los milagros! Ya en este mismo pasaje de san Marcos se nos narra que no sanó a todos los enfermos ni a todos los posesos, sino que sanó y liberó a “muchos”. Recordemos que en ocasiones se queja de esa visión y, justamente después del milagro de la multiplicación de los panes les reclama a la gente que están siguiéndolo no por el mensaje que transmite, sino porque les dio de comer; y en otra ocasión cuando dijo que esta generación si no ve no cree. Queda más bien especificado por el mismo Jesús que su misión es anunciar el evangelio, la buena noticia de salvación. Cuando Jesús, después de la resurrección, tiene que regresar al Padre les dice a sus discípulos que vayan a anunciar el evangelio a todos los hombres y todos los pueblos y el que quiera creer y se bautice se salvará; su mandato no fue que fueran a realizar milagros. El mismo apóstol san Pablo en su primera carta a los Corintios 9,16-19.22-23 nos dice “hay de mi si no anuncio el evangelio”, y como signos de la veracidad del mensaje les acompañarán los milagros. Pero no al revés. Como vemos, san Pablo sabe que su misión fue esa, la de anunciar el evangelio, no la de realizar milagros. En nuestros días también se sigue dando una visión taumatúrgica de la persona de Jesús; es decir, hay personas que sólo buscan a Jesús para que les realice un milagro, pero no tanto seguirlo porque hayan descubierto en él al Hijo de Dios, al Mesías, al salvador. Buscan y siguen los milagros del Señor, pero no buscan ni siguen al Señor de los milagros.

  Esta es la actitud que debemos de asumir los creyentes en Dios y también como parte de su gran familia que es la Iglesia, a la cual pertenecemos por el bautismo que hemos recibido. Tenemos que ser fieles al mandato del Señor de seguir anunciando su evangelio y Él mismo se irá encargando de ir realizando los pequeños o grandes milagros en nuestras vidas que considere que nos merecemos. Recordemos que la base del milagro es la fe, y no al revés. Como pedimos los cursillistas de cristiandad en nuestra guía del peregrino: señor, que no busquemos tus milagros; pero sí que tengamos tanta fe que merezcamos que nos los hagas.

 

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