jueves, 7 de octubre de 2021

¡No tengan miedo!

 

“Mas Jesús se aproximó a ellos, los tocó y les dijo: Levántense; no tengan miedo” (Mat 17,7).

  El miedo es un sentimiento característico de nosotros los seres humanos. Hay quienes no les gusta y hasta evitan sentir miedo, pero por más que lo intenten, saben que esto es imposible porque sentir y experimentar el miedo es algo normal y natural. Hemos oído también a muchos decir y, hasta en ocasiones lo hacen como una actitud presumida, de que nunca han experimentado el miedo. Pero ni ellos mismos se lo creen. Personas que viven su vida con una cierta temeridad, pero que no pueden negar que de todas maneras han experimentado el miedo.

  ¿Y qué decir del miedo que experimentó el mismo Jesús? Recordemos que los evangelios no son una biografía, - en el sentido estricto del término -, sobre la vida, palabras y acciones de Jesús. Los evangelios son escritos para animar, alimentar la fe, la confianza, la fraternidad y el amor de la comunidad cristiana, para que así crean que Jesús es el Hijo y enviado de Dios para nuestra redención y salvación. Sabemos también que, - como lo dice las misma Sagradas Escrituras -, siendo Dios, asumió nuestra condición humana, se asemejó en todo a nosotros, menos en el pecado. Por lo tanto, por eso podemos ver en Jesús esas ocasiones en que él experimentó el miedo, y no en una o dos ocasiones. Los textos evangélicos son textos también paradigmáticos. Jesús no sólo experimentó el miedo en el huerto de los olivos antes de su prendimiento ni tampoco en su agonía en la cruz, cuando le reclamó a su Padre por qué lo había abandonado.

  Así entonces, si es cierto que es normal y propio del ser humano sentir y experimentar el miedo, no es menos cierto que tampoco es bueno dejarnos dominar por él, ya que nos paraliza. Y esto es lo que les sucede a muchos cristianos. El miedo los paraliza, no los deja avanzar en su caminar de fe y comunidad eclesial. Quizás cuando Jesús les dijo a sus discípulos que “no tengan miedo” se estaba refiriendo a eso mismo; y lo volvemos a ver en el mismo Jesús que, a pesar de haber sentido el miedo, no se dejó dominar por él ni se paralizó y más bien siguió avanzando en su misión de anunciar el Reino de Dios. Pues así mismo nosotros.

  Tenemos, por otro lado, la insistencia del papa san Juan Pablo II que, constantemente nos insistía en que “no tengamos miedo”. Son memorables aquellas palabras que dirigiera a todos los fieles de Cristo en su última Jornada Mundial de la Juventud que presidió en España cuando, en la misa solemne exhortó a todos con las palabras “No tengan miedo. Abran las puertas de su corazón de par en par a Cristo; porque Cristo lo pide todo y, al mismo tiempo, no quita nada”. Pero ¿por qué el papa polaco nos insistía mucho con estas palabras? ¿Acaso él sabía algo que se estaba fraguando contra la humanidad que nosotros no teníamos conocimiento o conciencia de ello? ¿Era ingenua esta exhortación suya para con nosotros? ¿Cómo nos exhortaba el papa para que disipáramos ese miedo?

  Recordemos que el pontificado del papa san Juan Pablo II ha sido uno de los pontificados más largos de la historia de la Iglesia Católica, el segundo para ser exactos (26 años, 5 meses y 18 días), después del pontificado del papa Pío IX, (31 años, 7 meses y 22 días). Pues este pontificado del papa polaco está muy relacionado al tercer secreto de Fátima. Hay que mencionar que, cuando el papa polaco fue objeto del atentado contra su vida en 1981 en la Plaza de san Pedro, durante su audiencia pública, fue al santuario de Fátima en Portugal a dar gracias a Dios por la intercesión de nuestra Madre y poner a los pies de la imagen bendita la bala que, según su testimonio, fue desviada para no quitarle la vida.

  Según el papa san Juan Pablo II, las profecías son condicionales, ya que su materialización depende de la respuesta del ser humano; si el ser humano se arrepiente y vuelve a Dios, él lo ve y no cumple la profecía de dejar pasar el castigo; también que las grandes tribulaciones que vinieran, los que estuvieran en amistad con Dios, que cumplieran sus mandamientos y se sacrificaran por la conversión de los pecadores, tendrían la protección de Dios; y, Dios quiere que vayamos al cielo, manteniendo nuestro estado de gracia y colaborar para la purificación de los pecadores.

  Pues cumplir con estas tres condiciones, nos lleva a nosotros a no tener miedo ante lo que se nos pueda venir y, de hecho, estamos viviendo en la actualidad. Tenemos que actuar y vivir como verdaderos cristianos, sobre todo en las tribulaciones, en las pruebas Por eso las advertencias que el Hijo de Dios nos ha hecho por medio de su santísima Madre durante los siglos. Nos ayuda mantenernos firmes en la promesa del Señor de que, así como él venció al mundo, nosotros también lo podemos lograr, si nos mantenemos adheridos a él como ramas pegadas al tronco para alimentarnos de sabia, de su gracia.

 

 

 

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