viernes, 24 de septiembre de 2021

Homilía en la Solemnidad Las Mercedes 2021. Patrona de la Rep. Dom.

 

  En la oración colecta de la misa, hemos recordado que Dios en su admirable providencia, hizo que la madre de su hijo participara en las angustias y sufrimientos humanos, y que por la intercesión de ella en su advocación de la Merced -misericordia-, consuelo de los afligidos y liberadora de cautivos, le pedimos que todos los que sufren cualquier tipo de esclavitud, consigan la verdadera libertad de los hijos de Dios.

  En agosto pasado, la familia de la Orden de la Merced celebró ochocientos tres años de existencia en la que ha venido realizando una misión y un apostolado de liberación de las diferentes esclavitudes a las que el ser humano ha sido sometido, de manera muy especial, de la esclavitud por causa de su fe en Jesucristo por los musulmanes. De hecho, esta situación fue la que dio origen al nacimiento de la Orden religiosa. Fue esta realidad la que provocó el que la madrugada entre el 1 y 2 de agosto de 1218, se manifestara al joven mercader Pedro Nolasco, la Madre del cielo, la virgen María con el título de Nuestra Señora de la Merced, redentora de cautivos por la fe. Por medio de la Madre de su Hijo, Dios escuchó el clamor y el sufrimiento de esos hijos suyos que sufren esclavitud por creer en él, y bajó a liberarlos.

  En la actualidad, la Orden de la Merced se dedica a liberar las almas de los cristianos de las cadenas del pecado, más fuertes y duras que las de la peor de las prisiones. El Señor dijo: “Mas a quien me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre celestial” (Mt 10,33). Pues muchos cristianos tuvieron que enfrentar y aceptaron la esclavitud por el hecho de no renegar de su fe en Cristo; supieron mantenerse firmes en la libertad que Cristo vino a ofrecernos; porque, como dice san Pablo en la segunda lectura, fuimos llamados a la libertad.

  Recordar y celebrar a nuestra Madre de la Merced, nos tiene que conducir a acordarnos de nuestros hermanos que de diferentes modos sufren cautiverio o son marginados a causa de su fe, o padecen en un ambiente hostil a sus creencias. Y es que la persecución por motivos religiosos siempre ha existido desde los orígenes de la Iglesia, del cristianismo. El mismo Jesús padeció la persecución. Él dijo que, si a él lo han perseguido, a nosotros, -sus discípulos-, también nos perseguirán. Pero el que se mantenga firme hasta el final, ese se salvará. Y esta persecución se da también en países de tradición cristiana.

  Dios sigue padeciendo en sus hijos. No llora en el cielo, sino más bien en la tierra. Sus lágrimas se deslizan ininterrumpidamente por el rostro divino de su Hijo amado que, aun siendo Uno con el Padre celestial, aquí en la tierra sobrevive y sufre. Y las lágrimas de Cristo son lágrimas de Dios. El monje holandés W. Van Straten, en su obra “Dios llora en la Tierra”, dice: “Dios llora en todos los afligidos, en todos los que sufren, en todos los que lloran hoy en día. No podemos amarlo sino enjugamos sus lágrimas.” Y es que Cristo sigue padeciendo hoy en día en cada hombre y mujer que sufre cualquier esclavitud. Sigue padeciendo con la cruz a cuestas ante nuestros ojos, y nosotros no podemos quedarnos indiferentes, como meros espectadores.

  El cristiano debe de ser, a ejemplo del Maestro de Nazaret, discípulo con corazón misericordioso para todos aquellos que sufren en su propia carne la esclavitud de la enfermedad o cualquier otra necesidad. Orar por aquellos que sufren a causa de su fe, para que sean fuertes y den testimonio de Cristo. Hemos de vivir la misericordia con aquellos que experimentan el mayor de los males y de las opresiones: el pecado. “Por esto, les dije que morirán en sus pecados. Sí, si no creen que yo soy, morirán en su pecado” (Jn 8,24).

  La humanidad está atravesando lo que podríamos calificar como “nuestro valle de lágrimas”. Estamos viviendo unos tiempos muy difíciles, de muchas convulsiones, que nos están llevando a una especie de colapso, de caos y de esclavitud. La humanidad parece no reaccionar ante este colapso que está experimentando y pareciera más que está poseída por una especie de “espíritu impuro”. Las sociedades están en un proceso de reinvención por la fuerza: las verdades fundamentales las están reemplazando por nuevas y falsas verdades. Hoy vemos cómo se ha caído en la destrucción de la misma vida del ser humano, sobre todo del ser humano más indefenso, el que se desarrolla en el vientre materno. Se siguen estableciendo leyes asesinas en las legislaciones de los países disfrazándolas de unos nuevos, pero falsos derechos de la mujer y que golpean de tal manera el conjunto de los verdaderos derechos humanos hasta su anulación, así como la cohesión social y el aparato económico. Se aprueban leyes que se ensañan contra los ancianos y los enfermos que, bajo la falsa de una “muerte digna”, se les asesina porque son un estorbo y ocasionan gastos económicos para el estado y las familias. Porque el fin no es eliminar la enfermedad, sino eliminar a los enfermos y a los ancianos.

  La civilización cristiana y occidental, que está fundamentada en la dignidad de la persona como criatura e hija de Dios, está siendo aniquilada, resquebrajada, borrada…, para ser sustituida por una nueva sociedad, por un nuevo orden. Las bases, los fundamentos y los principios de la sociedad occidental están siendo atacados por los partidarios del maligno, del enemigo de Cristo. Esta es una lucha entre dos poderes espirituales: el poder del bien enfrentando al poder del mal, el Reino de Dios contra el reino del mundo. Es como si el maligno gobernara las naciones.

  En la segunda lectura de la misa, hemos escuchado que el apóstol san Pablo nos recuerda que “Para ser libres, nos libertó Cristo. Y hay que mantenernos firmes, para no dejarnos oprimir nuevamente por el yugo de la esclavitud”. El cristianismo creó el concepto de libertad, pero esa libertad no implica que las criaturas se revelen al Creador: “Hemos sido llamados a la libertad; pero no podemos tomar esa libertad como pretexto para la carne”, - nos sigue diciendo el apóstol de los gentiles-; sino que debemos asumir plenamente que somos hijos de Dios, y que, como tales, debemos de actuar. Es por esto por lo que la libertad en sentido cristiano nos conduce a superar el egoísmo y a vivir la capacidad del amor. ¡Esta es la verdadera libertad de los hijos de Dios!

  Pero hay quienes están enfocados y empecinados en quitarnos esta libertad, para encadenarnos y esclavizarnos a sus directrices, para llevarnos al servilismo, para tiranizarnos con la drogadicción, la pornografía, el desenfreno, la avaricia, etc. Los poderosos de hoy, los que se han adueñado del mundo, los que se creen que son los amos del mundo, ridiculizan y combaten la fe, y esto sucede ante la mirada indiferente de gran parte de la humanidad e incluso de muchos que se dicen cristianos. Se forman en grupos para ir contra los símbolos religiosos y grandes figuras del pasado. Algunas instituciones católicas, como universidades y colegios, han claudicado a esta nueva dictadura del pensamiento único y de lo políticamente correcto. El occidente cristiano se ha convertido en una cultura de muerte y conflictos. Ya esto lo denunció el papa san Juan Pablo II cuando la calificó de la “cultura de la muerte”, con imposición de la ideología de género, aborto, eutanasia, legalización de las uniones civiles homosexuales, adopción por parte de estas uniones, legalización de las relaciones entre adultos y menores, que no es más que la legalización de la pederastia; el mal llamado “cambio de sexo”, que no es más que una cirugía de amputación del órgano sexual biológico y sano para implantarse uno artificial, y que en algunos países se ha legalizado para los menores sin el consentimiento de sus padres, ya que dicen que es violatorio a los derechos del menor;  el mal llamado lenguaje inclusivo, etc. Estos poderosos quieren hacer un mundo a su medida; quieren eliminar al Dios único y verdadero, nuestra fe en Jesucristo y su Iglesia, para imponer a su dios y sus ídolos. Siguen resonando en sus conciencias, -si es que la tienen -, las palabras dichas por la serpiente a Adán y a Eva: “serán como dioses”. Y todo esto, ya en algunos países se les enseña a nuestros niños desde su más tierna edad en las escuelas; y en nuestro país lo quieren imponer. ¿Qué es en realidad lo que está en caos? ¿El planeta o la civilización humana?, ¿Las relaciones entre las personas? ¿La valorización de la vida humana? La civilización occidental ha venido transitando el camino de labrar su propio destino, apartándose de Dios. Somos una especie de jurado que ha decidido quién vive y quién muere; quién es un hombre y quién es una mujer. Nos estamos destruyendo a nosotros mismos. Dios, por medio del profeta Jeremías (13,10), nos advirtió: “Este pueblo malo que rehúsa oír mis palabras, que siguiendo su obstinado corazón se va tras otros dioses, para servirles y adorarlos, vendrá a ser como este cinturón que para nada es útil”.

  ¿Cómo afecta todo esto a la religión, a la fe, al cristianismo? Pues hay muchos creyentes que dentro de la misma religión ya no creen que el mal existe. Pero es que esta es la gran estrategia del maligno: hacerle creer al hombre que él no existe, para entonces tener todo el camino libre para hacer su guerra, contando con la complicidad ciega de muchos cristianos de mentalidad liberal y progresista, y esto incluye a muchos políticos que promueven leyes morales contrarias a la fe cristiana. Sólo volviendo a Dios, aceptando humildemente nuestra condición de criatura de un Dios amoroso, entregándole las riendas e inclinándose en obediencia a él, nuestra cultura puede salvarse.

  Ya el papa Benedicto XVI había denunciado que la civilización occidental ha caído en las garras de la esclavizante “dictadura del relativismo”, que no es más que la doctrina que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo al yo y sus deseos como medida última.

  Con todos estos acontecimientos que se están sucediendo en el mundo, podríamos decir que parece ser que nos encontramos ya en el final de los tiempos: un momento en que Dios hará una purificación de la civilización humana, donde vendrá una iluminación de conciencia de cada ser humano para que vuelva a él.

  Hoy la humanidad está inmersa y dominada por la esclavitud del miedo, del pánico y del terror. El miedo está anulando nuestra capacidad crítica y estamos asumiendo obligaciones y limitaciones que no tienen ninguna lógica. La mayoría, asustada, ya no cuestiona esta falta de lógica; y es que el temor, el miedo, el pánico y el terror les impide razonar. El novelista George Orwell dijo: “Lo importante es mantener a la población en estado de continuo miedo… así se mantiene un estado de emergencia nacional interminable justificando cualquier abuso de las autoridades”.

  Hay un mar de confusión. Por una parte, nuestras autoridades civiles demuestran una falta de criterio al dictar órdenes confusas y contradictorias; por el otro lado, tenemos unos medios de comunicación que se han unido a la narrativa de lo ilógico, confundiendo más que aclarando, desinformando más que informando. Nos encaminan hacia un proceso de control social, y no de un real y verdadero control de una enfermedad.

  Hoy celebramos a nuestra madre la Virgen María de la Merced, Patrona de nuestra República Dominicana. En nuestro escudo nacional tenemos la palabra “libertad”. Juan Pablo Duarte, en su proyecto de constitución de la república, escribió: “La nación está obligada a conservar y proteger por medio de leyes sabias y justas la libertad personal, civil e individual, así como la propiedad y demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen”. Vemos así que, para Juan Pablo Duarte, su primera preocupación era la libertad personal del ciudadano que ha de vivir en una sociedad libre. El deber de salvar y proteger esa libertad la sitúa en la comunidad humana y jurídica que es la nación. La protección jurídica de la libertad es un modo humanista de pensar, bien fundado en los postulados del evangelio, que él no sólo profesaba de palabra, sino que vive y proyecta fiel en su obra redentora. Sólo una educación de la libertad en la conciencia de cada ciudadano es fundamento sólido para que en la comunidad surja un verdadero respeto a ese don inapreciable que Dios ha dado al hombre.

  Debido a esta crisis mundial de salud, provocada por el virus del covid-19, nuestra sociedad dominicana se debate entre lo que parece ser la búsqueda del enfrentamiento y la división vs la protección de la libertad y de conciencia. Tenemos el ejemplo de lo que está sucediendo con el tema polémico de las vacunas (tema que nunca nos pondremos de acuerdo). Este tema ha venido calando en lo profundo de la sociedad provocando mucha división, incluso a lo interno de las familias y ha llegado a implantarse en la comunidad cristiana. Es una especie de nueva esclavitud que atenta contra la unidad de los cristianos querida por Jesús: “A fin de que todos sean uno, como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti, a fin de que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que eres Tú el que me enviaste” (Jn 17,22). La sociedad dominicana se ha dividido en dos grupos antagónicos: los pro-vacunas y los anti-vacunas. Han venido realizando una campaña publicitaria basada más en el miedo, el pánico y el chantaje; y no en una real y verdadera campaña de motivación, exhortación y concientización. Por un lado, una parte de nuestros legisladores quieren establecer una ley de vacunación obligatoria, violando así lo establecido en nuestra constitución y en los diferentes tratados internacionales de derechos humanos. Por el otro lado, no solamente hay quienes abogan porque se obligue a todos los ciudadanos a vacunarse, sino que también se les coarten sus libertades y derechos; y, como si fuera poco, que se imponga en la comunidad cristiana. Se crean así categorías de ciudadanos y también de feligreses. Se quiere que sólo los vacunados puedan entrar a los restaurantes, supermercados, tiendas, cines, gimnasios, bancos, plazas, eventos públicos, etc., y lo mismo al templo; y los no vacunados que se queden en sus casas y fuera del templo. Eso es discriminación y segregación; es establecer diferencias y categorías de ciudadanos y de cristianos. No podemos jamás permitir ni auspiciar que caigamos en esta especie de discriminación. Tan fácil es pedir que todo el que sienta que los demás son una especie de amenaza de contagio, pues que se compre un perro y se quede encerrado en su casa. La Iglesia, el templo es para todos, para los pecadores, no para el pecado. Lo que nos hace cristianos e hijos de Dios es el bautismo, jamás una vacuna. La casa de Dios no es un lugar exclusivo. No podemos hacer esta distinción entre los hijos de Dios, ni entre ciudadanos.  El apóstol Santiago (2,1-4), nos dice: “No junten la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Ven al bien vestido y le dicen: por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado. Al otro, en cambio: estate ahí de pie o siéntate en el suelo. Si hacen eso, ¿no son inconsecuentes y juzgan con criterios malos?”. ¿O también se le va a exigir a un católico que, para recibir la gracia de los sacramentos, tener un encuentro de fe con Cristo, debe estar vacunado?

  Entonces ¿quiere decir que nosotros vamos a decirles a los vacunados: pasa y siéntate aquí, en el lugar reservado porque estas protegido; y al no vacunado le diremos no vengas al templo y si vienes quédate en el rincón porque nos puedes contagiar? Ya se sabe, por los resultados científicos que los vacunados también se contagian y pueden contagiar a los no vacunados, porque todas las vacunas para este virus todavía están en su fase experimental. En fin, éstos son los nuevos leprosos y cautivos que nosotros, - los que nos creemos sanos, buenos y puros -, estamos creando y apartándolos de Cristo. Y yo pregunto: ¿quién les ha dado esa autoridad?

  Nuestra sociedad dominicana, hoy padece y experimenta lo que podríamos llamar como la claudicación de la libertad, de la libre expresión y libertad de conciencia. Nuestra sociedad hoy se debate entre la esclavitud de la degradación moral, - auspiciada por instituciones públicas y privadas, con esta agenda progresista, globalista, genocida y deshumanizante, llamada Ideología de género -; y  la puesta en práctica de valores básicos como son la verdad, el amor, el respeto mutuo, el trabajo, la honradez, la caridad, la solidaridad, la fraternidad, el desinterés, la valentía, la constancia y otros valores que por tanto se han de inculcar desde muy temprano en la juventud. Dante Alighieri, autor de la Divina Comedia, dijo: “Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral.”

  “La unidad hace la fuerza”, reza el dicho. Necesitamos hoy más que nunca que nuestra sociedad dominicana esté unida para poder enfrentar todas estas nuevas esclavitudes que amenazan nuestra convivencia. Hay quienes nos quieren divididos y enfrentados, sometidos a sus directrices esclavizantes. Quieren nuestra libertad, quieren tiranizarnos. No lo permitamos. Liberémonos de la esclavitud del miedo, del pánico, la manipulación y el chantaje. Aprendamos a cuestionar, a investigar, a saber escuchar a otros más doctos; ¡Manifestémonos en la plaza pública! En fin, no claudiquemos en nuestros derechos y libertades.

   Acudamos con confianza, amor y devoción a nuestra Madre de la Merced como eficaz intercesora, para que mueva a todos aquellos que se encuentran alejados de su Hijo para que se acerquen a él, especialmente a través del sacramento de la penitencia y para que fortalezca y alivie a quienes de alguna forma sufren persecución por ser fieles a su fe, a la Iglesia de Cristo y su evangelio. Vivamos en la libertad de los hijos de Dios si queremos que los demás sean libres. Asumamos en nuestra vida el lema de los mercedarios: ¡Libres para liberar!

 

Que Dios les bendiga.

 

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