Quiero iniciar esta reflexión
citando dos dichos populares que rezan: “La naturaleza tarda en cobrar. Pero,
cuando cobra, cobra muy caro”; y, “Dios perdona siempre; el hombre a veces; la
naturaleza nunca”. Cualquiera de los dos dichos populares es válido para el
cometido de esta reflexión. Aclaro que, no pretendo ni es mi intención hacer un
análisis exhaustivo de la situación vivida, como tampoco pretender que, el que
lea esta reflexión tenga que estar de acuerdo con lo expresado. Por eso, puede
y debe ser enriquecida con otras aportaciones e ideas.
En estos días pasados hemos experimentado una
vez más los embates de la naturaleza con el fenómeno atmosférico de una
tormenta o vaguada. En lo personal, yo no recuerdo en los años que tengo de
vida, un fenómeno atmosférico como el de este fin de semana pasado que tanto estrago
haya provocado a nuestro país. La magnitud de las inundaciones vistas a través
de los medios de comunicación y, sobre todo, en las redes sociales, dejaron a
toda la sociedad sumida en una situación de un asombroso dolor ante la experiencia
vivida en todo el territorio nacional.
Los organismos del estado, principalmente el
que está encargado de la vigilancia y seguimiento de estos fenómenos
atmosféricos, en colaboración con otros del extranjero, principalmente el
centro de huracanes de los Estados Unidos de Norteamérica, venían dándole
seguimiento al fenómeno y se venían haciendo publicaciones en los medios y las
redes sociales que alertaban y advertía de cómo se estaba presentando esta
vaguada. Se decía que presentaba una trayectoria inusual en comparación a otros
fenómenos atmosféricos.
Recuerdo haber escuchado en los medios a
algunos expertos comunicadores en materia atmosférica, llamar a atención de las
posibles consecuencias en cuanto a las lluvias que podría provocar en nuestro
territorio su amplio campo nuboso, pero no a la posible cantidad de lluvia que
traería el mismo. No sé si eso se podría medir antes de que llegara a tocar el
territorio. Pues la vaguada llegó a tierra, a nuestra tierra.
Cabe recordar que el año pasado, justamente
hace un año y catorce días, tuvimos la amarga y dolorosa experiencia de vivir
una tragedia parecida, pero con el detalle que no fue en todo el país, sino en
una porción, específicamente en lo que se conoce como el gran Santo Domingo.
Hubo grandes pérdidas materiales; pero sobre todo tuvimos algunas pérdidas de
vidas humanas muy trágicas y que impactaron en el consciente humano de nuestra
sociedad. Este trágico hecho provocó en su momento, los comentarios negativos, señalamientos,
tanto a las autoridades como a la población civil, como consecuencia de quisa
la dejadez e irresponsabilidad de las partes.
Pero, volvamos al tema que nos prima. Llegó
la vaguada. Unas torrenciales caídas de lluvia fuertes y por un largo período
de tiempo. Siempre, para cuando se anuncian estos tipos de fenómenos atmosféricos,
la población tiende a asegurarse sobre todo en cuanto a la compra de alimentos
y otras cosas de emergencia, como una manera de precaución. Las actividades normales
se vieron casi en su totalidad suspendidas; aunque, como siempre, hay una gran
cantidad de personas que son indiferentes y hasta se cae en la
irresponsabilidad al no tomar en cuenta el peligro que estos fenómenos
atmosféricos pueden ocasionar. Es como que, muchos desafían a la naturaleza y
esto trae sus consecuencias.
Las inundaciones no se hicieron esperar.
Pero, fueron inundaciones fuera de lo que uno está acostumbrado a ver y vivir.
El agua, lo sabemos, por donde encuentra una brecha para filtrarse, pues por
ahí se va y no hay forma de detenerla, por lo menos en el momento. Por ejemplo
¿cuántas veces no se ha señalado o dicho que, en el caso del cauce de un río,
por más que se desvíe, éste algún día volverá a él? Sabemos que, una de las
imprudencias y desafíos que practica gran parte de la población es el de
asentarse a orillas de ríos, arroyos y cañadas, pensando a lo mejor que nunca
sucederá una desgracia. Pero la experiencia nos dice lo contrario. ¡Y seguimos
sin aprender!
Para esta ocasión, entre la tragedia general
que vivimos, ha pesado con gran dolor la caída de una parte del muro de uno de
los túneles de una de las avenidas principales de la ciudad, como lo es la 27 de
febrero y el que ese derrumbe haya cobrado la vida de varias personas. Es
lamentable que, siempre en estos casos trágicos, haya grupos que saquen un
cierto tipo de provecho, sea económico y mediático, pero, sobre todo, provecho
político. Es aprovecharse o lucrar con la tragedia humana. Como siempre sucede
en nuestra sociedad dominicana ante estos casos trágicos, siempre salen a
relucir los “expertos” en dicha materia, a pesar de que no saben ni lo
fundamental ni tienen ningún estudio o preparación en ese terreno. Es como dice
el dicho “el dominicano opina de todo y en todo, aunque no tenga el más mínimo
conocimiento”. Sólo para recordar: me viene a la mente aquel fatídico accidente
aéreo ocurrido en el malecón hace unos años, donde un avión de la Fuerza Aérea Dominicana,
que participaba en la exhibición se estrelló en el mar caribe muriendo en el
impacto sus dos pilotos. Hubo comentarios de todo tipo, en donde muchos
“expertos” expresaron su opinión o parecer con el hecho trágico, sin esperar
los resultados del organismo investigador. Casi todos nos volvimos expertos en
aviación.
En esta tragedia del derrumbe de la pared del
túnel en cuestión, se ha señalado la culpabilidad de las autoridades, donde se
le indica el no asumir con seriedad y veracidad el mantenimiento de dicha
construcción; que cuando le han dado mantenimiento, qué tipo de mantenimiento
ha sido. Se ha señalado la complicidad en el mal manejo de los recursos que se
han destinado para ese trabajo, etc. Es el discurso de los “dimes y diretes”;
de echarse la bolita uno al otro; de que la culpa no es mía, sino del anterior,
etc. ¿La culpa es solamente de uno o de un solo lado? No creo. La culpa hay que
repartirla entre los que están y los que estuvieron.
Pero, resulta que estamos inmersos en la campaña
electoral hacia el mes de mayo del próximo año. Y hay que atacar y también
defenderse, porque nadie se va a permitir un resbalón que le cueste así por
así, el llegar, unos a obtener el poder y otros a perderlo. Ese es el tema de
ahora. Por unos días se han olvidado otros temas fundamentales que aquejan
nuestra sociedad dominicana, como lo sigue siendo la aprobación del código procesal
penal, la conformación de los próximos miembros del Tribunal Constitucional, el
auge de la delincuencia, la precariedad del sistema de salud y educación, la
crisis en la frontera, que cada día está más oscura y confusa, etc. ¡Temas de
nunca acabar!
Pero en esta tragedia tampoco podemos
exculpar a la sociedad civil. Este fenómeno atmosférico ha dejado al
descubierto una vez más lo que sabemos desde hace tiempo: la falta de
educación, inconciencia e insensibilidad de la población que, de manera
irresponsable también colabora con sus inconductas a que la precariedad e ineficiencia
de los servicios básicos no funcionen. Y me refiero al tema de la basura. Hemos
visto una vez más el gran cúmulo de basura que han arrastrado las lluvias y cómo
se acumularon en los ríos y cañadas, y eso da pena y vergüenza. Todos, de
alguna manera, hemos contribuido con nuestra inconducta, indiferencia e
inconciencia a esta tragedia de la naturaleza. Y no se diga de los teteos en
algunos barrios, - que lo han convertido en una costumbre mal sana -, síntoma
de la decadencia moral y social en la que está inmersa nuestra sociedad, una
sociedad indolente ante el dolor del otro.
Ya está bueno de señalar al otro o a los
otros como si fueran ellos solamente los únicos culpables de nuestras
desgracias sociales. Siempre buscando una justificación para no buscar
verdaderas soluciones a los problemas sociales. Todos tenemos que hacer con
sinceridad una introspección para descubrir y tomar conciencia de hasta dónde
cada uno ha contribuido a estos males sociales. Cada uno debe asumir su cuota
de responsabilidad y ver qué es lo que le corresponde hacer para ayudar a
buscarle soluciones a los mismos. En palabras dichas por Jesús en el evangelio:
“Antes de ver la paja en el ojo ajeno, sácate primero la viga que traes en el
tuyo”.
Es mucho el dinero, muchos los millones de
dólares que se han tomado prestados disque para invertirlos en la solución a
los grandes problemas sociales, pero siempre nos preguntamos ¿dónde está ese
dinero? ¿En qué lo han invertido? O ¿En qué
lo están invirtiendo? Ahora se han despachado con la perla de que estas
torrenciales aguas son causa del “cambio climático” y que, por lo tanto, es
poco lo que, como autoridad, se pueda hacer. Pero ¡por Dios! ¿nos creen idiotas
o estúpidos? Ya han empezado con la narrativa y manipulación de la calentología.
Han empezado con su programación mental para achacarle a esta farsa climática muchos
de los problemas que nos aquejan. La sociedad necesita de sus autoridades
acciones concretas en búsqueda de soluciones a sus problemas, ya que para eso
fueron elegidas.
Seamos serios, actuemos con responsabilidad y
asumamos las consecuencias de nuestras acciones. Hasta que no suceda en
nosotros un verdadero cambio interior en nuestro corazón y conciencia, no
saldremos de la mediocridad en la que estamos, mostrándole al mundo una
realidad que no es verdad.
Termino esta reflexión citando unas palabras
del rey Salomón: “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; más donde hay
humildad, habrá sabiduría”. Seamos humildes para reconocer nuestros fallos y
errores, y hagamos lo posible por remediarlos en vez de estar señalando
siempre, para justificarnos, los errores de los demás. No somos dioses. No desafiemos
a la naturaleza. Aprendamos a insertarnos en ella para vivir en armonía.