jueves, 2 de noviembre de 2023

Actitud de los cristianos ante los ataques a la familia natural

 

Quiero iniciar esta reflexión citando dos textos del evangelio de san Lucas, el primero en el capítulo 4, 5-7.13, sobre las tentaciones de Jesús por el diablo en el desierto: “Después el diablo lo llevó a un lugar elevado y le mostró todos los reinos de la superficie de la tierra en un instante y le dijo: te daré toda esta potestad y su gloria, porque me ha sido entregada y la doy a quien quiero. Por tanto, si me adoras, todo será tuyo… Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno”.  Y el segundo texto del mismo evangelista, en el capítulo 19,40: “Les dijo que, si estos callan, gritarán las piedras”.

 

  El papa san Juan Pablo II, en su Exh. Ap. Familiaris Consortio, en el numeral 1, señalaba lo siguiente: “La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura”. 

  Y nuestros obispos dominicanos, en el 2014, con motivo de la solemnidad de Nuestra Sra. De La Altagracia, publicó la Carta pastoral con el título “Familia cristiana: vive y proclama tu fe”, en la parte II, que habla de una Mirada a la Realidad, en el numeral 8, leemos: “La promoción de grupos interesados en imponer por diversos medios, incluso mediante legislaciones, prácticas contrarias al ser de la familia y de la persona, y por tanto al plan creador, como el aborto, los anticonceptivos y las uniones del mismo sexo, no deja de ser una fuerte tentación para familias débiles en la fe”.

  Hemos estado caminando en un proceso de desvinculación con Dios, con la sociedad, con la familia, de la historia, de las raíces, de la cultura. Estamos viviendo una gran crisis, que nos lleva a los creyentes a una especie de estremecimiento, de vacilación y duda.

  Así como nos amenaza esta desvinculación, lo que tenemos que hacer es reforzar la unidad con Cristo: “Padre, que todos sean UNO, como tú en mí y yo en ti, somos UNO”. Y esta unidad se fundamenta en la oración, la doctrina milenaria católica, el amor a Pedro y la caridad mutua.

  La crisis es fuerte, es profunda: hay mucha superficialidad, frivolidad, materialismo, hedonismo. Estamos transitando el tiempo de la modernidad; otros dicen que es post modernidad y, otros lo llaman tiempo de la posverdad. Pero, lo cierto es que, este tiempo se caracteriza porque ha renegado de Dios, le tiene miedo a Dios, a Cristo; no quiere conocer a Dios y no quiere ser su discípulo.

  Esto tiene que ver con la pérdida del sentido de la vida, de nuestra existencia, del sentido de trascendencia. Lo que importa es la inmediatez, la autodeterminación: hacer lo que quiera. Pero la verdadera libertad está en reconocer la verdad y ser obediente a ella. Jesús dijo que la “Verdad nos hará libres”. Pero, el lema de los modernistas y progresistas es “mientras más libres somos, más verdaderos seremos”.

  Así entonces, la familia es el último refugio de la libertad del mundo: ¿dónde somos real y verdaderamente libres? Pues en el seno de la familia, porque en ella conocemos la verdad. Recordemos que san Juan Pablo II, se refirió a la familia como “Iglesia doméstica”, es decir, comunidad de fe, de esperanza y de amor. Comunidad donde se comparte, se ama, se trabaja, se crea esperanza, se vive la fe.

  Una de las crisis que ha venido causando grandes estragos a la humanidad ha sido confundir lo legal con lo moral. Y aquí hago referencia específicamente a la clase política. Nuestra sociedad dominicana la han metido o arropado con una campaña política ya que, estamos en un tiempo preelectoral. Comienzan los contendientes a buscar los altos puestos públicos, con su discurso de promesas que, muchas veces, no tocan temas profundos ni esenciales del interés de la sociedad; o, si lo hacen, es con mucho tacto para no decir algo que pueda revertirse en su contra y le impida lograr el voto del elector.

  Más que mirar o velar por el bien común, lo que interesa más es procurar el llegar al poder y, una vez allí, mantenerse en el poder a costa de lo que sea. Por eso vienen los discursos demagógicos: en campaña se prometen cosas que en realidad se sabe que serán difíciles de cumplir. O, dicho más popularmente: una cosa es con violín y otra con guitarra. Se le dice al público lo que este quiere oír.

  Pues todo este discurso afecta a la institución familiar, porque cuando se está en el poder, se ve cómo se empiezan a legislar en contra de esta institución, base de la sociedad, donde se promueven tantos tipos de familias como sea posible. Porque para muchos, familia es cualquier cosa o cualquier relación. Y aquí llegamos a la aparición de la o las ideologías.  

  La antropología, tal y como la conocemos y nos la enseñaron, ha sufrido una transformación convirtiéndola en una nueva antropología, que más bien ha sido una deconstrucción de ésta. Y me refiero específicamente a la ideología de género, que es una especie de rediseño antropológico. Hay quienes se refieren a ésta como la gran crisis antropológica.

  Esta ideología proclama que el amor es amor, lo que importa es el amor. El amor desvinculado de la sexualidad, de la procreación. Y ya sabemos las implicaciones que está trayendo para la sociedad.

  Aquí en RD seguimos con la lucha interminable contra la legalización del aborto, que viene siendo la puerta de entrada para la ideología de género. Por eso es por lo que tenemos que impedir que esa puerta se abra luchando contra la falacia de las funestas causales, porque la intención, como ha sucedido en otros países, es legalizar el aborto libre.

  Ahora, hemos de saber que, en nuestra sociedad, han venido imponiendo esta ideología en el sector público a través de mandatos administrativos: ahí tenemos el ministerio de la mujer, que ha sido tomado como la puerta de entrada para estos experimentos ideológicos de género; universidades que están siendo tomadas  laboratorios de experimento social por organismos internacionales y sus  ongs, el ministerio de planificación y desarrollo, educación, cultura y, como si fuera poco, el mandato de la Procuradora General de la República imponiendo en el estamento judicial esta ideología, señalando como derechos lo que son más bien privilegios.

  Lo triste y penoso de esto es que muchos de nosotros permanecemos callados y con nuestro silencio apoyamos este tipo de ideología que destruyen desde dentro al ser humano, sobre todo, a los niños, porque ellos son el blanco de ataque de estos grupos ideológicos, dictatoriales y liberticidas. Padres que callan y hasta aplauden, promueven y defienden estas aberraciones sin ser conscientes del daño que le hacen a sus propios hijos. Y ejemplos de esto hay en abundancia.

  Pero aquí también entra nuestro papel como cristianos. Porque toda esta reingeniería va en contra del plan original de Dios. Muchos cristianos tienen miedo a hablar, a denunciar. Se han olvidado de una de las dimensiones de su bautismo: profetizar. Es decir, no denuncian las injustica, la mentira, la manipulación. Tienen miedo a ser cancelados.

  Es ante toda esta aberración contra la familia natural que tenemos que recuperar lo que al principio dije: tenemos que fortalecer la unidad con Cristo. Y la familia natural es el lugar adecuado para esto.

  Creemos en un Dios que es comunidad, que es familia: Dios Padre-Dios Hijo-Dios Espíritu Santo. Y la segunda persona de esta Trinidad Santa entró en el mundo haciéndose hombre en el seno de una familia. Este abajamiento de Dios fue un acto de amor y nosotros hemos sido creados en este amor y participado de él. Por eso somos personas, y no sólo individuos; por eso somos imagen y semejanza de Dios, hechura de sus manos (Ef 2,10).

  En la familia aprendemos a creer en Dios y a amarlo; a amar y ser amados; amor gratuito, incondicional y compartido. Ejemplo de esto es la familia santa de Nazaret. Dijo Jesús que “todo el que escuche sus palabras y las ponga en práctica, edifica su casa sobre roca firme; y el que escuche sus palabras y no las ponga en práctica, edifica su casa sobre arena”.

  Pues esto es lo que aprendemos en la familia: a edificarnos como personas y creyentes; la familia nos edifica y nos guía en el sentido trascendente de nuestra existencia; mientras que el mundo con sus ideologías construye una sociedad sobre arena. Y hacia esto están llevando nuestras autoridades a la sociedad dominicana. (Por esto es que, hace tiempo hemos venido pidiendo y hasta exigiendo, la creación del ministerio de la familia, que absorba los ministerios de la mujer y la juventud, y que, en abril de este año, un grupo de diputados sometió el proyecto de creación del mismo para la promoción y defensa de esta institución fundamental de la sociedad. Esperamos en Dios que sea aprobado).

  El papa san Pablo VI, en su encíclica Humanae Vitae, exhortaba a los gobiernos con estas palabras: “Decimos a los gobernantes, que son los primeros responsables del bien común y que tanto pueden hacer para salvaguardar las costumbres morales: no permitan que se degrade la moralidad de sus pueblos; no acepten que se introduzcan legalmente en la célula fundamental, que es la familia, prácticas contrarias a la ley natural y divina. Es otro el camino por el cual los poderes públicos pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico: el de una cuidadosa política familiar y de una sabia educación de los pueblos, que respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos”. Y el papa san Juan Pablo II, en la Exh. Ap. Familiaris Consortio (45), dice: “La autoridad pública, convencida de que el bien de las familias constituye un valor indispensable e irrenunciable de la comunidad civil, debe hacer cuanto pueda para asegurar a las familias todas aquellas ayudas – económicas, sociales, educativas, políticas, culturales – que necesitan para afrontar de modo humano todas sus responsabilidades”.

  ¿Qué tenemos, podemos y debemos hacer los cristianos ante esta realidad de ataque hacia la familia natural?

1-      Pasar de las palabras a los hechos. Tenemos que ser reflexivos ante esta realidad para discernir, con sabiduría, sobre todo divina, los signos de los tiempos.

2-      Asumir una resistencia activa: tenemos que formarnos, investigar, aprender a escuchar para descubrir la verdad y no dejarnos manipular.

3-      El evangelista san Juan (1Jn 2,12-15), nos dice: “Les escribo a ustedes, hijos, porque por su nombre se les han perdonado sus pecados. Les escribo a ustedes, padres, porque han conocido al que existe desde el principio. Les escribo a ustedes, jóvenes, porque han vencido al maligno… porque son fuertes, y la palabra de Dios permanece en ustedes, y han vencido al maligno. No amen al mundo ni lo que hay en el mundo”.

4-      ¿Cuál es el mundo que no debemos amar? El mundo de las ideologías que niegan la naturaleza humana y destruyen la familia. Hemos vencido al maligno. Tenemos que combatir toda esta ley y ordenanzas que van contra natura y que nos quieren imponer. Rechazar cualquier ley contraria a la vida y a la familia. ¡Tenemos que ir contracorriente!

5-      Tenemos que cambiar de dirección, y esa dirección es el mismo Cristo y su evangelio.

6-      El Maestro de Nazaret dijo que seamos santos, como nuestro Padre celestial es santo; no santurrones. Pues tenemos que combatir la crisis de santidad que nos arropa: si la mediocridad es contagiosa, la santidad también lo es.

7-      Pero esto no es posible si no entramos en un camino constante de verdadera conversión.

 

  El matrimonio y la familia han venido experimentando una fuerte devaluación, donde cualquier tipo de sexualidad sin matrimonio es celebrado y hasta “santificado”.

  Como la feminidad ha venido sufriendo una metamorfosis y deconstrucción, así mismo viene sucediendo con la masculinidad: si uno puede eliminar la masculinidad de los hombres, puede destruir la distinción entre hombre y mujer. Entonces puede destruir el matrimonio, la familia y luego la sociedad.

  Si no luchamos contra estos dioses modernos y progres, contra estas políticas públicas de nuevo cuño; si no luchamos contra lo políticamente correcto… tendremos que vivir la amarga experiencia de ver cómo estos golpes llevan a la ruina de matrimonios rotos, padres destrozados, madres desagarradas, familias destruidas, niños quebrantados y vidas deterioradas, sin mencionar una generación rota, una cultura rota y una civilización rota.

  En realidad, si queremos vencer esta guerra ideológica y de destrucción contra la familia natural y nuestra sociedad, hay que traer de nuevo al evangelio de Jesucristo y a la fe cristiana a aquellos que se han marchado; y los que estamos en él, mantengámonos con firmeza.

  Cito aquí las palabras del primer presidente de los EE. UU. de Norteamérica, George Washington que, en su Discurso de despedida en 1796, para retirarse de la contienda política, estableció la necesidad de la unión indisoluble entre religión y moral, y entre patriotismo y religión. Una unión indispensable para el ejercicio del buen gobierno y para la construcción del poder de la joven nación que él tanto había contribuido a crear: “La religión y la moral son apoyos necesarios para fomentar las disposiciones y costumbres que conducen a la prosperidad de los estados. En vano se llamaría patriota el que intentase derribar esas dos grandes columnas de la felicidad humana, donde tienen sostén los deberes del hombre y del ciudadano. Tanto el devoto, - el hombre piadoso -, como el mero político debe respetarlas y amarlas... Por mucho que influya en los espíritus una educación refinada, la razón y la experiencia nos impiden confiar que la moralidad nacional pueda existir eliminando los principios de la religión”.

  Concluyo esta reflexión parafraseando las palabras del papa san Juan Pablo II, en Familiaris Consortio: “El futuro de la humanidad se fragua en la familia”, por: ¡El futuro de nuestra sociedad dominicana, se fragua en la familia!

  Seamos incondicionales a los valores, principios y fundamentos de nuestra sociedad dominicana. Salvemos, defendamos y promovamos los valores y exigencias de la familia natural.

 

¡Que Dios nos bendiga!

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