viernes, 19 de enero de 2024

¡Aspiremos a la ciudad de arriba!

 

El Señor Jesús nos dijo que busquemos primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura; y san Agustín, en su escrito sobre las dos ciudades, dijo que “el verdadero amor de Dios no estará contigo si prevalece en ti el amor al mundo. Estate muy pegado al amor de Dios para que, así como Dios es eterno, tú también vivas para siempre”. Y es que nosotros fuimos creados para la eternidad, pero esa eternidad tiene dos caminos, para que cada uno elija uno de los dos, no se pueden elegir los dos al mismo tiempo: el primero es el de la eternidad con Dios (salvación), y el segundo es eternidad sin Dios (condenación). Ambos son eternos.

  Hay quienes no creen en Dios, ni en el cielo, ni en el infierno. Creen que la vida termina con la muerte; no creen en la trascendencia de la existencia humana. Son aquellos que viven la vida con un sentido meramente mundano, aferrados a este mundo; no creen en Dios, pero sí creen y se han construido sus pequeños diosecitos o ídolos. Porque el hombre no puede vivir sin Dios o sin un sustituto de Dios. Se crean sus propios baales. Así, el hombre se ha apartado de Dios y se está llenando de ídolos. Por lógica, el hombre que se vacía de Dios se empieza a llenar con sus ídolos. Rechaza buscar el Reino de Dios y sus tesoros, para llenarse de las añadiduras que le ofrece el mundo. Volvemos a citar a san Agustín, que dijo: “Hay dos amores, el amor a Dios y el amor al mundo. Si el amor del mundo toma posesión de ti, el amor de Dios no puede entrar en ti. Haz que el amor del mundo quede en segundo plano y que el amor de Dios more en ti. Deja que el amor de Dios tome la primacía”.

  Es decir que, si nada es Dios, entonces cualquier cosa y todo es Dios. Dijo G.K. Chesterton que “cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”. Y esto es lo que está viviendo gran parte de la humanidad. Hoy se cree en tantos movimientos, causas, ideologías y sistemas de pensamiento que no pueden ser desafiados ni cuestionados, sin importar cuán irracionales sean. Estos también son los ídolos que la humanidad ha venido creando.

  Al apartarse de Dios, podemos afirmar que la humanidad ha caído en lo que podríamos calificar de una vida puramente carnal y vulgar. Y es que donde está Dios, está la verdad; donde no está Dios, está la mentira.

  El ídolo es creación personal, es manipulable, se le hace decir lo que uno quiere que diga y oír; al crear al ídolo, la persona se crea su propia verdad. Y vuelve san Agustín a decirnos que “el deseo de este mundo, incitador al mal, disminuye a medida que crece el amor de Dios, y desaparece cuando el amor de Dios alcanza la perfección”.

  Ya el mismo Jesús dijo que la verdad nos hará libres. Pero, hoy en día gran parte de la humanidad ha decidido vivir en la esclavitud, y dice que, mientras más verdadero se es, más libres serás. Y ya estamos viviendo las consecuencias de esta falacia modernista y progresista. Lo que antes era bueno, ahora es malo, y viceversa; lo que antes era santo, ahora es profano, y viceversa. Hay una alteración de los valores, principios y fundamentos de las sociedades. Ya no es Dios el gran alfarero de la humanidad; son más bien los ídolos que la humanidad se ha venido creando para someterse y arrodillarse a su adoración.

  La humanidad se ha tornado orgullosa y está siendo presa de sus pecados. Como rama que es, se ha desprendido del tronco, que es Cristo, ha caído al suelo, ha empezado a secarse y no sirve más que para arrojarla al fuego, ser destruida y morir.

  Hoy en día, a pesar de la buya y ruido que hay en el mundo, estamos viviendo un gran silencio, y este silencio es un silencio culpable. Hoy no se dice lo que se tiene que decir. El mismo Jesús ya había advertido que si nosotros callamos, las piedras hablarían. Hoy muchos están buscando la manera de cómo ser complacientes con el pecado del mundo, hasta querer bendecirlo. El señor quiere nuestro arrepentimiento y conversión, por eso nos trajo su mensaje del evangelio. Él es la plenitud de la verdad: conocerlo a él para ser más creído, más amado y más proclamado como nuestro único salvador y redentor. San Agustín señalaba que “Dios envió a un médico, un salvador para los hombres. Cristo vino para premiar a los que serían curados por él. Cristo cura a los enfermos y a los que cura les da un don. El don que otorga es él mismo”.

  No hay dudas de que gran parte de la humanidad se ha dejado seducir por este amo del mundo. Ha cerrado sus oídos a la voz de Dios y está escuchando otras voces que no es la de Dios; por lo tanto, están desconociendo a su pastor. Ha caído en un terrible régimen carcelero. Cristianos que están dispuestos a elegir un régimen que los oprime, que no los deja desarrollarse, que contraría las aspiraciones más legítimas y nobles del bienestar humano. La triste realidad es que muchos de los bautizados presumimos de nuestro bautismo, pero no nos esforzamos por vivir como bautizados, no seguimos los mandamientos de la ley de Dios. Somos cristianos católicos de nombre, pero no por práctica.  ¡Busquemos primero el Reino de Dios y su justicia, y llegarán las añadiduras! ¡Esta es nuestra felicidad!

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