El Señor Jesús nos dijo que busquemos
primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura; y
san Agustín, en su escrito sobre las dos ciudades, dijo que “el verdadero amor
de Dios no estará contigo si prevalece en ti el amor al mundo. Estate muy pegado
al amor de Dios para que, así como Dios es eterno, tú también vivas para
siempre”. Y es que nosotros fuimos creados para la eternidad, pero esa
eternidad tiene dos caminos, para que cada uno elija uno de los dos, no se
pueden elegir los dos al mismo tiempo: el primero es el de la eternidad con
Dios (salvación), y el segundo es eternidad sin Dios (condenación). Ambos son
eternos.
Hay quienes no creen en Dios, ni en el cielo,
ni en el infierno. Creen que la vida termina con la muerte; no creen en la
trascendencia de la existencia humana. Son aquellos que viven la vida con un
sentido meramente mundano, aferrados a este mundo; no creen en Dios, pero sí
creen y se han construido sus pequeños diosecitos o ídolos. Porque el hombre no
puede vivir sin Dios o sin un sustituto de Dios. Se crean sus propios baales. Así,
el hombre se ha apartado de Dios y se está llenando de ídolos. Por lógica, el
hombre que se vacía de Dios se empieza a llenar con sus ídolos. Rechaza buscar
el Reino de Dios y sus tesoros, para llenarse de las añadiduras que le ofrece
el mundo. Volvemos a citar a san Agustín, que dijo: “Hay dos amores, el amor a
Dios y el amor al mundo. Si el amor del mundo toma posesión de ti, el amor de
Dios no puede entrar en ti. Haz que el amor del mundo quede en segundo plano y
que el amor de Dios more en ti. Deja que el amor de Dios tome la primacía”.
Es decir que, si nada es Dios, entonces
cualquier cosa y todo es Dios. Dijo G.K. Chesterton que “cuando se deja de
creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”. Y esto es lo que está
viviendo gran parte de la humanidad. Hoy se cree en tantos movimientos, causas,
ideologías y sistemas de pensamiento que no pueden ser desafiados ni
cuestionados, sin importar cuán irracionales sean. Estos también son los ídolos
que la humanidad ha venido creando.
Al apartarse de Dios, podemos afirmar que la
humanidad ha caído en lo que podríamos calificar de una vida puramente carnal y
vulgar. Y es que donde está Dios, está la verdad; donde no está Dios, está la
mentira.
El ídolo es creación personal, es
manipulable, se le hace decir lo que uno quiere que diga y oír; al crear al ídolo,
la persona se crea su propia verdad. Y vuelve san Agustín a decirnos que “el
deseo de este mundo, incitador al mal, disminuye a medida que crece el amor de
Dios, y desaparece cuando el amor de Dios alcanza la perfección”.
Ya el mismo Jesús dijo que la verdad nos hará
libres. Pero, hoy en día gran parte de la humanidad ha decidido vivir en la esclavitud,
y dice que, mientras más verdadero se es, más libres serás. Y ya estamos
viviendo las consecuencias de esta falacia modernista y progresista. Lo que
antes era bueno, ahora es malo, y viceversa; lo que antes era santo, ahora es
profano, y viceversa. Hay una alteración de los valores, principios y fundamentos
de las sociedades. Ya no es Dios el gran alfarero de la humanidad; son más bien
los ídolos que la humanidad se ha venido creando para someterse y arrodillarse
a su adoración.
La humanidad se ha tornado orgullosa y está
siendo presa de sus pecados. Como rama que es, se ha desprendido del tronco,
que es Cristo, ha caído al suelo, ha empezado a secarse y no sirve más que para
arrojarla al fuego, ser destruida y morir.
Hoy en día, a pesar de la buya y ruido que
hay en el mundo, estamos viviendo un gran silencio, y este silencio es un
silencio culpable. Hoy no se dice lo que se tiene que decir. El mismo Jesús ya había
advertido que si nosotros callamos, las piedras hablarían. Hoy muchos están
buscando la manera de cómo ser complacientes con el pecado del mundo, hasta
querer bendecirlo. El señor quiere nuestro arrepentimiento y conversión, por
eso nos trajo su mensaje del evangelio. Él es la plenitud de la verdad: conocerlo
a él para ser más creído, más amado y más proclamado como nuestro único
salvador y redentor. San Agustín señalaba que “Dios envió a un médico, un
salvador para los hombres. Cristo vino para premiar a los que serían curados
por él. Cristo cura a los enfermos y a los que cura les da un don. El don que
otorga es él mismo”.
No hay dudas de que gran parte de la
humanidad se ha dejado seducir por este amo del mundo. Ha cerrado sus oídos a la
voz de Dios y está escuchando otras voces que no es la de Dios; por lo tanto,
están desconociendo a su pastor. Ha caído en un terrible régimen carcelero.
Cristianos que están dispuestos a elegir un régimen que los oprime, que no los
deja desarrollarse, que contraría las aspiraciones más legítimas y nobles del
bienestar humano. La triste realidad es que muchos de los bautizados presumimos
de nuestro bautismo, pero no nos esforzamos por vivir como bautizados, no
seguimos los mandamientos de la ley de Dios. Somos cristianos católicos de
nombre, pero no por práctica. ¡Busquemos
primero el Reino de Dios y su justicia, y llegarán las añadiduras! ¡Esta es
nuestra felicidad!
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