miércoles, 8 de mayo de 2024

Cumplir la voluntad de Dios

 

En el evangelio de san Marcos 4, 31-35, leemos un texto muy característico de la predicación de Jesús, y que se ha utilizado por grupos protestantes, sobre todo, para justificar lo injustificable o hacer decir al texto bíblico lo que en realidad no dice. Es el texto que habla de “Los hermanos de Jesús”. Este texto nos recuerda otro pasaje evangélico donde se hace referencia a la dicha de los pechos que le amamantaron. Pero, Jesús responde que, más bien dichosos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

  Hay quienes interpretan estos textos evangélicos como un irrespeto y desconsideración de parte de Jesús hacia su Madre. Pero es todo lo contrario. De hecho, la Virgen María es la feliz, dichosa y bienaventurada por haber escuchado la palabra de Dios y ponerla en práctica. La Virgen María es llamada también la “fiel discípula de Dios y de Su Hijo”. En esto reside la dicha y bienaventuranza que ella experimentó. Por lo tanto, Jesús en estos pasajes evangélicos lo que hace más bien es alabar a su Madre santísima por esta actitud de fe y confianza en Dios Padre.

  La misión de María es netamente maternal. Ser la Madre del Dios hecho hombre. Esa maternidad se prolonga y extiende en espacio y tiempo; en toda la existencia de la humanidad. Su maternidad abarca la maternidad espiritual de la humanidad. Por esto, ella fue constituida madre de todos los hombres por su mismo Hijo Jesucristo antes de entregar su espíritu en la cruz. Por esto nosotros nos dirigimos a ella como nuestra Madre espiritual, no de otra manera. Jesucristo no la incluyó a ella en el grupo de los Doce porque su misión es maternal; está por encima de los Doce, pero no al mismo nivel que su Hijo. Ella no es diosa; es Madre de la segunda persona de la Santísima Trinidad. Ella fue constituida por su propio Hijo para ser nuestra más grande y primordial intercesora.

  Volviendo al texto en cuestión, y que lleva el título de este escrito. Tenemos entonces que, Jesús no tenía más hermanos de sangre o carnales. Sí tuvo otros familiares, como primos, primos hermanos; quizá tuvo, - aunque no hay documentación que lo atestigüen -, hermanastros. Pero, pensemos en algo lógico. Si Jesús tuvo más hermanos carnales, ¿por qué dejó a su Madre al cuidado de un extraño, su discípulo Juan? Lo lógico hubiera sido que sus supuestos hermanos carnales se hubieran ocupado de ella. Pero no. Por otro lado, está la figura de san José. Lo lógico hubiera sido que hubiera regresado al lado de su esposo. Pero no. Parece ser que, a estas alturas de la vida física de Jesús y su ministerio, san José ya habría muerto y María era viuda.

  Jesús, en la respuesta que da a esos que le avisan que su madre y hermanos le buscan, vemos que invierte las palabras. Primero hace una pregunta retórica e inmediatamente da la respuesta: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Pues el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Jesús, con estas palabras, amplia su familia. El parentesco con él ya no será por vínculos de sangre, sino más bien por vínculo espiritual. La Iglesia será ahora su gran familia. El vínculo será por la presencia y acción del Espíritu Santo que nos da la gracia de convertirnos en hijos de Dios.

  Pero ¡mucho cuidado! Amor incondicional no significa salvación incondicional. Es decir, Dios nos ama incondicionalmente, pero no nos salva incondicionalmente. Nuestra salvación sí está condicionada a la escucha y práctica de su palabra, porque “no todo el que me diga, Señor, Señor, se salvará”; y también, “si no volvemos a ser como niños, no entraremos al Reino de los cielos”. Tenemos que configurar nuestro querer con el querer de Cristo. Esta es la llave que nos abrirá la puerta para entrar al cielo. Jesús ama hacer la voluntad de su Padre; pues también nosotros debemos amar cumplir su voluntad, tal cual nos la ha revelado, sin condicionamientos y sin regateos.

  Amar a Dios, a su Hijo y a su Madre, lo demostramos en la medida en que cumplimos sus mandamientos. Si no hacemos esto, no podremos llegar a ser santos. Es un amor que nos debe impulsar a ser instrumentos suyos para atraer a otros hombres y mujeres a la comunidad creyente, a la Iglesia. En la Iglesia, - la gran familia espiritual de Dios -, se fortalece el interés de conocer y amar más a Cristo. Somos sus seguidores, sus discípulos y sus apóstoles evangelizadores, con un interés común de dar a conocer a Cristo para que sea más creído y más amado. Nuestra meta y misión es ganar almas para Cristo, llevando su evangelio allí donde el ambiente es hostil. Fermentar de evangelio nuestros ambientes, diríamos los cursillistas de cristiandad. Y esto lo realizó muy bien la Madre santísima. Ella es la obediente, la fiel servidora, amiga y Madre de Dios; la pura y sencilla que supo estar de pie ante la cruz donde estaba crucificado su Hijo, escuchando los insultos de los demás.

  Que nuestra Madre del cielo nos ayude a todos sus hijos espirituales a escuchar y cumplir la voluntad de su Hijo amado.

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