En el evangelio de san Marcos
4, 31-35, leemos un texto muy característico de la predicación de Jesús, y que
se ha utilizado por grupos protestantes, sobre todo, para justificar lo
injustificable o hacer decir al texto bíblico lo que en realidad no dice. Es el
texto que habla de “Los hermanos de Jesús”. Este texto nos recuerda otro pasaje
evangélico donde se hace referencia a la dicha de los pechos que le
amamantaron. Pero, Jesús responde que, más bien dichosos son aquellos que
escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
Hay quienes interpretan estos textos
evangélicos como un irrespeto y desconsideración de parte de Jesús hacia su Madre.
Pero es todo lo contrario. De hecho, la Virgen María es la feliz, dichosa y
bienaventurada por haber escuchado la palabra de Dios y ponerla en práctica. La
Virgen María es llamada también la “fiel discípula de Dios y de Su Hijo”. En
esto reside la dicha y bienaventuranza que ella experimentó. Por lo tanto, Jesús
en estos pasajes evangélicos lo que hace más bien es alabar a su Madre santísima
por esta actitud de fe y confianza en Dios Padre.
La misión de María es netamente maternal. Ser
la Madre del Dios hecho hombre. Esa maternidad se prolonga y extiende en espacio
y tiempo; en toda la existencia de la humanidad. Su maternidad abarca la
maternidad espiritual de la humanidad. Por esto, ella fue constituida madre de
todos los hombres por su mismo Hijo Jesucristo antes de entregar su espíritu en
la cruz. Por esto nosotros nos dirigimos a ella como nuestra Madre espiritual,
no de otra manera. Jesucristo no la incluyó a ella en el grupo de los Doce
porque su misión es maternal; está por encima de los Doce, pero no al mismo
nivel que su Hijo. Ella no es diosa; es Madre de la segunda persona de la
Santísima Trinidad. Ella fue constituida por su propio Hijo para ser nuestra más
grande y primordial intercesora.
Volviendo al texto en cuestión, y que lleva
el título de este escrito. Tenemos entonces que, Jesús no tenía más hermanos de
sangre o carnales. Sí tuvo otros familiares, como primos, primos hermanos; quizá
tuvo, - aunque no hay documentación que lo atestigüen -, hermanastros. Pero,
pensemos en algo lógico. Si Jesús tuvo más hermanos carnales, ¿por qué dejó a
su Madre al cuidado de un extraño, su discípulo Juan? Lo lógico hubiera sido
que sus supuestos hermanos carnales se hubieran ocupado de ella. Pero no. Por
otro lado, está la figura de san José. Lo lógico hubiera sido que hubiera
regresado al lado de su esposo. Pero no. Parece ser que, a estas alturas de la
vida física de Jesús y su ministerio, san José ya habría muerto y María era
viuda.
Jesús, en la respuesta que da a esos que le
avisan que su madre y hermanos le buscan, vemos que invierte las palabras.
Primero hace una pregunta retórica e inmediatamente da la respuesta: “¿Quiénes
son mi madre y mis hermanos? Pues el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi
hermano y mi hermana y mi madre”. Jesús, con estas palabras, amplia su
familia. El parentesco con él ya no será por vínculos de sangre, sino más bien
por vínculo espiritual. La Iglesia será ahora su gran familia. El vínculo será
por la presencia y acción del Espíritu Santo que nos da la gracia de
convertirnos en hijos de Dios.
Pero ¡mucho cuidado! Amor incondicional no
significa salvación incondicional. Es decir, Dios nos ama incondicionalmente,
pero no nos salva incondicionalmente. Nuestra salvación sí está condicionada a
la escucha y práctica de su palabra, porque “no todo el que me diga, Señor,
Señor, se salvará”; y también, “si no volvemos a ser como niños, no
entraremos al Reino de los cielos”. Tenemos que configurar nuestro querer
con el querer de Cristo. Esta es la llave que nos abrirá la puerta para entrar
al cielo. Jesús ama hacer la voluntad de su Padre; pues también nosotros
debemos amar cumplir su voluntad, tal cual nos la ha revelado, sin
condicionamientos y sin regateos.
Amar a Dios, a su Hijo y a su Madre, lo
demostramos en la medida en que cumplimos sus mandamientos. Si no hacemos esto,
no podremos llegar a ser santos. Es un amor que nos debe impulsar a ser
instrumentos suyos para atraer a otros hombres y mujeres a la comunidad
creyente, a la Iglesia. En la Iglesia, - la gran familia espiritual de Dios -,
se fortalece el interés de conocer y amar más a Cristo. Somos sus seguidores, sus
discípulos y sus apóstoles evangelizadores, con un interés común de dar a
conocer a Cristo para que sea más creído y más amado. Nuestra meta y misión es
ganar almas para Cristo, llevando su evangelio allí donde el ambiente es
hostil. Fermentar de evangelio nuestros ambientes, diríamos los cursillistas de
cristiandad. Y esto lo realizó muy bien la Madre santísima. Ella es la
obediente, la fiel servidora, amiga y Madre de Dios; la pura y sencilla que
supo estar de pie ante la cruz donde estaba crucificado su Hijo, escuchando los
insultos de los demás.
Que nuestra Madre del cielo nos ayude a todos
sus hijos espirituales a escuchar y cumplir la voluntad de su Hijo amado.
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