“…María es la mujer de fe,
Que acogió a Dios en su
corazón,
En sus proyectos, en su
cuerpo
Y en su experiencia de esposa
Y madre. Es la creyente capaz
De captar en el insólito
Nacimiento del Hijo la
llegada
De la plenitud de los
tiempos,
En la que Dios, eligiendo
Los caminos sencillos de la
existencia humana,
Decidió comprometerse
personalmente
En la obra de la salvación”
(Juan Pablo II).
María se
presenta como una sencilla síntesis de opuestos, a la luz de Dios: “es la
esclava del Señor y la reina de los apóstoles; es discípula y maestra, Virgen y
Madre…” por lo tanto, María es el perfecto instrumento de Dios y, por tanto,
como el gran ideal para el desarrollo de la personalidad y para la eficacia de
la misión apostólica.
La Virgen fue
la que más cerca estuvo de su Hijo y, al mismo tiempo, la que “hizo más que
nadie por darlo al mundo”, escribía el beato Santiago Alberione. Y hacía este razonamiento:
“se dice: a Jesús por María; pues también
se podrá decir: a Jesús maestro por María maestra…Jesús es el único maestro;
María es maestra por participación.” En realidad, María no escribió ningún
libro, ni tuvo una cátedra para enseñar, ni se dedicó a predicar… y, sin
embargo, fue maestra y formadora de Jesús y de la Iglesia, de los apóstoles y
de todos los cristianos.
Para este
beato, María es maestra porque ha dado al mundo a Jesucristo Maestro. Ella es,
según Epifanio, “el libro sublime que ha
propuesto al mundo la lectura del verbo”. María es maestra por la santidad
de su ejemplo; si queremos configurarnos con Cristo, el camino más fácil es
María, libro que contiene todas las virtudes: la fe (dichosa tú que has creído Lc 1,45); la esperanza (hagan lo que
él les diga, Jn 2,5); el amor (hágase en mi según tu palabra Lc 1,38); por la
eficacia de sus oraciones; por la autoridad de sus consejos, pues la llena de
gracia y sabiduría. María predica no con palabras, sino encarnando al
verbo, “escribiendo un libro con su
propia sangre”, concluía Alberione.
Pero María es
maestra por ser discípula, por estar totalmente abierta a la escucha y a la
participación en el destino de su Hijo muerto y resucitado. En ella, escucha y
seguimiento, están íntimamente unidos, como elementos indisolubles del verdadero
discipulado.
La verdadera
grandeza de María no estriba tanto en su maternidad ni en otros privilegios,
cuanto en haber sido fiel y fecunda escuchadora de la palabra de Dios. Jesús
mismo lo reconoce cuando, ante el grito de la mujer entusiasmada por sus
palabras, responde: “mejor, dichosos los
que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27). María es la
primera en seguir a Jesús en su misión, compartiendo sus opciones, y así se
convierte en la perfecta discípula del Señor.
Además, ella
es la mujer de la escucha de la voluntad de Dios expresada en los
acontecimientos, que conserva y medita en su corazón (Lc 11,27-28; 2,19; 2,51).
Su fe no era simple adhesión intelectual, sino experiencia vital. Ya Juan Pablo
II lo afirmaba en Catechesi Tradendae: “ella
fue la primera de sus discípulos: primera en el tiempo, pues ya al encontrarlo
en el templo, recibe de su Hijo adolescente unas lecciones que conserva en su
corazón; la primera, sobre todo, porque nadie ha sido enseñado por Dios con
tanta profundidad. Madre y a la vez discípula, decía de ella san Agustín,
añadiendo atrevidamente que esto fue para ella más importante que lo otro”
(no. 73).
Decía Pablo VI
que ponernos a su escuela nos “obliga a
dejarnos fascinar por ella, por su estilo evangélico, por su ejemplo educador y
transformante: es una escuela que nos enseña a ser cristianos.” Nos enseña
también a ser apóstoles, ya que, “apostolado
es hacer lo que hizo María: dio a Jesús al mundo, a Jesús maestro, camino,
verdad y vida. Dando a Jesús camino nos ha dado la moral cristiana; dándonos a
Jesús verdad nos ha dado la dogmatica; dándonos a Jesús vida nos ha dado la
gracia”, escribía el beato Alberione.
Aprendamos a
vivir la dimensión mariana, para que los creyentes estemos en condiciones de
dejarnos formar en el misterio de Cristo, para que la palabra del Señor se
cumpla en nosotros como se cumplió en María, y para poder darlo a conocer de
manera integral en esta sociedad nuestra que tanto lo necesita.
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