El momento más triste y desolador de la agonía de Cristo en el Gólgota fue el del abandono. Los dolores de Jesús son inmensos. Su cuerpo está totalmente agotado. Los brazos extendidos hacen cada vez más difícil su respiración. Las heridas de los clavos en las manos y en los pies continúan sangrando. La espalda, que roza el madero de la cruz, está hinchada por los golpes de la flagelación. Sin embargo, está consciente y experimenta una profunda soledad interior. Desde la cruz contempla el panorama: ve odio, incomprensión, falsedad, debilidad, soledad, abandono… No ha perdido la fe, pero como ser humano se siente abandonado por Dios; por eso grita reclamando su presencia y ayuda.
Estas palabras dichas por Jesús, resuenan en
el salmo 22 y son el grito y la queja suplicante de un hombre desamparado,
abandonado, de un inocente que sufre, pero que no pierde la esperanza a pesar
del dolor que padece. Este “¿por qué?”,
es el grito de Job; es el grito de todos los que sufren; es el grito de todos
los que beben el cáliz de la amargura hasta la última gota.
Jesús no esquivó el sufrimiento de los
hombres, sino que se enfrentó a sus enfermedades y necesidades, no huyó de su
propio dolor; pero, tampoco lo buscó. Lo padeció cuando lo rechazaron los
hombres, cuando los Saduceos preparaban su ejecución, cuando Judas lo traicionó
y cuando lo abandonaron sus discípulos. El atravesó por todas las situaciones
de sufrimiento que hay en la humanidad: la soledad, el abandono, el ser
sentenciado, el rechazo, la ofensa, la humillación, la burla, la ridiculización;
Jesús, que pasó en esta vida haciendo el bien, fue clavado en la cruz y
crucificado en medio de dos bandidos. Cristo, antes de morir, se volvió a Dios
con una plegaria llena de misterio. El que sufre puede convertir el sufrimiento
en poderosa oración por las necesidades del mundo. La oración renueva a Jesús
interiormente y le ayuda a fortalecer su confianza en el amor y la bondad del
Padre. El silencio de Dios no es ausencia de Dios, y Jesús lo entiende
perfectamente. Frente a las actitudes injustas y violentas de las autoridades
judías y romanas, Dios calla pero no desaparece de la escena. Todo lo
contrario, permanece a su lado, con él y en él, y lo acompaña en su sufrimiento
con todo su amor de Padre. Jesús no solo sufría, sino que se sintió abandonado.
Y se sintió abandonado nada menos que por su propio Padre. Sentirse abandonado
es mucho peor que sufrir. Por eso se pregunta por qué su Padre lo ha abandonado.
En el origen de este “¿Por qué?”, está el misterio del mal, del pecado y de la muerte.
El pecado es separación de Dios, y esta separación es lo peor que nos puede
suceder; el pecado es como un preludio de la muerte y del infierno. Nadie en el
calvario, a excepción de su Madre María y Juan, el discípulo, fue solidario y
sensible al doloroso abandono de Jesús. Estos no pueden cambiar la desgracia,
pero compartiendo el sufrimiento se ponen del lado de Dios, que es amor. El eco
de su dolor llegó a todos pero no impresionó a nadie. El gentío, insensible y
malvado, seguía blasfemando y burlándose. Decían: “que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
Pero también es cierto que, aunque estamos
ante un misterio, ante este “¿por qué?”
de la soledad y del sufrimiento está también el misterio del amor, de la
solidaridad y de la ofrenda de la propia vida. A veces nos preguntamos por qué
tenemos que sufrir o para qué sirve el sufrimiento. En la carta a los Hebreos
leemos: “Jesús, por medio del sufrimiento
aprendió a obedecer y así consumado se convirtió en causa de salvación eterna
para todos los que le obedecen a él” (Hb 5,8-9). El dolor nos aquilata, nos
consagra, nos perfecciona. El sufrimiento tiene algo de misterio, y sólo a la
luz de la fe se puede aceptar: El apóstol san Pablo dice: “En verdad, me parece que lo que sufrimos en la vida presente no se
puede comparar con la gloria que ha de manifestarse después en nosotros”
(Rm 8,18).
El grito de Jesús en la oscuridad del
calvario, este “¿por qué?” que no tiene
respuesta, sintetiza todos los gritos de la humanidad doliente, todos los “por
qués” que no tienen respuesta. Pensemos en todos aquellos hombres, mujeres,
niños, niñas...que sufren en los hospitales y en las cárceles asinadas; las
angustias de tantos padres y madres por no poder dar una alimentación y educación
adecuadas a sus hijos; trabajadores que no reciben consideración como personas
humanas ni un salario justo; el dolor y sufrimiento cuando un ser querido se
nos va de este mundo; en la injusticia de una persona que está pagando un
crimen que no ha cometido; la separación de los miembros de la familia por la
emigración forzada; en los ancianos y ancianas desatendidos por sus familias;
en tantos niños y niñas huérfanos y que son abusados; la imagen de nuestro país
como un paraíso sexual; la vulgaridad, la grosería e indecencia a la que ha
sido sometida nuestra sociedad a través de la música y algunos programas de
radio y televisión en donde se exaltan vicios como la drogadicción, la
violencia contra la mujer, la sexualidad como puro instrumento de placer y goce
sin amor ni responsabilidad; el narcotráfico, la delincuencia en sus diferentes
vertientes; tantas mujeres discriminadas y asesinadas. Personas e instituciones
que por dinero atentan contra los valores en los cuales se ha venido forjando
nuestra sociedad. Sí, somos una sociedad que muchas veces nos hemos sentido
abandonadas de nuestras autoridades que no han sabido ni querido actuar tomando
los correctivos que deben tomar, porque se dejan chantajear por una “libertad
de expresión” mal entendida, que no toma en cuenta las normas y leyes
establecidas, y se le utiliza para difamar e irrespetar o, pensando en el
“costo político” que puede acarrearle determinada acción y que conlleva a
profundizar el desorden en que vivimos. Nuestra sociedad sigue llenándose de
violencia porque muchos de nosotros sucumbimos a las tentaciones a las que
Jesús resistió en el desierto, vale decir la ambición de riqueza, prestigio y
poder. Injustica y violencia son respondida con violencia. Definitivamente que
hay mucho dolor y sufrimiento en nuestra sociedad dominicana; hay mucha soledad
en muchos corazones; hay mucha tristeza en muchos rostros… cuantos porques sin respuestas.
Nuestra sociedad necesita cambiar. Es
necesario un cambio social, político, económico, que alivie la desesperación de
tantos dominicanos y dominicanas; de tantos pobres. Por esto, el cristiano debe
ser un artesano, promotor y propagador de este cambio para que todos puedan
participar dignamente en el banquete de la vida y que puedan encontrar en sus
hogares el pan y la educación. Tenemos que luchar en la promoción de nuestros
jóvenes para que tengan oportunidades de capacitación y trabajo. Tenemos que
decirle NO al despilfarro, al derroche, a la adoración del dios dinero, del
placer, del lujo… Hay muchos bienes en manos de unos pocos.
En definitiva, esta es una palabra
desgarradora. Jesús tiene conciencia de estar abandonado, pero Dios no abandona
a su Hijo aunque él lo hubiera sentido. El hombre puede experimentar el
abandono de Dios. Sin embargo, Dios no abandona a nadie. Es el hombre quien se
distancia de Dios. En la vida de muchas personas Dios está callado, silencioso;
pero Dios no lo abandona porque él es Padre de todos. En el silencio, Dios no
siempre quiere hablar; a veces prefiere callar con el hombre, porque Él quiere
no sólo su voz, sino sobre todo su corazón.
Jesús no cesa de enseñarnos, y lo hace
siempre de manera clara y contundente para que no nos confundamos. A pesar de
su sufrimiento extremo, ora, y en su oración hace un acto de fe y de confianza
en Dios, su Padre, y le entrega lo poco que aún le queda. Jesús crucificado,
amoroso y paciente, humilde y orante, es para todos nosotros una manifestación
clara y visible del poder que tiene la oración cuando se hace con corazón
sincero y abierto al don de Dios. Jesús nos dice que el sufrimiento no podemos
evitarlo, no es algo perdido. Al contrario, unido a Jesús es causa de
salvación. El sufrimiento es potencial
de vida.
En la oración silenciosa y en el
acompañamiento a los que sufren comenzaremos a descubrir que Dios es Padre, también
cuando parece que calla y cuando parece que está ausente. La misericordia de
Dios es inagotable. No hay pecado que prevalezca sobre su misericordia. Dios es
la necesidad más grande del hombre. Es la fuente y origen de la vida y la paz.
Cuando él está presente se experimenta sosiego, alegría, serenidad y paz. Dios
hace del corazón del ser humano una morada de paz y de amor.
Hola Padre!, un abrazo en Cristo Resucitado. Le dejo el link con el video integro de su participación. Saludos,
ResponderBorrarhttps://www.youtube.com/watch?v=R8aXYS76-aQ