A veces nos preguntamos por
qué tenemos que sufrir o para qué sirve el sufrimiento. ¿Cómo puede Dios
permitir el dolor? ¿A caso lo envía? ¿Cómo puedo aunar la imagen del Dios
misericordioso con la del sufrimiento despiadado? Pensemos: una persona que es
dedicada a su trabajo, se entrega a su familia, no le hace mal a nadie, etc.
Pero se entera por su doctor que tiene cáncer, le asalta la duda: ¿por qué a mí?
¿Qué hice para merecer esto? Si soy una persona buena, cumplidora de la palabra
de Dios, ¿por qué me envía esto? ¿Dios desea castigarme por algo? Pero ante
esta realidad nuestra, la pregunta central será: ¿por qué Dios permite el
sufrimiento? ¿Por qué no lo impide? ¿Dios es tan cruel? ¿No tiene compasión
conmigo? ¿Es injusto? El sufrimiento es un misterio: muchos teólogos consideran
que el sufrimiento no puede comprenderse, sino simplemente hay que soportarlo.
Nosotros no podemos dar respuesta alguna sobre el por qué de una enfermedad que
nos sobreviene o de un determinado destino que nos alcanza. Hemos de aceptar
simplemente que no disponemos de explicación.
En todas las religiones aparece la idea de
que el hombre es el artífice de su propio sufrimiento, de que él mismo es el
culpable de su enfermedad. El evangelio nos ilustra con esta concepción del
sufrimiento: “Al pasar Jesús vio a un
hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién
pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús contestó: Ni éste pecó
ni sus padres, sino para que se manifieste en él las obras de Dios” (Jn
9,1-3).
El budismo enseña: “la causa de todo sufrimiento es el contacto con el mundo. Debemos
liberarnos del mundo, y estaremos libres del sufrimiento. Sólo aquel que está
apegado a la vida experimentará sufrimientos a través de la enfermedad”.
El hinduismo ve la causa de todo sufrimiento
en la particularidad del ser. Por esta razón, el hombre debe abandonar su
separación de Dios y llegar a ser uno con él y con todo lo que es.
Pare el islamismo, todo es
destino. Responde a todo el sufrimiento que pueda ocurrirle al hombre con
la frase “Alá lo quiso así”. Esto
quiere decir que si Alá lo quiso así, al hombre sólo le queda someterse a su
voluntad, y no debe jamás de cuestionarlo preguntándose el “por qué”.
La mística cristiana, no elimina el
sufrimiento sino que lo eleva en Dios. El sufrimiento se convierte en un camino
hacia el amor de Dios. Por esto entonces, los cristianos hablamos de “visión cristiana del sufrimiento: Dios no
evita el sufrimiento, pero puede transformarlo y mediante el sufrimiento
provocar el bien”.
Nosotros los cristianos sí nos preguntamos el
“por qué”. Pero tampoco debemos esperar una respuesta teórica. La resurrección
de Jesús es, finalmente, la respuesta existencial de Dios a la pregunta del por
qué en la cruz.
Quiero ahora que pensemos y meditemos en la
persona de Job. Job es el prototipo del “justo sufriente” (Anselm Grún).
Sabemos que Job no es una figura histórica, sino más bien simbólica del hombre
sabio y justo. El nombre de Job significa “el perseguido”. Siente que todo el
mundo lo persigue, y no puede experimentar a Dios como su amigo y protector,
sino como el incomprensible, que le sumerge en la desgracia.
El libro de Job nos muestra el camino para no
desesperar ni apartarnos de Dios cuando todo lo nuestro se desmorona. Ante el
dolor, el sufrimiento, la enfermedad…comúnmente experimentamos la derrota.
Cristo mismo, cuando le gritó a su Padre desde la cruz “Dios mío Dios mío, ¿por
qué me has abandonado? No podemos descartar la posibilidad que se haya
derrumbado. Sólo desde el crucificado, podemos aprender a manejar bien el
sufrimiento. Jesús, desde la cruz, tuvo que luchar para aferrarse a Dios.
Nosotros también debemos aprender a hacerlo en nuestro sufrimiento y
enfermedad. Así, descubrimos que en el sufrimiento y en la enfermedad no estoy
solo, experimento la comunidad con Jesús. El contemplar a Jesús sufriente, me
ayuda a decir sí a lo que me molesta.
Así el sufrimiento no me amarga, sino que me
abre a mi verdadero YO que está en el fondo del alma y se encuentra
invulnerable a toda enfermedad y necesidad.
El sufrimiento no se ceba siempre en aquellos
que lo han merecido, sino también, y con bastante frecuencia, en aquellos que
han vivido con rectitud. El sufrimiento viene de fuera, sin que podamos
determinar siempre las causas. Como Job, debemos combatir el sufrimiento y
pelear y luchar con Dios. Debemos inculpar a Dios de que nos haya cargado con
algo así.
La enfermedad tenemos que aprender a
entenderla. De hacerlo, podemos luchar contra la enfermedad en un triple plano:
en el plano médico (probar todos los medios que la medicina tiene a disposición
contra la enfermedad); el plano psicológico (aprender a manejarme conmigo mismo
para que la enfermedad no se incremente sino que retroceda y, quizá, se cure),
y el plano espiritual (tomar la enfermedad como un desafío espiritual que me invita
a construir mi casa de vida en Dios y avanzar hacia mi propio ser espiritual).
La enfermedad obliga a preguntarnos sobre qué
deseamos construir nuestra vida: ¿deseo hacerlo sobre la salud y la vida
prolongada, sobre el rendimiento y el éxito, o sobre Dios? Si construyo sobre
Dios, la enfermedad no podrá aniquilarme. Una y otra vez me remite al
fundamento auténtico de mi vida, Dios.
A través de la enfermedad puedo descubrir
otros valores que se vuelven importante para mí: la oración, el silencio, la
música, la naturaleza, buenas conversaciones que giran en torno del misterio
del hombre y de Dios.
Quiero dejar en nuestras mentes las
siguientes preguntas:
¿Qué tanto esquivo el
sufrimiento, sea el del prójimo o el propio?
¿Tienes miedo de que te pueda
llegar el sufrimiento? si es así, ¿cómo manejas ese miedo?
¿Cómo tratas o manejas a una
persona que está teniendo una aflicción o que está sufriendo una enfermedad? ¿Te
puedes dedicar a ella?
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