jueves, 2 de octubre de 2014

…Y ¿qué decir del orden del universo?


  “Miren las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni juntan en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? (Mt 6,26).

  Yo creo que no hay ningún ser humano, creyente o no, que al contemplar la magnificencia de la creación, no haya quedado asombrado y admirado más de una vez por su belleza y orden que exhibe permanentemente. En más de una ocasión, por ejemplo, nos hemos asombrado por el orden que muestra el sol o la luna, que no han dejado de salir y ponerse cada uno a su tiempo desde el principio; o las estaciones del año que, cada una a su tiempo, está presta siempre para hacer su aparición… Y así podríamos seguir mencionando más ejemplos de la naturaleza. Lo que nos queda de todo este espectáculo de la naturaleza es su asombroso orden. De todo se desprende una máxima que dice que “todo orden necesita un ordenador”. Este orden que muestra la naturaleza en toda sus facetas, decimos que no lo pudo haber obtenido por pura casualidad. Ya el mismo apóstol san Pablo nos dice que “Dios es un Dios de orden; no de desorden”.

  El orden y la idea de la armonía contrastan con la concepción del caos original, y surge la interrogante: ¿cómo entra el orden en el caos? En el primer relato de la creación del génesis (1,1-2), leemos: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo…” Claro está que para un no creyente, estas palabras bíblicas no tendrán a lo mejor ningún sentido, y prefiere mejor seguir buscando el sentido de este orden por el lado de la ciencia o, como se dice también, por el lado de las ciencias exactas. Pensemos por ejemplo en el gran filósofo Aristóteles: para éste era totalmente inconcebible que de la nada surgiera algo y mucho menos orden. “De la nada, nada sale” reza la máxima filosófica. Para Aristóteles, del caos no puede surgir el orden, como de la oscuridad no puede surgir la luz. Nada se mueve al azar, sino que siempre tiene que haber algún motivo. Para Aristóteles, el orden tiene que ser anterior, no hay caos original, la raíz de todo es un principio ordenado y ordenador, la razón.

  Por parte el cristianismo también tenemos la idea o concepción de este orden que muestra la creación. Santo Tomas de Aquino es nuestra mejor carta en este sentido e interesante su planteamiento. Son muy conocidas las famosas cinco vías de la existencia de Dios de este gran teólogo. Santo Tomas distingue entre Dios y el mundo. Ambos son totalmente diferentes: “Dios no solo es el último fin de todo, la meta que atrae, también es origen”. Con estas palabras, se distancia de la concepción panteísta estoicista y aristotélica de Dios y el mundo. En la última de sus cinco vías es donde escribe su argumento teológico sobre este punto ya tratado, dice: “…Las cosas que no tienen conocimiento, no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia… Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas naturales son dirigidas al fin. Le llamamos Dios”.

  Quiero concluir citando las palabras del físico italiano Carlo Rubbia cuando le preguntaron si creía que Dios es necesario para entender la naturaleza; su respuesta fue: “No exactamente. En primer lugar, la religión es algo íntimo de cada uno. Sin embargo, la precisión, la belleza y el orden, -y subrayo la palabra orden-, de la materia es inmensa y cuanto más se adentra uno en las cosas más claro está que hay una inteligencia detrás, porque todo está construido de forma tan precisa que es imposible que sea el resultado de un accidente o de una fluctuación o algún tipo de combinación al azar. El esquema es tremendamente preciso y exacto y está en operación desde el principio del universo”.

  El orden del mundo sigue siendo un indicio tremendo para la existencia de Dios. Una vez  más, parece más racional creer en Dios que no creer (Martín Lenk, sj).

  Y san Buenaventura, contemporáneo de Santo Tomás de Aquino nos dice: “quien con el brillo de la hermosura de tantas criaturas no se ilumina, está ciego; quien no se despierta con tantos gritos y voces, está sordo; quien por todos estos efectos no alaba a Dios, esta mudo; quien a raíz de tantas pruebas no reconoce al primer principio de todo, es necio… Abre tus ojos; tus oídos espirituales acerca; suelta tus labios y ofrece tu corazón, para que en todas las criaturas veas, oigas, alabes, ames y veneres, proclames y honres a tu Dios”.

Bendiciones.

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