jueves, 23 de julio de 2015

Espiritualidad para un mundo desespiritualizado6: dimensiones de la espiritualidad.


Si nuestra espiritualidad no es fecunda; si no es capaz de transformar nuestro entorno, entonces no es verdadera espiritualidad. Podemos decir que la espiritualidad es una manera profunda de vivir la vida. Como ya hemos dicho en otros escritos anteriores, la espiritualidad no nos aparta de la realidad. Por lo tanto, la verdadera espiritualidad tiene que hacer fecunda nuestra vida para el mundo en todos los sentidos. De ahí que el mismo Jesús sea el que haya dicho que “él es la vid verdadera y nosotros los sarmientos, pues el que permanece en él da mucho fruto” (Jn 15,5). Si queremos que nuestra vida sea fecunda según el Espíritu, tenemos que entablar una relación íntima con Jesús.

Un aspecto importante de la espiritualidad es el seguimiento de Jesús. Seguir a Jesús es tratar de caminar como él  caminó la vida, haciendo el bien, curando a los enfermos, amando a los enemigos, sirviendo a todos como él sirvió, proclamar a todos el evangelio y practicar la misericordia. Seguir a Jesús es ser anunciadores y portadores de su paz y de reconciliación en una humanidad herida por el pecado. La verdadera espiritualidad nos compromete con el mundo en que vivimos; nos tiene que hacer capaces de hacer de este mundo un mundo cada vez mejor. Esto implica una vivencia en la vida diaria con una dimensión ética. La verdadera espiritualidad es forjadora de la conducta de los hombres y mujeres.

¿Quién es el forjador de nuestra espiritualidad? El Espíritu Santo, pero también está forjada por nuestra relación personal e íntima con Jesús. Esta dimensión personal espiritual tiene que verse reflejada también en nuestra relación con los demás. Esto es testimonio. Recordemos que nuestra relación es con un Dios que es persona. El Hijo de Dios no se disfrazó de ser humano, sino que se encarnó en el ser humano y así se hizo uno de nosotros y uno con nosotros. Si nuestra relación con Dios es buena y edificante, pues deberá de ser igual con los demás, porque: “todo lo que hagan al más pequeño de mis hermanos, me  lo hacen a mi” (Mt 25,40). La verdadera espiritualidad nos conduce a la solidaridad y al compromiso con los demás: “porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me fueron a ver” (Mt 25,35ss).

Otra dimensión de la verdadera espiritualidad es que la relación personal con Jesucristo se manifiesta en una comunidad nueva de los discípulos. Ya el evangelista Lucas nos ilustra sobre este punto cuando nos hace ver lo esencial de la primera comunidad cristiana: “perseveraban unánimes en el templo día tras día, y partiendo el pan casa por casa, participaban de la comida con alegría y con sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo el favor de todo el pueblo” (Hc 2,46ss). Aquí cabe la pregunta entonces: ¿Qué tanto están siendo nuestras comunidades imagen de esta primera comunidad cristiana? ¿Por qué hoy nuestras comunidades ya no son tan atractivas para muchas  personas?

Por último, no podemos dejar de hablar de la dimensión reconciliadora de la espiritualidad. El apóstol Pablo nos dice que el Señor “nos dio el ministerio de la reconciliación” (2Cor 5,18). La reconciliación no es solo para ser proclamada, sino sobre todo, para ser vivida, testimoniada dentro y fuera de la comunidad. Pero para que esto sea posible, primero tenemos que reconciliarnos con nosotros mismos, porque nadie da lo que no tiene. Esta reconciliación pasa por la experiencia de la cruz, tal y como lo enseñó e hizo el maestro: “no podemos mirar a la cruz de Jesús sin reconciliarnos con las personas con las cuales estamos en disputa o que rechazamos porque transitan otro camino” (Anselm Grün).

No se trata de ser o convertirnos en jueces o acusadores de los demás, porque todos tenemos siempre algo de lo cual purificarnos. Dios no nos ha puesto como jueces de nadie. El real y definitivo juicio le corresponde únicamente a Él: “Sólo un lenguaje que renuncia a evaluar y juzgar puede tener un efecto reconciliador” (Anselm Grün). El mismo Señor nos dio enseñanza de cómo tiene que ser nuestra actitud hacia los demás, cuando dijo que debemos de amar a nuestros enemigos (Mt 5,44), ante un mundo en el que impera todavía la ley del talión del “ojo por ojo y diente por diente”; un mundo vengativo y rencoroso, un mundo cada vez más violento; y lo que es inaceptable es que muchas de estas atrocidades se ejercen en nombre de la religión. Por eso es que nuestra espiritualidad cristiana es reconciliadora porque se fundamenta en el Dios del amor, la misericordia y la paz.

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