“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de
los cielos; bienaventurados los afligidos, porque serán consolados; bienaventurados
los mansos, porque heredarán la tierra;… bienaventurados los perseguidos por
causa de la justicia, porque a ellos pertenece el reino de Dios. Dichosos serán
ustedes cuando los insulten, los persigan, cuando digan mintiendo todo mal
contra ustedes, por causa mía. Gócense y alégrense, porque su recompensa será
grande en los cielos…” (Mt 5,3-12).
Jesús es el maestro de la
sabiduría que nos muestra el camino para que nuestra vida sea plena. Jesús
tiene una visión clara y profunda del mundo, y la esboza en este famoso sermón
de la montaña, que también lo expresa el evangelista Lucas. Pero este esbozo lo
hace con mucha sabiduría como lo harían también los grandes filósofos y otros
fundadores de otras religiones y culturas. Los evangelistas nos presentan de
esta forma a Jesús como un “líder para la
vida, o como el consejero para una vida plena”.
Para los evangelistas, en la
persona de Jesús se manifiesta la verdadera justicia; esa justicia que para los
grandes sabios griegos es el fundamento de una vida noble. Para el evangelista
Lucas, “Jesús es el maestro de la
sabiduría y el consejero para una vida exitosa y sana” (Anselm Grün). Pero
a Jesús lo que le da fuerza a sus palabras es precisamente sus actitudes: pone
en práctica lo que dice. Esto es lo realmente admirable en la persona de Jesús según
Lucas. Y por lo tanto es el ejemplo que debemos de seguir. Jesús nos enseña con
sus actitudes de vida que se puede ser buena persona en un mundo que está
permeado por acciones hostiles, que puede llegar a tener poder sobre nosotros y
hasta llegar a dominarnos; por esto mismo es que el Señor dijo “no teman a los que matan el cuerpo y no el
alma; teman más bien a aquel que puede perder alma y cuerpo en la gehena” (Mt
10,28). La espiritualidad cristiana es un arte que nos ayuda a vivir una vida
plena. Esto lo entendieron profundamente Jesús, Mateo y Lucas y así sus
seguidores se empeñaron en poner en práctica estas enseñanzas del Maestro.
¿Y qué pasa con la espiritualidad
vivida desde el trabajo? Es de muchos conocido la famosa frase “ora et labora” (ora y trabaja). La oración
debe de hacer fecundo nuestro trabajo. Jesús, el Maestro, tenía esta
perspectiva de la espiritualidad bien clara. De hecho, el mismo Jesús exaltó la
importancia del trabajo cuando dijo “mi
Padre siempre trabaja, por lo tanto yo también trabajo”. Una de las grandes
enseñanzas que todos los cristianos debemos de aprender es hacer de nuestro
trabajo una verdadera y permanente oración. Esto agrada a Dios. Hacer el
trabajo desde esta perspectiva es entregarnos a Dios. Asumir el trabajo desde
la oración es experimentar la verdadera libertad y realizar las actividades con
un ánimo diferente. El trabajo nos permite estar en manifestación constante de
paz, amabilidad, ayuda, humildad, etc. Pero si estas cualidades del trabajo no
las asumimos desde nuestra espiritualidad, será muy poco o casi nada lo que
podamos lograr perfeccionarnos en este terreno humano. Es que en todo tenemos
que glorificar a Dios. El apóstol Pablo nos dice: “ya coman, ya beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para
gloria de Dios” (1Cor 10,31).
San Benito nos participa en su
famosa Regla las tres actitudes principales para un trabajo exitoso. Si estas
son visibles en el trabajo, estaremos glorificando a Dios, a saber: la humildad, que es la virtud que nos
ayuda a no presumir de lo que no podemos; la segunda actitud es la de no permitir ningún engaño, que significa
no vender nuestro trabajo por más de lo que vale; y la tercera actitud es estar libres del vicio de la codicia,
que es la virtud que nos ayuda a ofrecer o vender las cosas más baratas de lo
que pueden ser entregadas por personas mundanas; y así se estará glorificando
en todo a Dios.
Como vemos, la espiritualidad
no es algo ajeno al mundo. Ya lo dijimos: no nos aparta de la realidad, sino
todo lo contrario. La espiritualidad hace que nuestra vida tenga sentido y nos
permite encontrarnos a nosotros mismos y nos dirige hacia los demás. La espiritualidad
nos lleva a entregarnos a los demás en una actitud de amor, tal y como lo puso
en práctica el Hijo de Dios cuando dijo: “no
hay amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Esta es nuestra tarea.
Bendiciones.
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