martes, 15 de septiembre de 2015

Jesus "es" la vida


“…Yo he venido para que tengan vida y la tenga en abundancia” (Jn 10,10).

  Por último, nos toca reflexionar sobre esta tercera categoría que Cristo mismo se aplica a su persona. Si Cristo Jesús es la Vida para nosotros, es porque antes de Él el hombre vivía atado o dominado por la muerte. Cristo es el centro de los corazones y de todos los espíritus que anhelan vivir la bondad y el amor.  Cristo es la Vida, porque desde ahora hace participar a los seres humanos en la comunión con el Dios vivo.

  No se ama sino aquello que se conoce bien. Por eso es necesario que tengamos la vida de Cristo en la cabeza y en el corazón, de modo que, en cualquier momento, sin necesidad de ningún libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película; de forma que, en las diversas situaciones de nuestra conducta, acudan a la memoria los hechos y palabras del Señor (Francisco Fernández Carvajal). Así nos sentiremos metidos en su vida. Porque no se trata solo de pensar en Jesús, de representarnos aquellas escenas. Hemos de meternos de lleno en ellas, ser actores.

  El resumen de nuestra fe es precisamente este: Cristo está vivo. Esa es la vida que celebramos, anunciamos y defendemos. Creemos en el Dios que está vivo y quiere que nosotros también vivamos. Para esto nos ha creado y nos ha enviado a su Hijo unigénito: para que todo el que crea en Él se salve y llegue al conocimiento de la Verdad. El mensaje central de la predicación cristiana no puede ser otro. Es cuestión de decidirnos a llevar el mensaje de vida, salvación, amor, liberación, justicia; y no el de muerte, condenación, odio, esclavitud y  sufrimiento.

  Vivimos en un mundo que está cada vez mas hundido en la muerte. Esto es lo que propaga a los cuatro vientos. Hoy la tendencia es a fomentar y legalizar lo que el Papa san Juan Pablo II denunció como la “cultura de la muerte”: aborto, eutanasia, uniones homosexuales, adopciones por estas parejas, etc. Esta es parte de las grandes tinieblas que envuelve al mundo, a la humanidad. La vida hoy más que nunca experimenta innumerables y graves amenazas. Esto nos puede llevar a sentirnos con una gran impotencia: el bien nunca tendrá la fuerza para acabar con el mal. Pero este es el momento en que el pueblo de Dios, y en él cada creyente, estamos llamados a profesar, con humildad y valentía, la propia fe en Jesucristo, Palabra de vida (1Jn 1,1). El evangelio de la vida no es una mera reflexión, aunque original y profunda, sobre la vida humana; ni solo un mandamiento  destinado a sensibilizar la conciencia y a causar cambios significativos en la sociedad. El evangelio de la vida es una realidad concreta y personal, que consiste en el anuncio mismo de la persona de Jesús, el cual se presenta al apóstol Tomás y a los demás como “el camino, la verdad y la vida”. Verdad que le fue comunicada y revelada a Martha y a María cuando murió su hermano Lázaro: “yo soy la resurrección y la vida…el que cree en mí, nunca morirá”.

  En Cristo se anuncia definitivamente y se da plenamente aquel evangelio de la vida que, anticipado ya en la revelación del Antiguo Testamento, resuena en cada conciencia desde el principio, es decir, desde la misma creación.

  En Jesús, Palabra de vida, se anuncia y se comunica la vida divina y eterna. Gracias a este anuncio y este don, la vida física y espiritual del hombre, incluida su etapa terrena, encuentra plenitud de valor y significado: la vida divina y eterna es el fin al que esta orientado y llamado el hombre que vive en este mundo. El evangelio de la vida abarca así todo lo que la misma experiencia y la razón humana dicen sobre el valor de la vida, lo acoge, lo eleva y lo lleva a término.

  Podemos concluir que, fuera de Cristo no hay más que error, sombras, muerte. Tenemos que procurar conocer bien a Jesucristo para seguirlo, imitando su vida, y para merecer de esta manera la vida eterna del cielo.


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