Hemos dicho anteriormente que
a mucha gente no le gusta oír ni hablar del pecado ya que les parece que es una
palabra fuera de moda. Pero lo cierto es que, aunque no nos guste esta palabra,
existe. No porque no queramos hablar del pecado no quiere decir que no exista,
que no sea real su presencia entre nosotros, en nuestras estructuras sociales.
Se da la impresión con esta actitud de que hay un silencio culpable en donde no
queremos hablar de ello, ni siquiera de Dios. Pero nos permitimos hablar de
cualquier otra cosa. Y nos preguntamos: ¿dejará de existir el pecado por estas
actitudes? La respuesta es simple y directa, NO. Porque su fuerza es abrazadora
y seductora, y arrastra a la persona a sus más hondas pasiones llevándolo por
tanto a un abismo profundo y difícil de salir por las propias fuerzas.
En los últimos años, está muy de moda hablar
de la ecología; de que debemos de proteger nuestro medio ambiente. Se habla
mucho del “cambio climático”, etc. Todo esto lo podemos relacionar con la
“creación”. La creación es uno de los terrenos en donde podemos verificar claramente
la presencia del pecado cuando la instrumentalizamos de tal manera que ya no es
un medio para nuestra sobrevivencia, sino más bien un instrumento de nuestro
afán de dominio desenfrenado. Ya sabemos claramente lo que nos dice el libro
del Génesis en el relato de la creación: “todo
lo que Dios creó, lo creó bueno”; y en otros versículos dice que lo creó
“muy” bueno. Esto es así porque Dios es la suma bondad y, por lo tanto, de él
no puede jamás venir o salir algo malo. El libro del Eclesiástico nos dice que “las obras del Señor son todas buenas”
(39,33). Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que
no todo es bueno: hay un contraste entre vida y muerte, paz y guerra, luz y
tinieblas, etc. La creación sufre violencia: “la creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente,
sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la
servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y
sufre dolores de parto” (Rm 8,20-22). En palabras de Martín Lenk, sj, en su
libro “Buscando a Dios”, dice: “el
dominio del ser humano sobre la tierra significa, por primera vez en la
historia del planeta, que tenemos en nuestras manos la posibilidad de
destruirlo por completo”. Pero, ¿cuál es la actitud de Dios ante su
creación? ¿De indiferencia? No. Sigue siendo una actitud de amor por su obra
creada. Dios no es un Dios de desorden, sino de orden.
Si la creación es buena, ¿por quién entonces
vino la maldición hacia ella? El libro del Génesis nos aclara esta cuestión,
cuando nos dice: “Al hombre le dijo: por
haber escuchado la voz de tu mujer y haber comido del árbol del que yo te había
prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa; con fatiga sacarás de él
alimento todos los días de tu vida” (Gn
3,17). Ahí está. Es la acción del hombre que al desobedecer a Dios, lo ha
llevado a ensañarse contra la creación; lo ha llevado a abusar de ella, a irla
destruyendo, etc. Eso es manifestación del pecado. ¡¡¡El pecado existe!!! Ya lo
dice el dicho: “no hay peor ciego que
aquel que no quiere ver”. No queremos ver el pecado; pero esto no quiere
decir que no exista.
¿Y la humanidad? En la humanidad se aprecia
también un gran desorden. Dios nos creó a su imagen y semejanza; por lo tanto
nos creó para la felicidad, para la comunión con ÉL… Había gran armonía entre
Dios y el hombre, entre el hombre y la creación, del hombre consigo mismo. Pero
por el pecado, ¿en qué está sumida la humanidad? Mirando alrededor vemos que
hay guerras entre pueblos y naciones; guerras en la economía, persecuciones
religiosas, abusos de los indefensos, abusos y muerte entre familias, etc. Bien
lo denunció el Papa san Juan Pablo II cuando acuñó la frase “cultura de la muerte”. Todas éstas
también son manifestaciones claras de la presencia del pecado en la humanidad.
El libro del Eclesiastés lo resume con estas palabras: “cierto es que no hay ningún justo sobre la tierra que haga el bien sin
nunca pecar” (7,20).
Concluimos reafirmando que el pecado existe.
Es parte de nuestra realidad y camina con nosotros como si fuera nuestra
sombra. Este no viene de Dios, sino por la desobediencia del hombre a la ley de
Dios. Dios sigue y seguirá amando su creación, él no puede contradecirse a sí
mismo. Sigue creyendo en su criatura y sigue apostando por ella y por todo lo
bueno que sembró en su corazón para que la relación entre ambos sea lo que
desde un principio quiso que sea: una relación de amor entre el Padre y los hijos
y de los hijos entre sí.
Bendiciones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario