Esta ideología
tiene su origen, -en la sociedad occidental,- sobre la base de la opresión de
la mujer que ha estado sometida a
estructuras machistas. Es una especie de feminismo radical que quiere acabar
con todo lo que tenga que ver u oler a machismo; pero sobre todo, acabar con
todo vestigio de cristianismo, ya que para éstos la religión es un medio inventado
por el hombre para oprimir a la mujer; y su enemigo principal a vencer es el
Vaticano. Los ideólogos de género no son feministas, pero utilizan el lenguaje
feminista radical. Este feminismo radical tiene también un trasfondo marxista;
de hecho, se puede decir que la ideología de género es hija de otras dos
ideologías: el relativismo y el marxismo. En cuanto al relativismo el orden
social no se ve como reposando en las leyes de Dios o de la naturaleza, sino
como resultado de las elecciones libres del individuo y del pueblo soberano. El
individuo toma sus decisiones apoyándose en las luces de la razón y
eventualmente en las ciencias, pero esta postura nos lleva a dar por supuesta
una ética en la que la clave para distinguir el bien del mal reside en la propia
persona. Pero si no hay una verdad objetiva, si el bien y el mal son
intercambiables, si somos incapaces de alcanzar la verdad o ésta está
supeditada a mí mismo, entonces resulta que cada uno de nosotros es su
autoridad suprema y nos encontramos con la no existencia de reglas generales
universalmente válidas, por lo que es fácil, al no haber un orden moral
objetivo, el caer en las mayores aberraciones. Lo bueno o lo malo, lo justo o
injusto, depende de mí y haré lo que quiero, porque soy yo quien lo decide.
En cuanto al Marxismo: este hace que sea el
Estado quien me concede mis derechos, pues no hay autoridad superior a él, y en
consecuencia dejo de ser sujeto natural de derechos que nadie puede violar. En
cuanto a la verdad, se identifica con aquello que interesa al partido. En
conclusión, nos encontramos ante una concepción totalitarista del Estado.
Otro elemento es la revolución sexual de los
60s (la búsqueda del sexo por el sexo, placer por placer). Otro punto que
promueve es la equiparación de los sexos, no ya en cuanto a derechos; sino más
bien a una opción que la persona debe poder tomar libremente y la ley tiene que
ampararla, protegerla; y las demás instituciones del Estado debe de apoyar a lo
que la persona manifieste, sin tener que pensar en operaciones ni nada
parecido, sino más bien es la pura manifestación de la voluntad.
El siguiente paso de esta ideología es
equiparar cualquier unión entre personas del mismo o diferente sexo con el
matrimonio natural y como consecuencia, proponen como “familias” otros tipos de
agrupaciones humanas, que trae como consecuencia que todo lo que la familia es
queda descartado: para éstos ideólogos de género familia puede ser cualquier
cosa: basta con que dos personas, no importando su sexo, se unan por cualquier
motivo para ser reconocida como familia. Es una autoconstrucción de todo: de la
persona, de la familia, de la sociedad, que sus consecuencias son grandísimas,
negativamente hablando. Es una dinamitación de la sociedad. Éstos manejan una
antropología totalmente contraria a la antropología cristiana. Este modelo de
ideología ha sido acuñado por viejos enemigos de la cristiandad que han querido
siempre acabar con el modelo cristiano.
Las organizaciones supranacionales como la
ONU, OEA, UE, los EE.UU; en diferentes conferencias, como la de Pekín en el
1995, fue lo que se podría llamar un “asalto a la familia”, ya que, en los
documentos conclusivos se presentaba a la familia natural o tradicional como un
obstáculo para el desarrollo de la mujer, una lacra que tenía la mujer que
superar; la maternidad se empezó a valorar negativamente. En el 2001, en
Ginebra se firma “El Tratado de los Comités” (comité de derechos humanos); en
donde se estableció que hay que eliminar de las legislaciones nacionales toda referencia
a los derechos y deberes de los padres sobre sus hijos en materia de educación,
reproducción y sexualidad. Pero es que ya esto se estableció en la Conferencia
de Pekín de que había que apartar a los menores de la injerencia de los padres,
en el sentido de que no tendrían ellos, -los padres-, capacidad ni autoridad ni
poder de decisión a la hora de transmitirles valores ni principios ni cultura.
El psicólogo de Harvard, B.F. Skinner, en su libro Walden II (1948) dice: “necesitamos un orden nuevo y más perfecto, en el que los niños sean criados por
el Estado, antes que por sus padres, y que sean entrenados desde su nacimiento
para demostrar sólo comportamiento y características deseables”. El Papa
Francisco, en la Exh. Ap. Amoris Laetitia (n. 84), nos recuerda: “la educación
integral de los hijos es obligación gravísima, a la vez que derecho primordial
de los padres… El Estado ofrece un servicio educativo de manera subsidiaria,
acompañando la función indelegable de los padres, que tienen derecho a poder
elegir con libertad el tipo de educación, accesible y de calidad, que quieran
dar a sus hijos según sus convicciones….Pero se ha abierto una brecha entre
familia y sociedad, entre familia y escuela, el pacto educativo hoy se ha roto;
y así, la alianza educativa de la sociedad con la familia ha entrado en
crisis”. Esto es un paso aterrador hacia un nuevo totalitarismo en el que se
pisotea, se invade la esfera privada en donde la familia no tendría ningún
poder de decisión sobre lo que el Estado haría con los niños. La educación de
los niños debe quedar totalmente apartada de lo que sus padres quieran
transmitirles.
¿Qué es lo trágico de esto? Pues que condenan
a la persona a sufrir, experimentar una frustración permanente. Se es hombre o
mujer desde que se nace hasta que se muere; no importa las operaciones que se
haga la persona para cambiar de sexo o tratamientos que se someta con ese fin;
se cambia la apariencia más no la esencia. Es un ir contra la naturaleza de una
forma violenta y esto crea una frustración desastrosa en la persona.
Para los ideólogos de género vale cualquier
tipo de agrupación de personas sin importar el sexo; vale también el derecho al
hijo (que es un derecho que no existe): una cosa es estar abiertos a la vida, y
otra muy distinta es el derecho a tener hijos. Esto es lo que da origen a
tantos experimentos de alto riesgo como la fecundación in vitro, vientres de
alquiler, o la adopción por parejas homosexuales que condicionan al niño a ver
como natural lo que no lo es. Un hijo no puede tomársele ni verse como un
instrumento de realización de nadie. La transmisión de la vida tiene que venir
en un ambiente de normalidad y con toda su dignidad. La vida humana tiene que
surgir en su ámbito natural; no en un ámbito de manipulación. Se podría decir
que estamos en una especie de mundo o humanidad desquiciada donde de pronto se
legaliza el aborto hasta considerarlo como un derecho (la candidata demócrata a
la presidencia de los USA, Hillary Clinton dijo en una entrevista para la
televisión que “los seres humanos no nacidos no tienen derechos”, y quiere
mantener esa protección constitucional); como la mujer que concibe un hijo a la
cual se le paga para que lo entregue a los que le dan el dinero (vientres de
alquiler o maternidad subbrogada). El futuro, según éstos adeptos, es una
sociedad en la que los hijos sean producto de la tecnología y la educación del
Estado; en la que impere el amor libre, entendido como la práctica del sexo por
puro placer, sin amor ni compromiso; sin matrimonio ni familia.
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