En 1973 la homosexualidad fue
sacada de la lista de enfermedades de desorden mentales, pero esto se debió a
la presión de grupos gays, a la cabeza Ronald Bayer, y es un buen ejemplo de
cómo la militancia política puede llegar
a interferir y alterar el discurso científico. Y en 2008 la APA (American
Psychological Association), declaró en su documento “Orientación sexual y
homosexualidad: aunque se ha investigado mucho sobre las posibles influencias
genéticas, hormonales, sociales, culturales y de desarrollo sobre la
orientación sexual, no se han encontrado evidencias que permitan a los
científicos que la orientación sexual está determinada por uno o varios
factores en particular. Muchos piensan que lo biológico y lo ambiental juegan
en conjunto roles complejos; la mayoría de las personas experimentan poca o
nula sensación de haber elegido su orientación sexual”. El escritor y ex
homosexual Richard Cohen, en su libro “Abriendo las puertas del armario: Lo que
no sabías de la homosexualidad”, nos dice que hay que comprender que este
fenómeno, más que un asunto político y moral, es más bien un asunto
psicológico, y que por lo tanto no debemos de seguir mirando con ojos de
rechazo a estas personas que sin haberlo elegido experimentan atracción por su
mismo sexo.
Las crisis de confusión sobre la identidad sexual que se da en la
adolescencia no son difíciles de superar, con o sin ayuda médica, según la
gravedad del caso. Lo que sería un gran error es que asuman la condición de
homosexual como algo normal y definitivo, y animarles a que desarrollen su
sexualidad en ese sentido.
Es importante tener en cuenta y llamar la atención en quienes defienden,
por ejemplo, la castidad o la fidelidad conyugal que tengan que padecer, en
nombre de la tolerancia, todo tipo de ataques o burlas, y sin embargo no se
pueda opinar sobre cómo debe abordarse el tema de la homosexualidad. Parece que
no puede hablarse sobre aquellos a quienes el progresismo oficial otorga la
condición de agraviados. Es una curiosa tolerancia unidireccional, por la que
unos pueden atacar pero nunca ser atacados. Al final es un simple problema de
libertad de expresión.
¿Qué nos enseña nuestra Iglesia
católica al respecto?
¿Es la iglesia la que ha sido dura y poco comprensiva con la
homosexualidad y los homosexuales? ¿O es más bien la misma sociedad, que en
muchas épocas y ambientes, ha asumido estas actitudes? Es verdad que muchos
católicos se han dejado contagiar por estas influencias de la sociedad, pero la
Iglesia sabe bien que las tendencias homosexuales constituyen para algunas
personas una dura prueba, e insisten en que deben ser acogidas con respeto,
compasión y delicadeza, y que ha de evitarse respecto a ellas todo signo de
discriminación injusta (CIC 2358).
Las inclinaciones o actos homosexuales son objetivamente desordenados y,
por tanto, es inmoral realizarlos, pero el homosexual como persona merece todo
respeto. Esas personas han de ser ayudadas para que puedan ser plenamente
felices. Y su necesidad principal no es el placer sexual, sino la alegre y
necesaria certeza de sentirse queridas, comprendidas y aceptadas personalmente.
La acción pastoral de la Iglesia con estas personas ha de caracterizarse por la
comprensión y el respeto. Tienen que sentirse miembros de pleno derecho de la
parroquia, y para ellos vale la misma llamada a la santidad del resto de los
demás hombres y mujeres. Hay que tener siempre presente la maternidad de la Iglesia,
que ama a todos los hombres y mujeres, también a aquellos que tienen grandes
problemas.