martes, 15 de noviembre de 2016

Hablemos del pecado: La prueba


“…Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro” (Gn 2,25).

  No caben dudas que la vida en el paraíso era buena, sencilla y gozosa. No había de que preocuparse. Como lo dice este versículo no había de que avergonzarse. Lo importante era vivir al máximo y en plenitud. La misma relación con Dios era plena. Dios mismo dialogaba con el hombre de sus cosas. Había una armonía plena con toda la creación. Pero, no todo ciertamente era perfecto. Más adelante, en el mismo pasaje bíblico, leemos: “Oyeron luego el ruido de los pasos del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista del Señor Dios entre los arboles del jardín (3,8)… Y al preguntarle el Señor por que había hecho eso, Adán contesto: estoy desnudo, por eso me escondí” (3,10). ¿Cuál fue la razón de este cambio repentino? Pues el pecado.

  El pecado nos desnuda ante Dios. Ante la presencia de Dios no se puede estar de cualquier manera, sino cuando nos presentamos ante Él en justicia y santidad. Jesús dijo: “Si fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, porque yo al elegirlos los he sacado del mundo, por eso los odia el mundo” (Jn 15,19). Pero lo cierto es que a Dios no podemos volver de cualquier manera: “No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mt 7,21); y el apóstol Santiago nos dice: “muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe” (St 2,18). Si el pecado nos desnuda ante Dios, la fe nos mantiene cubiertos y con una coraza que nada ni nadie podrá destruir. La fe, hecha obras nos mantiene la gracia y por lo tanto nos encamina a la santidad y estar en la presencia de Dios.

  El pecado ha provocado muchas y desastrosas consecuencias en el mundo y, sobre todo, en el mismo ser humano. Podemos mencionar el sufrimiento. En le Génesis 3,16 leemos: “Con trabajo parirás los hijos”. Esta consecuencia del pecado está dirigida a Eva; pero a Adán también le tocó: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gn 3,17). Estas dos sentencias siguen vigentes para la humanidad hasta que termine de cumplirlas mientras dure. Una segunda consecuencia del pecado es la muerte. San Pablo dice: “por un solo hombre entró el pecado al mundo y por este la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres” (Rm 5,12); y el apóstol Santiago dice: “el pecado, una vez consumado, engendra la muerte” (1,15). Como vemos, el cuerpo del ser humano sufrió las consecuencias más sensibles para la persona y ante ella reaccionamos con mayor ímpetu a causa del sufrimiento que suelen originarnos. También el alma sufrió las consecuencias del pecado, así como la voluntad y la libertad humanas.

  Concluyendo esta parte podemos decir entonces que la naturaleza humana quedó muy golpeada por el pecado. No está totalmente destruida, pero si muy herida por el dolor, el sufrimiento, la muerte, la concupiscencia, etc. Por eso es que Dios Padre nos ha enviado a su Hijo para redimirnos, para curar nuestras heridas, como la oveja perdida que al ser encontrada por el pastor la carga en sus hombros y la regresa al redil.

Bendiciones.

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