En su carta a los Romanos, san Pablo nos
exhorta a que no nos ajustemos a los criterios de este mundo, sino que nos
dejemos transformar por la renovación de nuestra mente, para que sepamos
discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo
perfecto (12, 1-2).
En
otras ocasiones hemos dicho y lo repetimos, que este mundo cada vez más está
descristianizándose, (veamos principalmente a Europa); y es que cada vez más
muchos cristianos se están acomodando a los criterios de este mundo y esto va
en contra de la enseñanza del evangelio. Si Cristo, que se nos presentó como la
luz verdadera que alumbra a todo hombre, y gran parte de la humanidad ha
rechazado esa luz, por lo tanto está viviendo y caminando en la tiniebla;
muchos cristianos también se han sumado y sumido en esa tiniebla porque se han
alejado de la luz y han dejado de ser la sal y luz para el mundo; han perdido
su sabor, se han vuelto sosos y están siendo tirados al suelo para ser
pisoteados; se han llenado de oscuridad y ya no pueden iluminar.
Hoy
escuchamos a muchos cristianos decir a boca llena que son cristianos pero de
mente abierta o, dicho en inglés que parece que suena más bonito, son “open
main”. Pero lo cierto es que hay tantas personas con la mente abierta que
podemos decir que se les ha salido el cerebro y parece que no se han dado
cuenta. Esta actitud ya la denunció el mismo Cristo cuando dijo “nadie puede servir a dos amos al mismo
tiempo…” Y es que con esa frase se da paso a todo lo que quiera entrar:
aborto, uniones legales entre homosexuales y adopción de niños por estos,
eutanasia, ideología de género, etc. Porque hay que ser inclusivos, y parece y
el mensaje es que Cristo, el evangelio y la Iglesia son excluyentes. Muchos
dicen “soy cristiano, pero de mente abierta”. Esto no es correcto: o se es
cristiano completo o no se es cristiano.
Pero
esta mentalidad, esto de ser de mente abierta, no afecta y tampoco es una
conducta que asumen sólo los laicos; es que también hay sacerdotes, obispos,
religiosas y algunas instituciones de la nuestra iglesia Católica que se han
plegado a este pensamiento relativista. En nombre de una falsa misericordia,
una falsa caridad y falsa tolerancia, hoy muchos están aceptando todo como
bueno y válido. No es raro encontrarnos con sacerdotes, obispos y colegios católicos
apoyando todo esto que el evangelio denuncia. Muchos cristianos se han dejado
arropar por esta oscuridad que les tiene nublado el cerebro y su fe, porque hay
que estar bien con el mundo y sus pompas, sus errores, sus equívocos, pero se
rechaza la enseñanza evangélica: Ya lo dijo el Cardenal Robert Sarah, Prefecto
de la Congregación para el Culto Divino: “decirle la verdad a los homosexuales
es amarles”.
Otro
síntoma de este plegarse a los criterios del mundo es adherirse a lo que los
analistas políticos llaman “lo políticamente correcto”, o como otros prefieren
llamar “pensamiento único”. Por eso es que también vemos cómo muchos de los
hombres y mujeres de la política, que están encargados de elaborar, aprobar y
aplicar las leyes en sus países y que se dicen que son cristianos, sucumben tan
fácil a este pensamiento único; no son fieles a sus convicciones cristianas y
después que la Iglesia les llama la atención, se sienten ofendidos, rechazados,
juzgados, señalados, etc. Tenemos el caso, -no el único-, de la legalización del aborto en Chile con el
apoyo del partido demócrata-cristiano y lo que les ha dicho el obispo de
Villarrica al respecto; y aquí en nuestra sociedad dominicana se ha tomado el
caso trágico de Emely y el aborto al que fue sometida para traer el tema de su
legalización por parte de los diputados con apoyo de las Ongs pro aborto, politizando
así esta tragedia, como si esta fuera la solución a esta problemática. Eso popularmente se llama “pescar en río
revuelto”. Y es que la Iglesia de Cristo, como madre que es, también debe de llamarles
la atención y hacer los correctivos de lugar cuando uno de sus hijos comete un
error, y más si este error es voluntario o intencional. En el evangelio esto se
llama “corrección fraterna”, es decir, corregir al que yerra con caridad, pero,
-al mismo tiempo-, con autoridad.
Por eso
san Pablo nos exhorta a que renovemos constantemente nuestra mente, pero a la
manera cristiana, de acuerdo a lo que el Espíritu Santo nos inspire. El cristiano
debe de ser el discípulo que manifieste sin tapujos ni vergüenza las enseñanzas
de su Maestro, Cristo Jesús, porque todo el que se avergüence de Cristo delante
de los hombres, Él se avergonzará de suyo delante de su Padre. Cristo mismo ya
nos había advertido que aunque estamos en el mundo, no somos del mundo; y que
nos eligió para que demos fruto en abundancia y que ese fruto perdure. No se
trata de estar con Dios y con el Diablo al mismo tiempo; no se trata de ser
complacientes con el mundo; no se trata de enseñar un mensaje diferente al que
nos vino a enseñar Jesucristo, porque el que se enseñe a los demás a cumplir un
mensaje diferente, ése será el más pequeño en el reino de los cielos.
Tenemos
que ser instrumentos en manos de Cristo para ayudar a otros a que lleguen al
conocimiento de la verdad y sean personas verdaderamente libres, porque para
eso nos libertó Cristo. Tenemos el Espíritu de Dios para poder discernirlo todo
y quedarnos con lo bueno rechazando lo malo. El que tenga oídos para oír, que
oiga.
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