miércoles, 15 de mayo de 2019

¿Por qué los católicos casados por lo civil o en unión libre, están impedidos de recibir la comunión eucarística y la confesión sacramental?


Lo primero que quiero dejar claro es que no pretendo agotar todo el tema en estas líneas ya que es imposible. Lo que sí quiero es presentar lo más fundamental al respecto y que nos sirva para poder conocer y entender la doctrina de nuestra fe con respecto a este tema. El mismo puede verse enriquecido por las opiniones y preguntas que se susciten, pero siempre apegado a la doctrina evangélica y eclesial. La enseñanza de la Iglesia se fundamenta en lo que podríamos llamar un trípode: 1) sagrada escritura, 2) la sagrada tradición (porque no todo fue escrito) y, 3) magisterio eclesial. Que no prevalezcan las opiniones personales y sentimentales, por encima de la doctrina evangélica y eclesial. Santa Catalina de Siena decía: “Hablen, griten con mil lenguas, porque de tanto callar, el mundo está podrido”. ¡Y nosotros no podemos callar la verdadera enseñanza que nos salva: el evangelio de Cristo!

  Quiero partir del libro de los Hechos de los apóstoles 9, 31-32, que dice: “La Iglesia gozaba de paz por toda Judea, Galilea y Samaría. Se consolidaba y caminaba en el temor del Señor y crecía con el consuelo del Espíritu Santo”.

  En estos dos versículos de los Hechos, leemos lo que es fundamental en todo este caminar en la fe, es decir, lo que le dará a la Iglesia y la mantendrá firme en su camino, es en la medida en que ella permanezca fiel a Cristo y su evangelio, y se deje guiar, sea dócil (sumisa) a  las inspiraciones del Espíritu Santo.

  La Iglesia es de Cristo, no nuestra. Y esto quiere decir que ella no tiene que reinventarse, sino ser fiel a Cristo y su evangelio. La Iglesia nace desde el evangelio, no al revés; el mensaje evangélico es anterior a la Iglesia. Por lo tanto, la Iglesia tiene que ser, -y de hecho lo es- , custodia, guardiana, depositaria y predicadora del único evangelio de Cristo. La Iglesia no se predica a sí misma, sino que predica a Jesús resucitado. El mandato de Jesús a la comunidad de los Doce y en ellos a sus sucesores, fue la de “ir por todo el mundo a predicar el evangelio, enseñarles a las gentes a cumplir todo cuanto el Maestro de Nazaret les enseñó y todo el que crea en este mensaje y se bautice, se salvará”. Pues esto es lo que viene cumpliendo la Iglesia desde su fundación hasta nuestros días.

  El obispo de Hipona, san Agustín, dijo: “¡Ay del hombre y de sus pecados! Cuando alguno admite esto, TÚ te apiadas de él; porque TÚ lo hiciste a él, pero no sus pecados”. Cristo mismo dijo: “No teman al que mata el cuerpo, pero no el alma. Teman más bien al que, matando el cuerpo, puede matar también el alma”. ¿Y quién es ese que puede matar el cuerpo y el alma? Pues el pecado mortal o grave. ¡Y es la muerte eterna, condenación eterna! Recordemos que una cosa es la persona, el pecador; y otra cosa es el pecado. Dios ama al pecador, pero rechaza el pecado; y Jesús vino a buscar, sanar, liberar y salvar al pecador de la enfermedad, esclavitud y condenación del pecado. Y también dijo Jesús: “Yo no vine al mundo a condenar al mundo, sino a que el mundo se salve por mí”.

  Hablando específicamente de nuestro tema, hay que decir que en toda la Sagrada Escritura  hay abundantes citas y textos que nos hablan acerca del adulterio. El adulterio es pecado grave, mortal. La misma Sagrada Escritura nos deja ver la importancia profunda que Dios le otorga al matrimonio; y ya el mismo san Pablo hablando del matrimonio, lo presenta como imagen de Cristo-esposo como cabeza de su Iglesia-esposa. Y la traición que en esta unión, -querida y establecida por Dios desde el principio, adulterio-, se considera o califica como pecado grave y es causa de condenación.

  Veamos lo que leemos en algunos pasajes bíblicos con respecto a este pecado. En el libro del Éxodo 20,14; así como en Deuteronomio 5,18 se nos habla del mandamiento de “no cometer adulterio”. En Levítico 20,10 leemos: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera”; en Mateo 5,28 leemos: “Pues yo les digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”; en 5,32: “Pues yo les digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto en el caso de fornicación, la hace ser adúltera, y el que se case con una repudiada, comete adulterio”; en 15,19 leemos: “Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias”. En Marcos 10,11-12 leemos: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; lo mismo la mujer que repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.

  Como vemos, es la misma Sagrada Escritura que califica el adulterio como pecado grave; y Jesús fue quien le dio su más profundo y definitivo sentido al calificarlo como pecado grave o mortal. Una de las cosas que muchos de nosotros los cristianos no hemos reparado en ello, a pesar de que está muy especificado en la Sagrada Escritura, es la radicalidad de Jesús y del evangelio. Jesús no vino a suavizarnos el mensaje, fue radical; Jesús no vino a buscar consenso ni a fortalecer el sentimentalismo ni a otorgar derechos; él vino a cumplir con la misión encomendada por su Padre, que fue la de salvar a sus hijos, predicando y enseñándoles la verdad, para que por esa verdad fuéramos libres y salvos. Y la Iglesia, que es la depositaria y continuadora de la misión de la evangelización iniciada por Jesús, anuncia en fidelidad a Cristo resucitado y su evangelio, nos guste o no nos guste; estemos de acuerdo o no; porque esto no se trata de consenso, sino de doctrina evangélica y eclesial. Hay quien le reclama a la Iglesia que de dónde ella se adjudicó esa autoridad para enseñar lo que enseña. Pues esa autoridad le viene dada, le fue otorgada, delegada por el mismo Jesús para que la ejerza en su nombre, cuando le dijo al apóstol Pedro y al resto de los Doce, y en ellos, a sus sucesores: “Te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19). Por esto, en continuidad con este mandato, la Iglesia nos enseña en el Catecismo de La Iglesia Católica n.1385c: “Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la reconciliación antes de acercarse a comulgar”; y en el n. 1415: “El que quiere recibir a Cristo en la comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la penitencia”. No podemos dejar de mencionar a san Pablo, que dijo: “Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre de Cristo. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación. Por eso hay entre ustedes muchos enfermos y débiles, y mueren tantos. Si nos examináramos a nosotros mismos, no seriamos condenados”. Es claro que el apóstol de los gentiles apela aquí a la conciencia de cada uno para el recto examen interior y poder estar capacitado espiritualmente para recibir la comunión. Cabe destacar con las citas anteriores del Catecismo que, queda claro que la Iglesia está basando su enseñanza en este aspecto en lo que respecta al fuero externo de la persona y no en el fuero interno. El papa san Juan Pablo II dijo: “De lo interno, ni la Iglesia se atreve a juzgar”.

  Entonces, dicho todo lo anterior, hay que decir lo siguiente. Un católico que esté casado sólo por el civil o en unión libre, o divorciado y vuelto a casar; está impedido de acercarse a los sacramentos de la comunión y confesión sacramentales. Pero, ¿por qué al de la confesión? Pues porque este sacramento está en relación y orientado a la comunión eucarística. Cuando la persona se acerca a la confesión, no puede hacerlo para confesar algunos pecados sí y otros no. Esto no quiere decir que la persona no pueda buscar y ser recibida para una dirección espiritual o conversación. Una cosa es la confesión sacramental y otra cosa es la dirección espiritual. También la persona debe saber y ser consciente de que, una cosa es el impedimento para recibir estos sacramentos; y otra cosa es la “exclusión de la comunidad”: la persona, aun en razón de su pecado mortal, no está excluida de la vida eclesial y comunitaria. La exclusión de la comunidad eclesial se da por medio de un decreto público de “excomunión” o, por autoexclusión de la misma persona. Cuando una persona, fiel católico, se auto excluye de la comunidad porque no le parece o no está de acuerdo con la doctrina enseñada, es un asunto personal del que así actúe; no puede echarle la culpa a la Iglesia. Es importante que la persona entienda que, al enseñar esta doctrina, la Iglesia no le está juzgando, sino más bien, evitándole una situación espiritual de condenación. También recordemos que los sacramentos y la gracia que recibimos en ellos, no son un derecho que tenemos los católicos en la Iglesia, sino más bien, son un don (regalo) de Dios a sus hijos en su Iglesia; y este regalo nos exige a todos cumplir con ciertas condiciones para poder recibirlos. No comulgamos porque tenemos derecho a comulgar; sino que, comulgamos porque estamos viviendo en la gracia de Dios. Ahora bien, su situación de “irregularidad matrimonial” no le impide vivir, practicar y realizar alguna acción apostólica en la Iglesia ni tampoco participar de los diferentes grupos eclesiales. De hecho, desde hace mucho tiempo existe en nuestra Iglesia una pastoral para divorciados.  

  Es bueno saber que el impedimento sacramental se aplica a partir del momento en que la persona tiene relaciones íntimas con su pareja. Es enseñanza de nuestra Iglesia el que a estos hermanos se les instruya en la belleza y práctica de la castidad, pero también sabiendo que esto nos exige una práctica de vida virtuosa, ya que es la misma gracia de Dios, por medio del Espíritu Santo el que lo hace posible en nosotros de acuerdo a nuestra disposición. También hay que saber que, una persona que este casado por la Iglesia y se haya separado, pero no establece una nueva relación sentimental, no tiene ningún impedimento para recibir los sacramentos; lo mismo el que haya estado casado solo por lo civil y se haya divorciado sin establecer una nueva relación sentimental.

  Por último, escuchemos lo que nos dice el profeta Jeremías 23, 9-15, al respecto de todo esto y de la actitud corrupta que asumen los falsos profetas y sacerdotes de su tiempo y que son denunciados: “Acerca de  los profetas. Se me rompe el corazón dentro de mí, se estremecen todos mis huesos, estoy como un borracho enajenado por el vino, a causa del Señor y de sus palabras santas. Pues de adúlteros está lleno el país, porque por una maldición está de duelo la tierra, se han secado los oasis del desierto. Corren tras la maldad. Su fortaleza no tiene fundamento. Hasta el profeta y el sacerdote son impíos, incluso en mi templo encontré su perversión. Por eso, su camino será como un resbaladero, serán empujados a las tinieblas y caerán en ellas; les traeré la desgracia el año de su castigo. Entre los profetas de Samaría vi una atrocidad: profetizaron por Baal y descarriaron a mi pueblo Israel. Pero entre los profetas de Jerusalén vi algo horrible; fornicar y caminar en la mentira. Y apoyaban a los malvados para que no se convirtiera nadie de su maldad. Por eso, así dice el Señor de los ejércitos acerca de los profetas: Yo les daré a comer ajenjo (comida amarga) y les hare beber agua envenenada, porque de los profetas de Jerusalén salió la impiedad para todo el país”. Quiero decir que, debemos tener mucho cuidado con la  enseñanza de una falsa misericordia. Hay sacerdotes que le dicen a algunos fieles que, sabiendo su situación sacramental irregular, les impulsan a comulgar y confesarse. El sacerdote que así actúa, sabe que está actuando en contra de la doctrina evangélica y eclesial induciendo al fiel a cometer sacrilegio y el fiel que está consciente de esto no debe de seguir ni aplicar ese mal consejo. Hay que decir que, “el que me ama de verdad, me dice la verdad, aunque me duela”; precisamente porque quiere lo mejor para mí; ese es el camino del verdadero amor. Cuando caemos en el falso concepto de la misericordia, hacemos daño y engañamos al otro. El que nos da falsa misericordia, es como si nos estuviera dando un caramelo diciéndonos que con eso nos vamos a sanar de nuestra enfermedad. No podemos caer en el abuso de la misericordia de Dios; es verdad que Dios es inmensamente misericordioso, pero también es inmensamente justo.

  Pues pidámosle a nuestro Señor Jesucristo que nos enseñe siempre, con su gracia, a ser fieles a él y su evangelio y que nos ayude siempre a ser obedientes a lo que nos enseña su iglesia en sus pastores. Que envíe siempre a su Iglesia buenos y santos pastores; y que los que ya somos pastores, que nos esforcemos por ser buenos, fieles y santos discípulos de Cristo. Que TODOS pongamos en práctica sus palabras: “El que a ustedes los escucha, a mí me escucha; y el que me escucha a mí, escucha al que me ha enviado”. Que nos de sabiduría y discernimiento para saber rechazar lo malo y quedarnos con lo bueno.



Bendiciones.

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