Tiempos
difíciles estamos viviendo en la actualidad. Vivimos el nuevo concepto antropológico
del hombre, fruto de la nueva reingeniería social, de la secularización Gran
parte de la humanidad está caminando en tinieblas, en una profunda oscuridad.
Parece que estamos habitando una tierra cubierta por un gran manto de sombra. Y
esto no es más que signo del pecado. Estamos sumergidos cada vez más en la tristeza,
el desánimo, el egoísmo, la envidia, las ambiciones desmedidas, el materialismo,
el consumismo, el disfrute de la vida con desenfreno y descontrol. Y es que el criterio parece ser es “lo que yo puedo
comprar, es lo que le demuestra al otro lo que soy”. Es la envidia social que
está calando en lo más profundo de nuestro corazón.
Seguimos viviendo en un mundo de
desigualdades entre ricos y pobres; aumento de la pobreza, hambre, falta o escasez
de recursos, desesperanza, guerras, violencia, terrorismo, etc. Todo esto tiene
un denominador común: la ambición del poder que se logra, sobre todo, por la
influencia del dinero.
Este es un panorama poco motivante. Pero en
medio de éste se nos hace presente el motivo de nuestra esperanza: ha aparecido
la gracia de Dios que trae la salvación, porque un Salvador nos ha nacido. Esta
esperanza que nos trae el Salvador nos comunica a todos que el cambio en
nuestras vidas es posible; que esta realidad de oscuridad en la que transitamos
puede llenarse de luz; la luz que él nos trae y que es él mismo: “Yo soy la
luz verdadera que alumbra a todo hombre; el que viene a mí nunca caminará en
las tinieblas”. Pero también es la lámpara que ilumina nuestro camino para que
podamos vencer las tinieblas de la impiedad y recuperar la esencia y práctica
de una vida sobria y religiosa.
La Navidad, el nacimiento del Salvador, nos
dice que las cosas pueden ir mejor; que la justicia y la solidaridad nos pueden
ayudar a acabar con tanta miseria y mezquindad; que las desigualdades pueden
desaparecer; que el encuentro con el otro es posible para juntos buscar y
construir el diálogo respetuoso para poder entendernos en la búsqueda de
soluciones a los grandes problemas y dificultades que vivimos. El nacimiento de
nuestro Salvador nos hace posible el practicar la tolerancia en la construcción
de la verdadera paz que nos lleva al respeto de los demás, de sus ideas y de
sus sentimientos.
Nuestro Salvador ha venido a nosotros; ha establecido
nuevamente su morada entre nosotros. Toca a nuestras puertas para que lo
recibamos: “Mira que estoy a la puerta, tocando; si tú me abres, mi Padre y
yo vendremos y haremos en ti nuestra morada”. Pero ¿estamos nosotros
preparados para escucharlo y acceder a lo que nos pide? ¿Hemos acallado nuestro
interior, nuestro corazón, de esos ruidos ensordecedores que hay a nuestro
alrededor? ¿Esta nuestro corazón vacío de lo superfluo, de nuestros intereses,
para dar lugar a los intereses de Cristo? ¿Dar lugar a sus bendiciones? ¿A sus
misericordias? ¿Existe en nosotros el valor para dejar que entre a nuestra
vida, a nuestro corazón? ¿O nos domina el miedo? ¿Resuenan en nosotros aquellas
palabras que el ángel del Señor le dirigió a la Virgen María, a Zacarías y a
san José: “No temas”? ¿O las palabras dichas por el mismo Jesucristo: “No
tengan miedo; crean en Dios y crean también en mí?”
Quiero también aprovechar este acontecimiento
para reflexionar sobre este nuevo lenguaje que se viene implementado desde hace
unos años atrás sobre la Navidad, en cuanto a la palabra y su significado;
pero, sobre todo, esa intención sesgada que viene imponiendo un grupito de la
élite globalista con sus políticas impositivas y que su intención es ir
borrando todo vestigio religioso-cristiano de nuestra cultura occidental. Pues
esto no tiene nada que ver con la casualidad ni mucho menos con la falsa idea o
intención de evitar cualquier señal de discriminación y exclusión para aquellos
que no profesan ninguna creencia religiosa ni tampoco para los que no profesan
la fe cristiana. Esto va más bien en el sentido de la manipulación, del engaño
e ideologización que se viene imponiendo a la humanidad y que viene avanzando,
- no de manera unísona en todos los países -, ya que, en unos está más avanzado
que en otros. Pero la intención siempre es la misma: imponerla a todos por
igual. Esto también es parte de la agenda ideológica que este grupito de la
élite globalista viene imponiendo a los políticos de las naciones que, con su
chantaje de inclusivismo y antidiscriminación, imponen a sus títeres en el
poder, para que éstos, a su vez, la impongan a sus gobernados.
La Navidad es una celebración religiosa
cristiana. Encierra una fuerte carga de ternura y de recogimiento. Pareciera
que la Navidad tiene una especie de toque mágico. Esta celebración es
aprovechada por todos, -creyentes y no creyentes; cristianos y no cristianaos
-, que evoca distintos sentimientos de gran gozo, recuerdos hermosos, ambiente
familiar con celebraciones y comidas compartidas. Para otros la Navidad no es
más que una fiesta de puro jolgorio, que invita al consumo muchas veces
desmedido y al despilfarro; a darle gusto al cuerpo, - como se dice
popularmente: “Frente a una cultura consumista que tiende a ignorar los símbolos
cristianos de las fiestas navideñas, preparémonos para celebrar con alegría el
nacimiento del salvador, transmitiendo a las nuevas generaciones los valores de
las tradiciones que forman parte del patrimonio de nuestra fe y cultura”
(Benedicto XVI). También está el tema de la nostalgia, del recuerdo de ese o
esos ser/es querido/s que ya no está/n en este mundo o que vive/n en otro país.
Hay también personas que no les gusta la Navidad porque les provoca depresión,
tristeza, amargura, etc.
Pero recordemos que la Navidad es sobre todo
“encuentro”. La palabra “encuentro” evoca también otra palabra: “búsqueda”. El
hombre siempre está en búsqueda: “Contemplando a este niño, percibimos la
gran confianza de Dios en nosotros y las grandes posibilidades de hacer cosas
hermosas y grandes en nuestras jornadas, viviendo con Jesús y como Jesús”
(Benedicto XVI). Dios viene a nuestro encuentro, así como lo hizo con Saulo,
cuando éste iba camino a Damasco en su persecución. Pero también viene a
nuestro encuentro como lo hizo con aquellos dos discípulos camino a la aldea de
Emaús; se acerca y conversa con nosotros. Dice el evangelio que es el Dios con
nosotros y debemos estar alegres porque Dios ha visitado a su pueblo. Así
saludamos su llegada: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Así, Dios nos
manifiesta de una manera definitiva su gran amor por nosotros, sus criaturas;
pero, sobre todo, por nosotros sus hijos e hijas. Y es que Dios no quiere que
ninguno de sus hijos e hijas perezca, sino que, al conocer a su Hijo, tenga
vida eterna. Dios quiere que tengamos vida en su nombre y que, por su amor,
aprendamos a ser hermanos.
Nuestra Iglesia católica siempre nos ha
invitado a que preparemos esta celebración de la Navidad. Por eso nos ofrece el
camino del Adviento, que son cuatro semanas previas que vamos reflexionando en
diferentes aspectos de La Palabra de Dios que nos presenta el evangelio
sobre el acontecimiento del nacimiento de su Hijo en Belén. En este camino del Adviento
tuvimos la oportunidad de reflexionar cada domingo sobre un aspecto especial del
mismo: el primer domingo se nos hizo hincapié en la actitud de estar
vigilantes; el segundo domingo se nos habló de la paz; el tercer domingo se nos
habló de la alegría; y el cuarto domingo ya se nos encaminaba hacia el
nacimiento del Hijo de Dios.
Decía el papa san Juan Pablo II en 1978, en
su primer mensaje de Navidad que, “deseaba que sus palabras respondan a la
sencillez y profundidad que la Navidad irradia para todos… y que la naturaleza
humana asumida místicamente por el Hijo de Dios en cada uno de nosotros, que
hemos sido adoptados en la nueva unión con el Padre, sea la chispa de luz más
profunda de la humanidad a quien Dios ha visitado, esta humanidad acogida de
nuevo y asumida por Dios mismo”. Y el papa Benedicto XVI, en su mensaje de
Navidad en el 2005, dijo: “El hombre de la era tecnológica, si se encamina
hacia una atrofia espiritual y a un vacío del corazón, corre el riesgo de ser
víctima de los mismos éxitos de su inteligencia y de los resultados de sus
capacidades operativas. Por eso es importante que abra la propia mente y el
propio corazón a la Navidad de Cristo, acontecimiento de salvación capaz de
imprimir renovada esperanza a la existencia de todo ser humano”.
Desde que se acerca el mes de noviembre, ya
se siente el ambiente navideño en muchas personas, familias e instituciones.
Otros prefieren esperar a que inicie el mes de diciembre para empezar el
ambiente navideño. Se habla siempre de la típica brisa de navidad, las luces,
los arbolitos, el pesebre. Desde hace
tiempo hemos venido escuchando por diferentes medios, ya sean personal o los
medios de comunicación, en los diferentes programas por televisión, radio, etc.,
el que se desea unas “felices fiestas”. Y el argumento es: “para no ofender ni
discriminar a los que no son cristianos o no profesan ninguna religión”. Pero
¿desde cuándo decir y desear feliz Navidad fue o ha sido ofensivo? ¿Entonces
los que debemos de ceder o arrodillarnos siempre somos los cristianos? ¿Somos nosotros, los cristianos, los que
siempre debemos dejar de ser discriminatorios, pero los demás con nosotros no
lo son al imponernos sus ideas? ¿En realidad afecta o se discrimina, al decir
feliz Navidad, al que no es cristiano o ateo? ¿Le ha importado a esta gente
anteriormente el que se celebre o no la Navidad con todo su significado
religioso? ¿No se han gozado estas personas las fiestas navideñas, sean
creyentes o no, como cualquier otra fiesta sin más? ¿Pues ahora resulta que es
ofensivo y discriminatorio decir y desear feliz Navidad? Podemos hacernos más
preguntas. Pero, no nos engañemos ni permitamos que nos engañen y manipulen. Lo
que realmente está detrás de esta intención es, como ya hemos dicho, querer
borrar todo vestigio, sentido, identidad y sentimiento cristiano de nuestra
cultura occidental.
Tenemos ejemplos de cómo ha venido avanzando
e imponiéndose esta idea de querer borrar la identidad cristiana. Esta fiesta
está prohibida en muchos países. Por ejemplo: Arabia Saudita, país musulmán en
donde los cristianos están sometidos a muchas restricciones por el hecho de
serlo y, donde también se les obliga a practicar su religión de manera privada;
Corea del Norte, donde su presidente ordenó la no celebración de la Navidad el
25 de diciembre, sino más bien que se celebre la memoria de su abuela que nació
ese día, pero en el año 1919, llamándola “la sagrada madre de la revolución”;
Tayikistán, de mayoría musulmana y donde está prohibido celebrar la Navidad y
todo los elementos que tienen que ver con ella, como son los nacimientos,
fuegos artificiales, comidas, entrega de regalos, etc.; el país de Brunéi, que
prohibió la celebración de la Navidad alegando que podría influir en la
desviación de los musulmanes y dañar su fe; y Somalia, que prohibió la
celebración de la Navidad por considerarla una amenaza para su fe musulmana.
También están los llamados países escandinavos o nórdicos (Dinamarca,
Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia), que le han declarado una especie de
“guerra a la Navidad”. Y, recientemente, ha sucedido que, en el Reino Unido,
-Inglaterra -, se ha dado la orden a sus funcionarios de gobierno de no
mencionar la palabra “Navidad” en sus fiestas de fin de año, para no ser
discriminatorios ni exclusivos, y más bien ser inclusivos y diversos; así como
el lamentable hecho de que varias iglesias anglicanas han tomado la decisión de
cambiar las letras de los tradicionales villancicos navideños para incluir
letras inclusivas y no discriminatorias hacia los grupos LGTBIQ+.
Entonces, vemos una vez más que se utiliza
esta fiesta cristiana para tener sus celebraciones, pero le anulan todo sentido
religioso. Parecería que lo más lógico es que no celebren ninguna fiesta y
vivan estos días como cualquier otro. Pero no, así no. Entonces los que tenemos
que doblegarnos somos los cristianos, porque somos los abusivos,
discriminatorios y exclusivos; pero los demás no lo son. Ellos aprovechan y
celebran la temporada navideña, que es una fiesta religiosa-cristiana, pero hay
desear unas felices fiestas.
Repito: la Navidad es una celebración
religiosa cristiana. Nos trae un maravilloso y grandioso mensaje de amor, paz y
alegría. La Navidad nos trae la luz que ilumina nuestra tiniebla del pecado que
nos conduce a la muerte. Jesús llega como el sol que nace de lo alto y que
nunca será derrotado. La Navidad es la manifestación grande de la esperanza
divina para nosotros los hombres. Esa esperanza que hoy está en crisis, que se vive como desesperanza: el hombre vive sin sentido,
no sabe de dónde viene ni tampoco a dónde va; no sabe quién es, pierde
conciencia de su propia identidad. La esperanza es la virtud que nos
permite sobreponernos a un presente difícil, para proclamar y disfrutar la
victoria de Dios. La virtud de la
esperanza no huye de los problemas, sino que mira a través de ellos y descubre
que el plan de Dios es más grande y hermoso.
La Navidad no es una fiesta más. Los
cristianos celebramos la Navidad: el nacimiento del Hijo de Dios entre
nosotros. No celebramos una simple fiesta, y por eso nos preparamos para ello
en el Adviento. Todo el que quiera celebrar la Navidad como una simple fiesta,
esa es su libertad. Pero no podemos permitir que nos quieran doblegar a sus
antojos ideológicos y manipuladores con los que quieren anular nuestra fe e
identidad cristiana. En la Navidad, Dios hace lucir el sol de su amor para
todos. Con el acontecimiento de la Navidad, Dios no excluye a nadie: da a todos
la posibilidad de cambiar y creer en el amor. Y es que la Navidad sin Cristo,
no es Navidad.
La Virgen María es figura clave de la
Navidad. Es la mujer creyente de la fe perfecta; a través de ella comienza una
nueva era: la del Mesías, su Hijo. Ella
supo escuchar la palabra de Dios y dejar que se encarnara en su vientre, en su
vida toda. Ella nos enseña a amar sin exigir recompensa. Es el amor que nos
lleva incluso al perdón. La Virgen Madre nos da ejemplo y testimonio de que
debemos de tener la capacidad de reposar ante y junto al misterio. Es decir,
detenernos, bajar la velocidad del ritmo de la vida en estos días, sobre todo.
Debemos saborear, gustar lo que ya está sucediendo.
Sí, digamos ¡Feliz Navidad!, aunque les
truenen los oídos a muchos. El que no quiera decir ni desear “feliz navidad”,
que se tape los oídos. Tenemos motivos de sobra para celebrar este
acontecimiento que marca nuestras vidas tal y como es. La alegría es el
verdadero don de la Navidad, y debemos transmitirla de buena gana, sin una cara
de vinagre, como diría el papa Francisco. Ya basta de estar cediendo ante el
chantaje y manipulación de los intolerantes que exigen tolerancia. La Navidad
no excluye a nadie. Se excluye el que quiere, el que no le importa el sentido
trascendente se su existencia. Porque lo cierto también es que, aunque no les
importe desprecien o nieguen el aspecto religioso de la Navidad, no quieren
quedarse fuera de ella.
¡FELIZ NAVIDAD!