Por Pbro. Robert A. Brisman P.
Con esta afrenta, a esta sociedad moderna se
le ha olvidado que el hombre fue creado con el fin de alabar a Dios, honrarlo y
servirle según la voluntad divina, y así salvar su alma. El filósofo español
Rafael Gambra, escribió: "Una sociedad en que el Dios verdadero no
tiene derechos es una sociedad destinada a perecer a manos de sus ídolos".
Y esta sociedad moderna y progre, con este afán de legalizar la muerte, ha
caído en manos del dios Moloc. Por esto C.S. Lewis dijo: "Quién se
rinde sin reservas a las demandas temporales de una nación, de un partido o de
una clase está dándole al César aquello que, por encima de cualquier otra cosa,
pertenece categóricamente a Dios: uno mismo”.
Nos viene bien recordar aquí las palabras del
papa Benedicto XVI, con respecto a los principios no negociables: "La
protección de la vida en todas sus fases, desde el primer momento de su
concepción hasta su muerte natural; reconocimiento y promoción de la estructura
natural de la familia, como una unión entre un hombre y una mujer basada en el
matrimonio, y su defensa ante los intentos de hacer que sea jurídicamente
equivalente a formas radicalmente diferentes de unión que en realidad la dañan
y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y sus
papel social insustituible; la protección del derecho de los padres a educar a
sus hijos. Estos principios no son verdades de fe, aunque queden iluminados y
confirmados por fe; están inscritos en la naturaleza humana, y por lo tanto son
comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia en su promoción no es por
lo tanto de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas,
independientemente de su afiliación religiosa. Por el contrario, esta acción es
aún más necesaria en la medida en que estos principios son negados o
malentendidos, pues de este modo se comete una ofensa a la verdad de la persona
humana, una grave herida provocada a la justicia misma".
No hay dudas de que por el camino que va la
humanidad, lo que está demostrando es su odio a la vida, y, por lo tanto, es
odio al amor; porque el amor genera vida y la vida se fundamenta en la verdad.
El papa Pablo VI, en la encíclica Humanae Vitae, señaló a los gobiernos:
“Decimos a los gobernantes, que son los primeros responsables del bien común
y que tanto pueden hacer para salvaguardar las costumbres morales: no permitan
que se degrade la moralidad de sus pueblos; no acepten que se introduzcan
legalmente en la célula fundamental, que es la familia, prácticas contrarias a
la ley natural y divina. Es otro el camino por el cual los poderes públicos
pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico: el de una
cuidadosa política familiar y de una sabia educación de los pueblos, que
respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos”.
Esta deriva asesina por la cual avanza y se
hunde la humanidad, no es más que una señal inequívoca del poder espiritual del
mal, es decir, del diablo. Es un combate, una ofensa y una oposición radical al
mismo Dios. Y ante esta afrenta, como Iglesia de Cristo, debemos seguir dando
la batalla de defender, promover y proteger la vida, sobre todo del más
indefenso, el niño por nacer. Como Iglesia, somos el último escudo frente a
esta nueva ética mundial de genocidio que está arropando al mundo.
Termino este artículo, citando nuevamente al
cardenal Carlo Caffarra: “La concepción de una persona es un acontecimiento
grandioso. Es el resultado de un acto creador de Dios y del acto de la unión
conyugal. Dios ha querido al hombre desde el principio. Y lo quiere en cada
concepción. Ninguno de nosotros viene al mundo por azar o necesidad. Su ser es
debido a un acto creador de Dios. Cada uno de nosotros puede decir: yo estoy
porque Dios me ha querido. Ninguna persona puede ser sólo utilizada ni
instrumentalizada”.
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