miércoles, 8 de enero de 2025

Jesús: Príncipe de la paz.

 por Pbro. Robert Brisman

Hemos iniciado este nuevo año 2025. Le damos gracias al Todopoderoso que nos haya permitido terminar un año e inmediatamente iniciar otro. El Dios de la vida se sigue manifestando con nosotros haciéndonos partícipes de su misma vida, porque para esto nos ha creado, como nos lo dijo y enseñó nuestro Señor Jesucristo.

  El Maestro de Nazaret, el Hijo de Dios, en su predicación de la buena noticia de salvación, nos hizo la promesa de la paz. Dijo que nos da la paz, no como la da el mundo, sino como es en realidad, es decir, como un don, un regalo de Dios. Es la paz que nace, que se gesta en nuestro interior, en nuestro corazón. Es la paz que debemos testimoniar siempre en donde nos encontremos. Es la paz que funciona de adentro hacia fuera; la paz que anida en nuestro corazón. Por eso es un don de Dios. Pero, la paz también es uno de los bienes espirituales que el Señor nos trajo y que están contenidos en el mensaje del evangelio; más específicamente, es uno de los bienes espirituales del Reino de Dios. Cristo es nuestra paz y alegría; el pecado, por el contrario, siembra soledad, inquietud y tristeza en el alma. Y es que el verdadero discípulo y discípula de Cristo es mensajero de paz. Pero no de cualquier paz, sino de la paz que nos regala Dios. Anunciamos y predicamos lo que vivimos. Es la paz que no quiere decir ni debemos entender como ausencia de guerras, ni de pleitos, ni de rencillas, ni de odios, ni de chismes, ni de conflictos, etc. Es, más bien, la paz que debemos aprender a vivir en medio de las dificultades; como dice la canción: “paz en medio de la tormenta”.

  Jesús vino a predicarnos el Reino de Dios, puesto que este es el mensaje central del evangelio, su columna vertebral. Y este fue el mandato y la encomienda que les entregó a la comunidad de los Doce y, en ellos, a toda la comunidad de su Iglesia. La Iglesia es la continuadora de la única misión de evangelización iniciada por Cristo y continuada por sus apóstoles y en ellos, toda la comunidad eclesial. La evangelización es tarea de todos los bautizados. Todos somos evangelizadores, pero no todos la realizamos de la misma manera. El mensaje del evangelio es el mismo, no cambia, es inmutable. Lo que cambia es o son los métodos de evangelización, de cómo llevar a cabo esa misión evangelizadora de nuestro Señor Jesucristo. Pero, lamentablemente, no todos los bautizados somos conscientes de esta tarea y obligación bautismal. No todos los bautizados cumplimos con esta misión evangelizadora, ni mucho menos están evangelizados. También hay que evangelizar a los bautizados.

  La Iglesia es evangelizadora y evangelizada al mismo tiempo. Es mucho el terreno o las realidades en las que aún muchos no conocen a Cristo o que a pesar de estar bautizados están muy débiles y alejados en su compromiso y práctica cristiana. Pensemos, por ejemplo, la realidad de muchas familias en donde uno o dos miembros son los que están en la práctica del camino de la fe y los demás miembros no: están alejados, no les interesa o son indiferentes. Esto también ha sido para muchos, objeto de incomprensiones, burlas y cierta persecución dentro del seno familiar. Pues en esa realidad familiar es necesario testimoniar la gracia de Dios para que así sean familias que puedan estar edificándose sobre la roca firme que es Cristo y su evangelio.

  Otras realidades que necesitan ser evangelizadas son los ambientes laborales, las amistades, la política y la economía. Esto es hacer presente el Reino de Dios en cada uno de nuestros ambientes, que no solamente tiene que ver con lo religioso.

  En este nuevo año que comienza, pidamos a Dios que nos guíe y ayude con su gracia santificante a vivir como verdaderos hijos e hijas suyos, y fieles discípulos de su amado Hijo Jesucristo para fomentar la paz en medio de tanta guerra y odio. Seamos hombres y mujeres de verdadera paz en nuestro corazón para estar mejor capacitados para vivir como hijos e hijas de Dios, fortaleciendo la fraternidad con los demás.  Este deseo de paz del Señor necesita de corazones dóciles y humildes que estén dispuestos a dejarse transformar por este bien espiritual. Seamos hacedores y constructores de la paz de Dios, que sobrepasa todo anhelo y esfuerzo humano.

martes, 3 de diciembre de 2024

El Mundo de lo absurdo

 

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la palabra “absurdo” como contrario y opuesto a la razón, que no tiene sentido. Y esta definición aplicada a la realidad del mundo de hoy es precisamente lo que estamos viviendo. Vivimos en el mundo de lo contrario y opuesto a la razón y al sinsentido. Dicho de otra manera, es aplicar la frase conocida de que hoy el sentido común es el menos común de los sentidos.

  Pues no es de extrañar que, si no todos, si muchos nos preguntemos ¿Qué le está pasando a la humanidad? ¿Por qué hemos caído en lo absurdo? ¿Quién es el que está mal: yo o el resto del mundo? ¿Por qué la humanidad hoy ha perdido el sentido común? ¿Qué le está sucediendo a la humanidad hoy, que parece que ya ha dejado de pensar? Parece que estamos viviendo en un mundo utópico, el cual ya describió el novelista británico, George Orwell, en su novela utópica “1984”. Si este autor hubiera vivido en nuestros días de seguro que se habría quedado asombrado de ver cómo lo que describió a mitad del siglo pasado en su novela, hoy se está convirtiendo en una realidad.

  Se percibe un cierto sentido de demencia total en el que muchos, sobre todo aquellos que nos sentimos y nos esforzamos por vivir en la cordura, nos sentimos hasta a veces solos, solitarios; se percibe una sensación de vivir en otro planeta muy lejano a la tierra. Nuestra sociedad occidental ha venido sufriendo lo que se ha denunciado como su decadencia. Cicerón dijo: “Cuanto más cerca está la caída de un imperio, más locas son sus leyes”. Y esta decadencia parece que tiene un tinte de irreversibilidad. Pero esto no ha sido algo fortuito, sino más bien provocado, buscado y fomentado. Porque hay una élite globalista que se ha enfocado precisamente en inflingir el más grande y profundo daño a los valores y principios occidentales para ellos poder ir imponiendo su propio estilo de vida a la humanidad. Se han erigido en una especie de dioses que, - sin que nadie se lo haya pedido ni tampoco han consultado-, le vienen a decir al resto del mundo cómo tienen que vivir. Pero son medidas que ellos no están dispuestos jamás a enseñar con el ejemplo. Todo viene siendo parte de una agenda que es bien conocida como “Agenda 2030 Objetivos del Desarrollo Sostenible”, y que se ha prolongado ahora en una nueva agenda llamada “Pacto del Futuro 2045”, denunciada por muchos. Ya un ministro del interior español afirmó que esta Agenda era la “biblia”.

  Parece que estamos viviendo una de esas películas de ficción, que ya muchos no saben distinguir entre la realidad de la ficción, ciertamente. Como ejemplo de este mundo absurdo, parece que tenemos que creernos cosas como esta: un hombre, - en el estado norteamericano de Arkansas -, que se enamoró de su automóvil, acabó con su corazón partido porque el carro Chevy Monte Carlo del 98, fue desguazado por un accidente cuatro años antes. Esto es lo que se ha denominado “objetofilia”, amor por los objetos. Años atrás, estas conductas eran objeto de que a la persona se le tratara de manera psiquiátrica. Pero hoy esta conducta es validada y defendida, y hasta legislada como un derecho. Nos hace pensar en la canción de Juan Luís Guerra que lleva por título La guagua va en reversa. Pues así va el mundo, en reversa. Esta gente ahora se cree que son los normales y, los que permanecen o permanecemos en la cordura, en el sentido común, en la realidad, son o somos tachados de anormales, homófobos, tránsfobos… y toda hierba aromática que se les ocurra. Afirmar que un hombre es un hombre y que una mujer es una mujer, es de retrógrados y discriminadores. Pero es que esto es parte de este mundo absurdo, de esta sociedad decadente.

  Hoy, a nuestros gobernantes parecen ser que no les importa hacer las cosas con lógica para que sus ciudadanos vivan con y en libertad, sino más bien lo que les importa y quieren es contribuir a acabar con sus gobernados imponiendo leyes absurdas, contrarias a la razón y al designio divino. Es una nueva reingeniería social.

  Pues no lo permitamos. No debemos ceder un solo ápice para que esta élite globalista siga con su intención de destruir a la humanidad. Ninguno de ellos es Dios. No podemos permitirles que destruyan lo que ellos no crearon. Somos creación de Dios: si dejamos de creer en Dios, creeremos cualquier cosa, dijo G. K. Chesterton.

 

viernes, 15 de noviembre de 2024

Católicos culturales y Católicos practicantes

 

Por P. Robert A. Brisman P.

  Cuando nosotros rezamos el Credo, que es el contenido de lo que debemos creer los católicos y la parte donde decimos que creemos en la Iglesia, afirmamos que ella es Una, Santa, Católica y Apostólica. Estas características son conocidas como las “notas de la Iglesia”. En el catecismo de la Iglesia católica, en el numeral 811, leemos al respecto: “Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí, indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades”. Y en el numeral 830, nos dice: “En ella subsiste la plenitud del Cuerpo de Cristo, unido a su Cabeza, lo que implica que ella recibe de él, la plenitud de los medios de salvación que él ha querido: confesión de fe recta y completa, vida sacramental íntegra y ministerio ordenado en la sucesión apostólica. La Iglesia, en este sentido fundamental, era católica el día de Pentecostés y lo será siempre hasta el día de la Parusía”.

  El término “católico” hace referencia a la universalidad. Este término fue usado por primera vez por san Ignacio de Antioquía, en una carta que escribió a la comunidad de los Esmirniotas, y lo dijo con estas palabras: “Donde aparece el obispo, allí está reunida la comunidad, lo mismo que donde está Cristo, allí está la Iglesia católica”. Aquí, la expresión tiene el sentido de “verdadera Iglesia”. Por lo tanto, todas las demás comunidades cristianas que existen se han separado de ella, rompiendo el vínculo con las comunidades apostólicas. Son iglesias o comunidades surgidas a partir de la voluntad de los hombres, no de Cristo. La división viene de ellos.

  Esto viene al caso porque, hace varios años atrás, hemos venido escuchando por los medios de comunicación de masas y las redes sociales, el anuncio de la decisión que han tomado varios artistas, sobre todo del género de la música popular, de que han encontrado a Dios o se han convertido a Cristo. Algunos de ellos hasta se han convertido en predicadores del evangelio. Éstos han hecho la referencia o la salvedad de que antes eran católicos, pero se han convertido a Cristo y esto conlleva el salir o abandonar la Iglesia católica. El caso más reciente ha sido la “conversión” del artista colombiano Juanes. Este publicó en sus redes sociales lo siguiente: “Desde que soy cristiano y dejé el catolicismo soy una persona nueva y llena de esperanzas”.

  Este artista no especifica con sus palabras que no abandonó la Iglesia católica. Pero se puede intuir que así es. Ahora, la pregunta que viene al punto es ¿alguna vez se interesó este artista por conocer la doctrina y la Iglesia en la que él recibió la fe? Bien dice la frase “nadie ama lo que no conoce”. Pero, lo que sí podemos desprender de este caso es que, este artista, como muchos tantos católicos, sólo vivían un catolicismo cultural, es decir, de puro un cumplimiento de costumbres, y no de práctica, de convicciones. Dicho de manera más llana, era un católico cultural porque fue bautizado en la Iglesia católica, a lo mejor fue confirmado, hizo su primera comunión, se confesó previamente para recibir ese sacramento; quisa se casó por la Iglesia católica alguna vez por un asunto de costumbre familiar y no por convencimiento, iba a la Iglesia católica a alguna celebración litúrgica por puro cumplimiento, etc. Claro que, si para este artista es real este paso de fe y ha encontrado a Cristo en ello, pues que el mismo Cristo le fortalezca esa convicción.

  Pues este catolicismo cultural es un fracaso, y esto es lo que viven muchos católicos hoy en día. Ser católico no es tener un título, sino más bien es vivir la vida a la manera cristiana. Esta es la diferencia de vivir un catolicismo de práctica ferviente, persevante y constante. Este es el catolicismo que tenemos que aprender a vivir. Un catolicismo que sea un verdadero testimonio de vida para los que nos rodean y así puedan creer que Cristo vive y que su promesa de vida eterna es verdadera. La Iglesia es nuestra madre y procura nuestro bien, no solo en esta vida, sino también en la otra. Y como madre, es lamentable el que muchos de sus hijos e hijas no la experimenten como tal y, por lo tanto, no se empeñan en conocerla para poder amarla. Es verdad que la Iglesia no es la que nos salva, pero sí es camino, medio para lograr alcanzar la salvación. Es nuestro puente para poder llegar al otro lado de la orilla, ya que en ella están los medios necesarios para nuestra salvación, que son los sacramentos que nos comunican la gracia santificante y los mandamientos de Dios. Este es el gran tesoro que nuestra madre Iglesia ofrece a sus hijos e hijas como patrimonio y salvación.

  No se trata de ser católico solo de palabra y de costumbres, sino de convicciones; de dejar que la gracia santificante que recibimos en los sacramentos nos vaya fortaleciendo y guiando en nuestro caminar de conversión, de fe y confianza en Dios.

 

jueves, 24 de octubre de 2024

La Sociedad dominicana es una vaina…

 

Por P. Robert A. Brisman P.

  Albert Einstein dijo: “La sociedad avanza al ritmo de nuestros pensamientos, por lo que, si quieres cambiar la sociedad, debes cambiar tu forma de pensar”.

  Las sociedades se rigen por un conjunto de normas y leyes que están creadas para ayudar a sus ciudadanos a guiarlos y ayudarles en su convivencia, manteniendo el orden social, proteger los derechos y establecer deberes. Estas normas y leyes no son obstáculos; son más bien una especie de rieles por los cuales debe circular toda sociedad si quiere avanzar en su consolidación. Cuando los ciudadanos violan estas leyes, pues se cae en el desorden y esto altera la convivencia social y comunitaria. Hay quienes dicen o afirman que las sociedades no deberían regirse por leyes y normas. Proclaman una especie de anarquismo: sin normas, sin jerarquía, sin autoridad, sin gobierno. Soy de los que piensa que el que aspira a vivir de esta manera, tendrá que irse a otro planeta a ver si le es posible y de seguro que donde quiera que vaya, será difícil aplicarlo. Somos seres humanos, imperfectos y limitados, y el problema no es el lugar donde vivamos o estemos.

  Nuestra sociedad dominicana, como parte de este conglomerado de sociedades del mundo, pues también tiene sus normas y leyes que rigen nuestra convivencia. El dominicano parece que es un ser complicado de entender y complacer. Nuestra sociedad se caracteriza por muchas cosas que la hacen para unos, especial y, para otros insoportable.

  Se ha dicho de nuestra sociedad que, si pusiéramos en práctica todas las leyes que nos rigen, fuéramos una sociedad organizada, ordenada, disciplinada; que no necesitaríamos crear ni inventar más leyes, sino cumplir las que ya tenemos. De hecho, nuestra sociedad tiene leyes que ni si quiera conocemos; otros han dicho que aquí hay leyes para todo. Bueno, pues parece ser que, ciertamente, el problema nuestro es la no aplicación de nuestras leyes. Nuestras autoridades, presentes y pasadas, nos acostumbraron al desorden, al chanceo, al macuteo, al dejar pasar, al amiguismo, al enllave; nos dieron soga para hacer lo que queramos y cuando nos quieren apretar esa soga, entonces nos quejamos, aun sabiendo que es lo correcto y justo.

  En muchos de los casos somos hasta lo que se ha calificado como una “Sociedad del espectáculo”. Para el dominicano, la sociedad parece que es un espectáculo. Se dice que el dominicano todo se lo goza; los problemas los baila, los bebe, los vuelve chistes…, una comedia. Somos una sociedad que exige unas autoridades que cumplan y hagan cumplir las leyes, pero que al mismo tiempo nos den un chance. Le exigimos a los demás lo que nosotros comúnmente no estamos dispuestos a dar: que sean buenos ciudadanos, disciplinados, obedientes, ordenados, cumplidores de la ley, que paguen los impuestos. Pero a mi no. Nos cuesta practicar la cortesía y la amabilidad; no nos gusta hacer fila y esperar nuestro turno y entonces aplicamos el llamado “tigueraje” metiéndonos adelante del que está en fila; nos quejamos del peligro que es cruzar algunas avenidas por el tránsito, exigimos que construyan un puente peatonal y cuando lo construyen, no lo usamos porque es fatigoso, cansado y pérdida de tiempo subir y bajar los escalones.

  Andamos constantemente acechando a la autoridad para encontrar la oportunidad de violar las normas. Pero cuando hacemos esto en un país desarrollado donde se cumplen las leyes, la pagamos cara. Cuando algún funcionario o ministro se propone hacer cumplir las leyes, vienen las críticas por todos los medios y se oponen a ello, aduciendo que eso es abusivo, fuera de lugar y afecta la economía; que se quiere presentar como una persona preocupada por la sociedad. Es la aplicación del dicho popular “palo si boga y palo si no boga”. Vivimos en una actitud de inconformidad constante. Parece que nos acostumbramos a la queja ¡Qué difícil es la sociedad dominicana!

  Por otro lado, se señala del dominicano que desde que pisa el aeropuerto se transforma. Es decir, se vuelve una persona cumplidora de las leyes, y más cuando llega a un país desarrollado donde esto es así. Estando en esos países anda por la línea o, - como se dice popularmente, anda pianito -, y sabe que si las viola, pues pagará las consecuencias y no puede regatear. No puede aplicar soborno porque eso también es un delito. Pero cuando ese ciudadano dominicano regresa al país, parece que se pone la camisa del desorden al salir del aeropuerto. La expresión común es “llegué a la jungla”. Siempre esperamos y exigimos que sean los otros los que den el primer paso para que las cosas cambien, pero no queremos empezar nosotros mismos a cambiar. El orden entra por casa primero. Queremos que el orden, la disciplina y la obediencia nos caigan del cielo. Y no funciona así.

  Hay otros países latinoamericanos que, a pesar de su subdesarrollo, son más incisivos en la aplicación de sus leyes que nuestro país. Tenemos, por ejemplo, que algunos países latinoamericanos han sometido a la justicia a sus gobernantes por cometer actos de corrupción. Pero aquí en nuestra sociedad dominicana, no pasa nada con los corruptos. Todo lo contario, la justica dominicana parece estar de su parte. Ya lo dijo san Agustín: “Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten, sino en bandas de ladrones?”

  Nuestra sociedad dominicana es compleja, no hay dudas. Yo siempre he aspirado a que, antes de irme de este mundo, poder ver y vivir con una generación de ciudadanos dominicanos, - incluyendo por supuesto sus autoridades -, que se preocupen y se enfoquen en ser ciudadanos rectos y cumplidores de nuestras leyes y que las apliquen sin miramientos, sin privilegios y sin distinción. Que no hagan de la excepción su norma de vida.

  La sociedad dominicana es una vaina, difícil de entender y complacer. Pero no podemos tirar la toalla. Y tenemos que seguir haciendo lo posible por cambiar nuestra forma de pensar y esto no se logra de la noche a la mañana. Es un camino arduo y constante de buena educación que forme nuestra mente y conciencia. Dijo Aristóteles que “los hombres no han establecido la sociedad solamente para vivir, sino para ser felices”. Pero esta felicidad hay que construirla, edificarla, y la base de ella es la familia, que es el lugar donde las personas aprenden por primera vez los valores que le guían toda su vida (san Juan Pablo II).

miércoles, 23 de octubre de 2024

Elegir el mal menor (y 2)

 

Por P. Robert A. Brisman P.

  Con respecto a los candidatos presidenciales norteamericanos que compiten por la carrera presidencial para llegar a la Casa Blanca, por un lado, tenemos a la candidata por el Partido Demócrata y vicepresidente de los Estados Unidos, la señora Kamala Harris. De esta señora es clara su ideología política y es totalmente contraria a los principios y valores humanos y cristianos. Es una mujer que promociona y defiende todo lo que tiene que ver con la llamada ideología de género e ideología LGTBIQ+: propugna por reestablecer nuevamente a nivel federal el aborto, la eutanasia, el mal llamado cambio de sexo y matrimonio homosexual, la coacción de la libertad religiosa; aboga por quitarle la patria potestad a los padres si se oponen al cambio de sexo de sus hijos; propugna la migración masiva ilegal y darles todos los beneficios a los migrantes ilegales en tiempo récord. Esta candidata no tiene una plataforma clara y objetiva de lo que sería su política económica para rescatar al país de la crisis en la que está sumido; no es capaz de mantener una entrevista donde hable, defienda y proponga de manera clara y convincente su programa de gobierno; al mismo tiempo, sigue siendo partidaria de las guerras en las que está metido el país e iniciar otras más.

  Esta candidata es claramente contraria a la fe cristiana y se burla de esos votantes, aun cuando busca sus votos haciéndose la graciosa, y hay muchos que se han dejado encantar por ella.  Los demócratas son muy dados a proclamar la tolerancia, pero sólo son tolerantes con lo que a ellos les importa. No son tolerantes para nada con la fe cristiana y los cristianos. Exigen a los demás lo que ellos no están dispuestos a dar.

  Por otro lado, tenemos al candidato del Partido Republicano, el expresidente Donald Trump. Que tampoco es perfecto ni un santo, ni una monedita de oro. Pero también sabe sacar provecho político de las oportunidades. Es un empresario exitoso y político, aunque muchos lo catalogan de loco, egocéntrico y misógino. Pero lo cierto es que, ninguna persona que se le señale con estas “virtudes”, no logra ni llega alcanzar a donde este señor ha logrado llegar. También responde a intereses partidarios y grupales. Pero, tampoco deben los votantes estar fijándose en su pelo, en su bravuconería, que habla sin filtro. Lo que sí este hombre hizo en su mandato anterior fue que no llevó a los Estados Unidos a iniciar nuevas guerras; fue artífice de varios tratados de paz entre naciones en conflicto, - y nunca le otorgaron el premio Nobel de la Paz por dichos logros -;  la economía norteamericana tuvo una gran recuperación; altos porcentaje de empleos; reestableció la llamada “Política de ciudad de México”, que es el corte de financiamiento para el aborto fuera de los Estados Unidos; suspendió el financiamiento a la OTAN; suspendió la promoción de la ideología de género dentro y fuera de los Estados Unidos; hizo que las grandes empresas, como las automovilísticas, volvieran a establecerse en el país con incentivos fiscales y esto repercutió en el aumento de empleos y dinamismo de la economía.  Tiene una política dura contra la migración ilegal a su país y protección de sus fronteras. Aunque es de creencia cristiana, no está del todo alineado con la fe cristiana en algunas de sus políticas. Su lema fue “Hacer grande otra vez a América” (movimiento MAGA, por sus siglas en inglés).

  Los votantes estadounidenses y, en entre ellos los católicos y demás cristianos, lo que deben de tener en cuenta es que deben elegir la mejor plataforma política que más le conviene a ese país, no la que le conviene a un grupito ni la que “me hace sentir bien”.

  Llegados a este punto, aquí tenemos que preguntarnos lo siguiente ¿Cuál de estos dos candidatos es el que más conviene a la República Dominicana, de cara a su política internacional? Pues el candidato republicano. Cuando el señor Trump estaba en la Casa Blanca, nuestro país tuvo una especie de respiro en cuanto a ciertas imposiciones políticas emanadas de esa nación, como la no promoción e imposición de la ideología de género y el tema de la migración masiva ilegal haitiana hacia nuestro país y el control de la frontera. Trump es partidario de que las naciones apliquen sus leyes soberanas sobre migración.

  Que quede claro una cosa. Al hacer estos señalamientos de estos candidatos y motivar a los creyentes a tomar en cuenta unas condiciones desde nuestra fe, no pretendo señalar como si quisiera que los Estados Unidos se convirtieran en una especie de iglesia gigante; más bien, es que el cristiano, donde quiera que esté debe de dar testimonio de su fe en Cristo y ser luz en medio de la oscuridad. La fe cristiana no es sólo y nada más para vivirse y practicarse dentro del templo. Es, sobre todo, para testimoniarse en el mundo y así ser luz que ilumina.

  Pues al buen entendedor, pocas palabras. Ahí está el mal menor. En esta recta final de la carrera presidencial estadounidense por la Casa Blanca, el candidato republicano es el que lleva la delantera, por un gran porcentaje que es inalcanzable. Tanto es esto cierto, que se viene diciendo que, si la candidata demócrata ganara las elecciones, seria por medio del fraude electoral.

  Estas elecciones norteamericanas son de gran importancia y trascendencia, no solo para el país del Norte, sino también para el resto del mundo por la influencia que sigue teniendo este gigante en la geopolítica mundial. Cada creyente y votante tiene tela de dónde cortar en estas elecciones presidenciales norteamericanas. Esperemos que el ganador de esta contienda electoral sea el que realmente más le convenga a ese país y también al resto del mundo. 

 

martes, 22 de octubre de 2024

Elegir el mal menor (1)

 Por P. Robert A. Brisman P.

  En su viaje de regreso a Roma, después de haber realizado un viaje pastoral por varios países de Asia, el Papa Francisco, en la rueda de prensa que acostumbra a ofrecer a los medios en el avión, le cuestionaron sobre su opinión acerca de las próximas elecciones presidenciales de los Estados Unidos de Norteamérica, a lo que él respondió con estas palabras: “Los votantes estadounidenses se enfrentan a una opción por el mal menor, en las elecciones presidenciales de noviembre”. El Papa alentó a los católicos, sobre todo, a votar de acuerdo con su propia conciencia.

 Esto es siempre a lo que la Iglesia Católica ha enseñado y motivado a sus feligreses. Pero, sabemos de que esto no siempre se cumple o no lo cumplen muchos católicos. A la hora de ejercer el voto, son muchos los católicos y otros fieles cristianos que lo que menos toman en cuenta es votar de acuerdo con sus convicciones religiosas. Son varias las justificaciones que aducen como que, la religión no debe mezclarse con la política; también aducen que la fe es un asunto del templo y otra cosa es la política en vida cotidiana, y que no deben mezclarse. Es el divorcio entre fe y vida. Esto es totalmente falso, porque si algo nos exige nuestra fe cristiana es dar testimonio de ella en cada una de las realidades en las que desenvolvemos nuestra vida o, impregnar todas nuestras realidades desde nuestra fe en Cristo. Nuestra fe cristiana es un estilo de vida. El Reino de Dios debe impregnar toda nuestra vida. El Reino de Dios no es una ideología.

  Hay otros católicos que ejercen su derecho al voto por un puro sentimentalismo; otros por tradición y costumbre familiar; hay otros que no quieren cargar una especie de frustración o derrota al dar su voto por un candidato y partido perdedor, y dan su voto al candidato y partido que lleva las de ganar, y así se sienten ganadores, aunque dicho candidato y partido no cumplan con las expectativas del votante.

  Sigue diciendo el Papa Francisco con respecto a lo antes dicho: “En la moralidad política, se dice en general que, si no votas, no es bueno, es malo. Tienes que votar, y tienes que elegir el mal menor. ¿Cuál es el mal menor? ¿Esa mujer o ese hombre? No lo sé. Cada uno, en su conciencia, debe pensar y hacer esto”. Hay que recordar que la política es la ciencia de lo posible, no de lo perfecto. No pretendemos jamás buscar, - porque no lo encontraremos -, al candidato perfecto. Lo que tiene uno de sobra, al otro le falta, y viceversa.

  La Iglesia Católica, en su Doctrina Social, siempre se ha preocupado por orientar a su feligresía en el correcto camino para que puedan votar a un candidato y partido político de acuerdo con unos valores y principios cristianos contenidos en la misma Palabra de Dios y Doctrina milenaria católica. Siempre ha proclamado los llamados “Principios No Negociables”, que el Papa Benedicto XVI, en el 2009, insistió en una reunión con los obispos argentinos en Roma, en su visita Ad Limina, diciéndoles: “Los católicos deberán destacar entre sus conciudadanos por el cumplimiento ejemplar de sus deberes cívicos, así como por el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas que contribuyen a mejorar las relaciones personales, sociales y laborales. Su compromiso los llevará también a promover de modo especial aquellos valores que son esenciales al bien común de la sociedad, como la paz, la justicia, la solidaridad, el bien de la familia fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, la tutela de la vida humana desde la concepción hasta su muerte natural, y el derecho y obligación de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones morales y religiosas”. Estos Principios No Negociables son la pauta que nunca podrán derogar ni dejar a merced de consenso partidistas en la configuración cristiana de la sociedad.

viernes, 18 de octubre de 2024

El problema de la crisis haitiana para la Rep. Dom. (y 3)

 Por P. Robert A. Brisman P.

  El Papa Benedicto XVI, en su Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado (2011), dijo: “La Iglesia le reconoce a todo hombre en el doble aspecto de la posibilidad de salir del propio país y la posibilidad de entrar en otro, en busca de mejores condiciones de vida. Al mismo tiempo, los Estados tienen el derecho de regular los flujos migratorios y defender sus fronteras, asegurando siempre el respeto debido a la dignidad de toda persona humana. Los inmigrantes, además tienen el deber de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes y la identidad nacional”. Estas palabras no se pueden entender como si al Papa hubiese dicho “vengan todos los que quieran, que aquí los recibimos con los brazos abiertos y les daremos todo cuanto necesiten sin más”.

  El tema migratorio es de índole primeramente política. Es un asunto de soberanía de los estados. No es un tema de doctrina religiosa, como sí lo es el tema del aborto, eutanasia, pena de muerte, etc. Porque estos casos entran en el mandamiento de la ley de Dios del “no matarás”. Nuestra Iglesia Católica sí ha asumido este tema de la migración desde la perspectiva de la dignidad del ser humano. Vela con ello por el cumplimiento y protección de los derechos humanos. Pero no puede ejercer esta enseñanza instando a violar las leyes políticas en materia migratoria de las naciones. Su misión es la orientación moral. 

  No se trata de instar a los extranjeros a que vengan en masa y desorden al país. Pero una vez llegan aquí, sí tiene que velar porque se mantenga y proteja la dignidad humana, pero sin impedir que el estado haga cumplir la ley de manera justa. El Catecismo de la Iglesia Católica, al respecto de este tema dice: “El migrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas” (n 2241). Queda claro en este número que habla de la “obligación” del migrante; no es opcional, no es si quiere, si está de acuerdo, etc.

  Lo anterior dicho, nos plantea la siguiente cuestión: ¿Existe el derecho a migrar? Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, dice que “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado y que tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”. En la práctica, esta legislación internacional, no reconoce este derecho, es decir, entrar en un país procedente de otro. Cada país tiene potestad de decidir quién puede entrar y quién no a su territorio y en qué condiciones. Por eso se le exige a todo extranjero un pasaporte legal para entrar al país. Así como establecer restricciones mediante controles policiales, muros fronterizos, vigilancia con tecnología de punta, y cualquier otra medida que el estado considere.

  Definitivamente, la crisis haitiana sí es un problema para la República Dominicana. Y ante ese problema, no podemos hacernos los ciegos ni desentendidos. Hay que exigir de nuestro gobierno que aplique la ley migratoria con justicia, apegada al cumplimiento y protección de los derechos humanos. Pero sin caer ni dejarse llevar al chantaje, la presión ni la manipulación por intereses de grupos haitianos, organismos internacionales, otros extranjeros y de grupos y personas de nuestro país, que lo hacen por una actitud buenista o de intereses personales. Tenemos que exigirles a los empresarios que, si quieren utilizar la mano obra extranjera, lo hagan apegados en el fiel cumplimiento de las leyes dominicanas en cuanto a la migración y el Código dominicano de trabajo que, establece un 80% de mano de obra dominicana y 20% de mano de obra extranjera cualificada; y así se garantiza también el bienestar del trabajador dominicano. Los derechos humanos no son sólo para los extranjeros. El gobierno dominicano debe y tiene la responsabilidad de garantizar el cumplimiento de los derechos humanos de sus ciudadanos, primeramente. 

  Hay una mafia muy fuerte inmiscuida en este problema que agrava más la crisis y las autoridades tienen el deber de combatirla para su eliminación o reducirla a su mínima expresión. Esta es una corrupción institucional que va en detrimento de la identidad y soberanía nacional, y esto hay que detenerlo y eliminarlo por el bien de nuestra sobrevivencia como nación.