por Pbro. Robert Brisman
Hemos iniciado este nuevo año
2025. Le damos gracias al Todopoderoso que nos haya permitido terminar un año e
inmediatamente iniciar otro. El Dios de la vida se sigue manifestando con
nosotros haciéndonos partícipes de su misma vida, porque para esto nos ha
creado, como nos lo dijo y enseñó nuestro Señor Jesucristo.
El Maestro de Nazaret, el Hijo de Dios, en su
predicación de la buena noticia de salvación, nos hizo la promesa de la paz.
Dijo que nos da la paz, no como la da el mundo, sino como es en realidad, es
decir, como un don, un regalo de Dios. Es la paz que nace, que se gesta en
nuestro interior, en nuestro corazón. Es la paz que debemos testimoniar siempre
en donde nos encontremos. Es la paz que funciona de adentro hacia fuera; la paz
que anida en nuestro corazón. Por eso es un don de Dios. Pero, la paz también
es uno de los bienes espirituales que el Señor nos trajo y que están contenidos
en el mensaje del evangelio; más específicamente, es uno de los bienes
espirituales del Reino de Dios. Cristo es nuestra paz y alegría; el pecado, por
el contrario, siembra soledad, inquietud y tristeza en el alma. Y es que el verdadero
discípulo y discípula de Cristo es mensajero de paz. Pero no de cualquier paz,
sino de la paz que nos regala Dios. Anunciamos y predicamos lo que vivimos. Es
la paz que no quiere decir ni debemos entender como ausencia de guerras, ni de
pleitos, ni de rencillas, ni de odios, ni de chismes, ni de conflictos, etc.
Es, más bien, la paz que debemos aprender a vivir en medio de las dificultades;
como dice la canción: “paz en medio de la tormenta”.
Jesús vino a predicarnos el Reino de Dios,
puesto que este es el mensaje central del evangelio, su columna vertebral. Y
este fue el mandato y la encomienda que les entregó a la comunidad de los Doce
y, en ellos, a toda la comunidad de su Iglesia. La Iglesia es la continuadora
de la única misión de evangelización iniciada por Cristo y continuada por sus apóstoles
y en ellos, toda la comunidad eclesial. La evangelización es tarea de todos los
bautizados. Todos somos evangelizadores, pero no todos la realizamos de la
misma manera. El mensaje del evangelio es el mismo, no cambia, es inmutable. Lo
que cambia es o son los métodos de evangelización, de cómo llevar a cabo esa
misión evangelizadora de nuestro Señor Jesucristo. Pero, lamentablemente, no
todos los bautizados somos conscientes de esta tarea y obligación bautismal. No
todos los bautizados cumplimos con esta misión evangelizadora, ni mucho menos están
evangelizados. También hay que evangelizar a los bautizados.
La Iglesia es evangelizadora y evangelizada
al mismo tiempo. Es mucho el terreno o las realidades en las que aún muchos no
conocen a Cristo o que a pesar de estar bautizados están muy débiles y alejados
en su compromiso y práctica cristiana. Pensemos, por ejemplo, la realidad de
muchas familias en donde uno o dos miembros son los que están en la práctica
del camino de la fe y los demás miembros no: están alejados, no les interesa o
son indiferentes. Esto también ha sido para muchos, objeto de incomprensiones,
burlas y cierta persecución dentro del seno familiar. Pues en esa realidad
familiar es necesario testimoniar la gracia de Dios para que así sean familias
que puedan estar edificándose sobre la roca firme que es Cristo y su evangelio.
Otras realidades que necesitan ser evangelizadas
son los ambientes laborales, las amistades, la política y la economía. Esto es
hacer presente el Reino de Dios en cada uno de nuestros ambientes, que no
solamente tiene que ver con lo religioso.
En este nuevo año que comienza, pidamos a
Dios que nos guíe y ayude con su gracia santificante a vivir como verdaderos
hijos e hijas suyos, y fieles discípulos de su amado Hijo Jesucristo para
fomentar la paz en medio de tanta guerra y odio. Seamos hombres y mujeres de
verdadera paz en nuestro corazón para estar mejor capacitados para vivir como
hijos e hijas de Dios, fortaleciendo la fraternidad con los demás. Este deseo de paz del Señor necesita de
corazones dóciles y humildes que estén dispuestos a dejarse transformar por
este bien espiritual. Seamos hacedores y constructores de la paz de Dios, que
sobrepasa todo anhelo y esfuerzo humano.