jueves, 24 de octubre de 2024

La Sociedad dominicana es una vaina…

 

Por P. Robert A. Brisman P.

  Albert Einstein dijo: “La sociedad avanza al ritmo de nuestros pensamientos, por lo que, si quieres cambiar la sociedad, debes cambiar tu forma de pensar”.

  Las sociedades se rigen por un conjunto de normas y leyes que están creadas para ayudar a sus ciudadanos a guiarlos y ayudarles en su convivencia, manteniendo el orden social, proteger los derechos y establecer deberes. Estas normas y leyes no son obstáculos; son más bien una especie de rieles por los cuales debe circular toda sociedad si quiere avanzar en su consolidación. Cuando los ciudadanos violan estas leyes, pues se cae en el desorden y esto altera la convivencia social y comunitaria. Hay quienes dicen o afirman que las sociedades no deberían regirse por leyes y normas. Proclaman una especie de anarquismo: sin normas, sin jerarquía, sin autoridad, sin gobierno. Soy de los que piensa que el que aspira a vivir de esta manera, tendrá que irse a otro planeta a ver si le es posible y de seguro que donde quiera que vaya, será difícil aplicarlo. Somos seres humanos, imperfectos y limitados, y el problema no es el lugar donde vivamos o estemos.

  Nuestra sociedad dominicana, como parte de este conglomerado de sociedades del mundo, pues también tiene sus normas y leyes que rigen nuestra convivencia. El dominicano parece que es un ser complicado de entender y complacer. Nuestra sociedad se caracteriza por muchas cosas que la hacen para unos, especial y, para otros insoportable.

  Se ha dicho de nuestra sociedad que, si pusiéramos en práctica todas las leyes que nos rigen, fuéramos una sociedad organizada, ordenada, disciplinada; que no necesitaríamos crear ni inventar más leyes, sino cumplir las que ya tenemos. De hecho, nuestra sociedad tiene leyes que ni si quiera conocemos; otros han dicho que aquí hay leyes para todo. Bueno, pues parece ser que, ciertamente, el problema nuestro es la no aplicación de nuestras leyes. Nuestras autoridades, presentes y pasadas, nos acostumbraron al desorden, al chanceo, al macuteo, al dejar pasar, al amiguismo, al enllave; nos dieron soga para hacer lo que queramos y cuando nos quieren apretar esa soga, entonces nos quejamos, aun sabiendo que es lo correcto y justo.

  En muchos de los casos somos hasta lo que se ha calificado como una “Sociedad del espectáculo”. Para el dominicano, la sociedad parece que es un espectáculo. Se dice que el dominicano todo se lo goza; los problemas los baila, los bebe, los vuelve chistes…, una comedia. Somos una sociedad que exige unas autoridades que cumplan y hagan cumplir las leyes, pero que al mismo tiempo nos den un chance. Le exigimos a los demás lo que nosotros comúnmente no estamos dispuestos a dar: que sean buenos ciudadanos, disciplinados, obedientes, ordenados, cumplidores de la ley, que paguen los impuestos. Pero a mi no. Nos cuesta practicar la cortesía y la amabilidad; no nos gusta hacer fila y esperar nuestro turno y entonces aplicamos el llamado “tigueraje” metiéndonos adelante del que está en fila; nos quejamos del peligro que es cruzar algunas avenidas por el tránsito, exigimos que construyan un puente peatonal y cuando lo construyen, no lo usamos porque es fatigoso, cansado y pérdida de tiempo subir y bajar los escalones.

  Andamos constantemente acechando a la autoridad para encontrar la oportunidad de violar las normas. Pero cuando hacemos esto en un país desarrollado donde se cumplen las leyes, la pagamos cara. Cuando algún funcionario o ministro se propone hacer cumplir las leyes, vienen las críticas por todos los medios y se oponen a ello, aduciendo que eso es abusivo, fuera de lugar y afecta la economía; que se quiere presentar como una persona preocupada por la sociedad. Es la aplicación del dicho popular “palo si boga y palo si no boga”. Vivimos en una actitud de inconformidad constante. Parece que nos acostumbramos a la queja ¡Qué difícil es la sociedad dominicana!

  Por otro lado, se señala del dominicano que desde que pisa el aeropuerto se transforma. Es decir, se vuelve una persona cumplidora de las leyes, y más cuando llega a un país desarrollado donde esto es así. Estando en esos países anda por la línea o, - como se dice popularmente, anda pianito -, y sabe que si las viola, pues pagará las consecuencias y no puede regatear. No puede aplicar soborno porque eso también es un delito. Pero cuando ese ciudadano dominicano regresa al país, parece que se pone la camisa del desorden al salir del aeropuerto. La expresión común es “llegué a la jungla”. Siempre esperamos y exigimos que sean los otros los que den el primer paso para que las cosas cambien, pero no queremos empezar nosotros mismos a cambiar. El orden entra por casa primero. Queremos que el orden, la disciplina y la obediencia nos caigan del cielo. Y no funciona así.

  Hay otros países latinoamericanos que, a pesar de su subdesarrollo, son más incisivos en la aplicación de sus leyes que nuestro país. Tenemos, por ejemplo, que algunos países latinoamericanos han sometido a la justicia a sus gobernantes por cometer actos de corrupción. Pero aquí en nuestra sociedad dominicana, no pasa nada con los corruptos. Todo lo contario, la justica dominicana parece estar de su parte. Ya lo dijo san Agustín: “Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten, sino en bandas de ladrones?”

  Nuestra sociedad dominicana es compleja, no hay dudas. Yo siempre he aspirado a que, antes de irme de este mundo, poder ver y vivir con una generación de ciudadanos dominicanos, - incluyendo por supuesto sus autoridades -, que se preocupen y se enfoquen en ser ciudadanos rectos y cumplidores de nuestras leyes y que las apliquen sin miramientos, sin privilegios y sin distinción. Que no hagan de la excepción su norma de vida.

  La sociedad dominicana es una vaina, difícil de entender y complacer. Pero no podemos tirar la toalla. Y tenemos que seguir haciendo lo posible por cambiar nuestra forma de pensar y esto no se logra de la noche a la mañana. Es un camino arduo y constante de buena educación que forme nuestra mente y conciencia. Dijo Aristóteles que “los hombres no han establecido la sociedad solamente para vivir, sino para ser felices”. Pero esta felicidad hay que construirla, edificarla, y la base de ella es la familia, que es el lugar donde las personas aprenden por primera vez los valores que le guían toda su vida (san Juan Pablo II).

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