martes, 9 de febrero de 2016

El cordero en la casa del lobo


 “Miren que yo lo s envío como ovejas en medio de lobos. Sean, pues, prudentes como la serpiente y sencillos como la paloma” (Mt 10,16).

 

  Al concluir el Papa Francisco  la segunda etapa de su viaje número diez fuera del Vaticano, que tocó suelo estadounidense, -recordemos que la primera etapa tocó suelo cubano-, son varias las enseñanzas que podemos destacar.

  El ministerio del pontificado está en relación a la unidad de la iglesia, en alusión a las palabras dirigidas por Jesús al apóstol Pedro: “Pero yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). Esta es la misión principal que realiza el Papa como sucesor del primero entre los apóstoles y Vicario de Cristo en la tierra. El Papa Francisco ha ido a estas tierras de Norteamérica precisamente a confirmar a sus hermanos de fe en la fe en nuestro señor Jesucristo, es decir, no sólo a la jerarquía eclesial, sino a todos los bautizados de la gran familia de Dios, -su pueblo santo-, que habita en ese gran país. La visita del Vicario de Cristo a los Estados Unidos fue lo que podríamos llamar una bocanada de aire fresco en una comunidad cristiana católica que ha sufrido muchos y duros golpes, principalmente por los abusos y escándalos, -pecados-, de algunos de los miembros de su jerarquía. La fe de muchos católicos se ha visto lastimada seria y profundamente por estas graves faltas de una parte de sus pastores. Ante esta triste realidad, el Papa quiso ir para avivar y fortalecer la fe lastimada de tantos católicos y esto  provocó que gran parte de ellos regresen a la Iglesia, a su Iglesia, -de donde nunca debieron salir o ser impulsados a salir-, debido a los anti testimonios de algunos de sus miembros.

  Pero también es cierto que esa visita del Papa Francisco a esta gran nación no dejó de ser un acto de valentía y coraje porque es ir nada más y nada menos que a la casa del gran gendarme del mundo, el Estado que se ha abrogado la autoridad y el derecho, sin permiso de nadie, de señalar los errores de los demás; de mirar la paja en el ojo ajeno y no la viga que tiene en el suyo; el Estado que lleva a cabo una política de imposiciones y de guerras que van en detrimento de los países más vulnerables del planeta. Es lo que podríamos llamar, en palabras evangélicas “se ha erigido en lumbrera de la calle, y oscuridad en su casa”. Recordemos que el gobierno de los Estados Unidos ha llevado a cabo una guerra ideológica, sobre todo contra la Institución de la Iglesia católica y su doctrina, aplicando normas constitucionales en su propio país abiertas claramente contra la enseñanza religiosa cristiana, principalmente la católica. Este ataque feroz e ideológico ha estado dirigido, si se quiere sutilmente, contra el Papa; pero es que atacar al Papa es atacar a la Iglesia Católica. El Papa Francisco tuvo el coraje y la valentía de dirigir importantes discursos ante el Congreso de los Estados Unidos y la ONU, en donde expresó con claridad su compromiso y fiel seguimiento a las enseñanzas evangélicas en lo concerniente al respeto e inviolabilidad de la vida humana en todas sus etapas; también ha reiterado y llamado a la preservación de la libertad religiosa, así como los temas sobre la ecología, recordando las palabras del Papa Paulo VI cuando éste habló de “nuestra casa común”, y de la responsabilidad que tenemos todos los hombres y mujeres de cuidarla y dejar un buen legado a las futuras generaciones.

  El Papa Francisco supo conducirse con prudencia en esos ambientes. Pero también con firmeza y sin poses. El es portador y proclamador de la verdad del evangelio. La verdad que nos hace libres. De una libertad que, por el mal uso que hemos hecho muchas veces, nos está llevando a la destrucción de mundo y de nuestros semejantes. El Papa Francisco no  actuó con miedo. Esta no es característica suya. Es un hombre de fe, de Dios y de la Iglesia que sabe qué papel está jugando en este complejo mundo. Sabe que es una voz moral que todo el mundo escucha, -creyentes y no creyentes. Un hombre que concita la atención de todos y que hace llorar a muchos, más que con sus palabras, con sus gestos. Es un hombre de fe que sabe que su fortaleza está en las manos del mismo Jesucristo que lo conduce por estos caminos difíciles, pero a la vez emocionantes y de esperanza. Es el hombre que ve en la humanidad el potencial para que nuestro mundo sea lo que debe de ser. Un hombre de fe y de la iglesia que vela, sobretodo, por los más indefensos. Un hombre que no teme acercarse a los otros y participarles un gesto de amor, de comprensión, de esperanza. En conclusión, es un hombre que no teme andar, caminar y meterse en la casa de los más fieros enemigos de Cristo, de su iglesia y de la humanidad.

1 comentario:

  1. Gracias por este excelente artículo P. Robert. Que Dios le siga bendiciendo grandemente.

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