miércoles, 13 de noviembre de 2019

El sufrimiento apostólico del sacerdote


Pero tú, hombre de Dios, huye de todo esto. Lleva una vida de rectitud, de piedad, de fe, de amor, de fortaleza en el sufrimiento y de humildad de corazón” (2Tim 6,11).



  Existe un escrito de Monseñor Domingo Castagna, que me permito transcribir aquí algunas ideas que, con motivo al año sacerdotal 2009-2010, escribió a cerca del sufrimiento de un joven sacerdote y que hoy es beato: “El pbro. Eduardo Poppe: La vida de este sacerdote estuvo muy marcada por el dolor y el sufrimiento. Él ejerció su ministerio sacerdotal en Bruselas. Resalta este obispo la cualidad de la fidelidad que este sacerdote manifestaba a todo aquello que Dios no cesaba de inspirarle y que era más fuerte que su deseo de desaparecer de la atención de la gente, entre sus hermanos sacerdotes. Era un sacerdote de una madurez espiritual profunda, de pobreza y generosa disponibilidad para el servicio. Mantenerse fiel en un clima eclesiástico poco comprensivo supone mucho silencio y humildad. El amor a Cristo le otorga valor excepcional y gran libertad evangélica. Sus primeras experiencias sacerdotales ponen en cuestión su capacidad de obedecer y, al mismo tiempo, de tender a la perfección que el Señor le exige…” Y así, muchas otras cosas más resaltan este Monseñor de este beato sacerdote, que murió en 1924, a la edad de 33 años.

  Cuando leemos el escrito completo, la pregunta que nos asalta después de tan rica lectura es ¿qué mensaje encara para la Iglesia y para los sacerdotes? No debemos dudar de que Dios, en su infinita providencia, permite que surjan los santos en el momento oportuno cuando la fe parece que está por desaparecer o cuando es más manifiesta la debilidad de la misma; cuando parece que la duda y la incredulidad buscan, sin pensarlo, testigos de la fe perdida. Nos dice el pbro. David Busso que “no siempre es la incredulidad el mal que corroe la vida de los creyentes sino la mediocridad. Sin duda el mayor peligro que amenaza el ejercicio del ministerio sacerdotal es la vida mediocre de los ministros. Poca oración, criterios prebendarios y de comodidad, descuido escandaloso de enfermos y penitentes, espera ambiciosa de promociones y reconocimientos, etc.” El sacerdote Poppe supo elegir todo lo contrario; supo, -como María, la hermana de Lázaro-, elegir la parte mejor, la parte que no le será quitada. Supo elegir a Cristo. Pero esta elección no estuvo exenta de sufrimientos, provocados muchos de ellos por asumir en su vida el evangelio; por hacer vida en su vida el mensaje de Cristo y así cimentar su vida en la roca firme que es la persona de Jesús y su mensaje. Supo edificar su ministerio sacerdotal en la misma palabra viva de su Señor, quien lo llamó al servicio por medio de este ministerio sacerdotal. Poppe quiso ser santo; quiso encarnar en su misma vida, en este mundo, la llamada a la santidad que le hizo el Señor Jesús, sin escatimar el dolor, la incomprensión y el sufrimiento.

  El beato sacerdote Poppe supo ser y encarnar la imagen del buen pastor y salir o abandonar la mediocridad sin llegar a sentirse más que los demás; sin llegar a sentirse más que sus hermanos sacerdotes. En el beato Poppe siempre estuvo manifiesto su gran e infinito deseo de permanecer fiel al amor de su Señor y de manifestarlo y testimoniarlo a todos los que le rodeaban; quiso siempre ser un verdadero siervo del Señor, un siervo inútil que solo le interesaba cumplir con lo mandado por su Señor. Ser un hombre, un sacerdote de Dios; un fiel administrador de los misterios y la gracia de Dios, de la cual él tendría que dar cuentas cuando fuera llamado por Dios a su presencia.

  De este sacerdote y de su incansable amor que testimoniaba a través del ministerio sacerdotal, debemos de aprender los demás sacerdotes para salir de nuestra vida y ministerio, -muchas veces-, sin sentido y acomodado. Ya el mismo santo Padre Francisco nos ha insistido que debemos ser sacerdotes  o pastores que olamos a ovejas; que nos adentremos e insertemos en la realidad en que ejercemos nuestro ministerio sacerdotal; que salgamos de nuestra comodidad y nos lancemos a las periferias; que seamos sacerdotes siempre en salida; que cumplamos con la responsabilidad puesta en nuestras manos de ser buenos y fieles administradores de la gracia de Dios; que entendamos que la atención pastoral a los enfermos y el ministerio de la confesión y reconciliación no son añadidos al ministerio sacerdotal, sino más bien parte de nuestro deber y responsabilidad de administrar con fidelidad los dones a nosotros entregados para ofrecerlos de acuerdo a la voluntad e intención del único dueño, Jesucristo.

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