Hace unos días atrás, se originó
un debate por las redes sociales a raíz de unas palabras dichas por un pastor
evangélico en donde éste invitaba a sus feligreses y a toda persona comprometida
con su fe, a no votar por cierta candidata al Senado de la República, esto
basado en sus ideas, o programa de propuestas políticas por las cuales
legislaría de ser electa con el voto popular; propuestas estas que van en
contra de los valores, principios y fundamentos cristianos de nuestra nación.
Esto suscitó un fuerte debate en la que se expresaron la misma candidata
señalada, otros políticos, comunicadores, y público en general. Y es que siempre
se ha cuestionado y hasta señalado a la Iglesia el que se meta u opine en
asuntos políticos. Muchas veces se le estruja en la cara a la institución
eclesial el que “meta” la mano en un terreno que no le corresponde ya que, la
religión no debe mezclarse con la política, -dicen muchos; que los sacerdotes
deben de ocuparse del púlpito y no inmiscuirse en el terreno político, etc.
Nada más falso que faltar a la verdad. El papa Benedicto XVI dijo: “No puedo
sino expresar mi malestar ante la creciente marginación de la religión, y en
particular del cristianismo, que está teniendo en naciones que ponen mucho
énfasis en la tolerancia. Algunos sostienen que la voz de la religión debe ser
silenciada, o al menos relegada al ámbito de lo privado… Y también hay quien
arguye, -paradójicamente, con la intención de erradicar la discriminación-, que
debe exigirse a los cristianos que ocupan cargos públicos que actúen, en
ocasiones, en contra de su conciencia. Estas son muestras de un preocupante
fracaso a la hora de reconocer no sólo los derechos de los creyentes a la
libertad de conciencia y de religión, sino también el legítimo papel que tiene
la religión en los foros públicos”. Los fundadores de Estados Unidos no confundían
el Estado con la sociedad civil. No deseaban una vida pública radicalmente
secularizada. No tenían la intención de desterrar la religión de los asuntos
públicos. Por el contrario, querían garantizar a los ciudadanos la libertad
para que viviesen su fe de forma pública y vigorosa, y contribuyesen con sus
convicciones religiosas a construir una sociedad justa. Una sociedad donde la
fe no puede tener una expresión pública fuerte es una sociedad que ha hecho del
Estado un ídolo; y cuando esto sucede, los hombres y las mujeres se convierten
en la ofrenda del sacrificio. El cardenal Henri De Lubac dijo: “No es cierto…
que el hombre no pueda organizar el mundo sin Dios. Lo que sí es verdad es que,
sin Dios, el hombre puede sólo organizarlo contra el hombre. El humanismo
exclusivo es un humanismo inhumano”. Desde hace tiempo se viene preconizando la
cacareada “laicidad” del Estado dominicano. Pero lo que en realidad se quiere
implantar es un ateísmo que entraña una falsa neutralidad. La separación entre
Iglesia y Estado no significa la supresión de la religión en la vida pública,
ni la marginación política de los creyentes. Si todos somos libres e iguales en
derechos, no pueden ser más libres los ateos que los creyentes. Que el Estado
no profese ninguna confesión religiosa, no significa que deba profesar la incredulidad.
Comencemos por lo que nos enseña el
evangelio. Jesucristo vino a proclamar al mundo, es decir al hombre, el
evangelio, - un mensaje que es una buena noticia de sanación, liberación y
salvación. Pero este mensaje de salvación no abarca sólo lo que tiene que ver con
la realidad religiosa del hombre, sino que abarca todas y cada una de las demás
realidades en las que el hombre desenvuelve su vida. La causa de Jesús
contenida en el evangelio es el Reino de Dios. Esta categoría teológica, -como
ya lo indica el mismo nombre, abarca todas y cada una de las realidades de éste:
abarca lo social, lo cultural, lo económico y lo político. Son varios los
pasajes del evangelio que nos muestran a Jesús señalando a los sujetos en cada
una de estas realidades para que se dejen impregnar de esa buena noticia y la
apliquen en su vida cotidiana, en todas sus realidades de la vida -. Jesús no
solamente se dirigió a los sacerdotes de su tiempo para instruirlos y llamarles
la atención de sus actuaciones, sino que también se dirigió a los otros grupos
de su sociedad con la misma intención: a los grupos religiosos de los fariseos,
escribas, levitas, zelotes, etc.; así como a los políticos y también militares.
Jesús enfrentó a todos estos grupos por el hecho de que muchas de sus
actuaciones no estaban de acuerdo, no eran coherentes a la verdadera enseñanza
religiosa que debía impregnar sus vidas; hasta a los pobres el mismo Jesús les llamó
la atención o los confrontó por lo mismo.
Pero todos estos argumentos de querer impedir
que la iglesia oriente en el terreno de la política no son más que
manipulaciones por parte de sus detractores. No vamos a mencionar ni hablar de
los pasajes bíblicos que hay en el AT con respecto a los gobernantes políticos
y de cómo tienen éstos que ejercer ese poder. Vamos a quedarnos en el NT, y
claro, partiendo del mismo evangelio. Tenemos, por ejemplo, las palabras que Jesús
le dirigía a los gobernadores como Herodes y Pilato. Con Herodes se nos dice
las actitudes que este asumió con respecto a la llegada del Mesías, del rey de
Israel; de su intención de querer matarlo porque se sentía amenazado en su
poder por el nuevo rey; del engaño que participó a los reyes de oriente para
que averiguaran la ubicación exacta del nacimiento del niño para después ir a
adorarlo y de cómo éste reaccionó ante la actitud de los magos de oriente que
no cayeron en la trampa porque el ángel del Señor les había avisado en sueños
que regresaran por otro camino, y entonces decidió mandar a matar a todos los
niños menores de dos años. Otro pasaje evangélico sobre el tetrarca Herodes se
refiere al gran respeto que sentía por Juan Bautista, pero después de haberlo
encarcelado, lo mandó a decapitar por complacer de la hija de Herodías, esposa
de su hermano Filipo; tenemos el pasaje donde Jesús se refiere a Herodes como
“zorro” porque algunos fariseos le habían advertido de que éste lo quería matar
(Lc 13,31-32). El mismo Herodes después perseguiría a los cristianos (Hc 12,1);
también tenemos en el mismo libro de los Hechos, el siguiente pasaje: “Se
levantaron los reyes de la tierra, y los príncipes se han coligado contra el
Señor y contra su Ungido. Porque verdaderamente se han juntado en esta ciudad
contra Jesús su santo siervo, a quien tu ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con
los gentiles y los pueblos de Israel” (4,26-27). Con respecto a Pilato, tenemos
el diálogo que nos presentan los evangelistas en el momento del juicio, donde
éste le dice a Jesús: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder de
liberarte y el poder de crucificarte? Y Jesús le respondió: No tendrías sobre mí
ningún poder, si no te hubiera sido dado de lo alto; por eso, quien me entregó
a ti, tiene mayor pecado” (Jn 19,10-11).
Ahora bien, cada vez más este tema se
convierte en dificultad para los cristianos que tienen que equilibrar o tomar
en cuenta a la hora del voto, hacerlo por aquellos candidatos a puestos
públicos que estén de acuerdo con sus convicciones de fe o con la moral
evangélica-cristiana. Si es verdad que a muchos cristianos esto representa una
grave dificultad, también es cierto que hay muchos otros cristianos que no les
importa para nada o no les preocupa el ejercer este derecho y deber ciudadano, de
acuerdo con sus convicciones de fe. El mensaje de la iglesia en este tema se
dirige siempre a la conciencia de los fieles, pero tampoco les puede obligar a
punta de pistola, para que lo pongan en práctica; esto queda ya en la
conciencia de cada uno. Pero, aun así, la Iglesia no puede ni debe dar su brazo
a torcer en lo que a ella le corresponde en orientar y enseñar en base a la
doctrina evangélica y eclesial. Un cargo público lo ha de ostentar una persona
con vocación.
En este año, en la RD estamos inmersos en un
doble proceso electoral: una primera jornada de votación será para elegir a los
legisladores, alcaldes y vicealcaldes, regidores; y una segunda jornada
electoral será para elegir al presidente y vicepresidente del país. Es a raíz
de estos procesos que he querido tratar el tema y recordar lo que nos enseña
nuestra Iglesia Católica al respecto de nuestro deber como ciudadanos. Y es que
nosotros los cristianos no somos ciudadanos ni de segunda ni tercera categoría.
Somos ciudadanos de pleno derecho como los demás; también tenemos obligaciones
como todos los demás. ¡No podemos dejar que nos traten como ciudadanos para
unas cosas, y para otras no! No pretendemos mucho menos convertir el país en
una iglesia gigante; pero sí queremos aportar a la sociedad en la que hemos
nacido, crecido y desarrollamos desde nuestra fe, al bien común.
Lo primero que debemos de tener en cuenta es
que el voto no sólo es un acto civil, sino también es un acto moral. ¿Qué
significa esto? Que el acto moral es la opción que tiene consecuencia y, por lo
tanto, vamos a ser juzgados por ello. ¿Por qué esto es así? Porque la elección
de nuestros representantes políticos implicará para la sociedad, el cambio o la
creación de leyes que conducirán a la nación por el camino de la justicia, el
orden y el bien común.
Entonces, ¿Cómo NO debo votar? El voto no
debe de ser pasional, ni motivado por vínculos, ni por beneficios personales o
colectivos. Ahora, ¿cómo SÍ debo votar? Lo primero que hay tener en cuenta es
que el voto de un cristiano católico es racional y en conciencia, es decir,
racional es que tengo que pensar, discernir con la cabeza; y en conciencia es
que mi voto tiene que estar inspirado, fundamentado en mis principios, valores
y convicciones.
Todo esto está basado, fundamentado en la
Doctrina Social de la Iglesia. ¿Qué nos enseña la Iglesia Católica al respecto
de este tema? Vamos a empezar por el tema de “Ir eliminando a los candidatos y
partidos que no debo votar”. Partimos de la enseñanza de los PRINCIPIOS NO
NEGOCIABLES, - ya que implican una gravedad moral grande y no están
fundamentados en la fe, pero sí iluminados por ella; están inscritos en la
naturaleza humana, y por lo tanto son comunes a toda la humanidad -, y son: 1.-
los que promueven, propician y defienden el aborto (en este punto el Papa Benedicto
XVI dijo: “Le recuerdo a todo aquel que se autonombre católico o que lo sea,
cualquier bautizado que quiera seguir en comunión con la Iglesia, con nuestro
Señor Jesucristo y vivir en estado de gracia, No puede votar ni apoyar a ningún
candidato abortista”); 2.- la eutanasia y manipulación de los embriones, porque
todo esto es atentar contra la vida humana; 3.- tampoco que promueva la
prostitución y legalización de las uniones homosexuales, (Al respecto de este
punto dijo el cardenal Ratzinger, futuro papa Benedicto XVI: “Si todos los
fieles católicos están obligados a oponerse al reconocimiento legal de la
homosexualidad, los políticos católicos lo están en modo especial, según la
responsabilidad que le es propia. Ante proyectos de ley a favor de las uniones
homosexuales, se deben tener en cuenta las siguientes indicaciones éticas: en
el caso de que una asamblea legislativa se proponga por primera vez un proyecto
de ley a favor de la legalización de estas uniones, el parlamentario católico
tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar
contra el proyecto de ley. Conceder el sufragio del propio voto a un texto legislativo
tan nocivo del bien común de la sociedad, es un acto gravemente inmoral”); 4.- la
pornografía y la legalización de las drogas (estos van en contra de la familia
natural, de la salud y del recto uso de la sexualidad); 5.- aquellos que se
opongan a la libertad religiosa, que niegue el derecho de los padres a educar a
sus hijos según sus convicciones; 6.- el que el candidato le garantizará, al
votante, que no utilizará en beneficio propio o partidario los recursos
públicos; y por último, 7.- no votar por un candidato o partido que no se
comprometa a cuidar la dignidad de la familia natural y que no esté dispuesto a
combatir contra las distintas situaciones que atenten con destruir la sociedad,
como las drogas y la delincuencia en sus diferentes manifestaciones. La tarea
nuestra, como sacerdotes, es anunciar lo que el Magisterio proclama firmemente
y a menudo, dejando que los laicos disciernan prudencialmente la mejor manera
de implementar estos principios en la vida política ordinaria.
Por otro lado, entonces, ¿Cuáles son los
candidatos y partidos por los que SÍ puedo votar? 1.-por un candidato que de
ejemplo de virtudes humanas y cristianas probadas; 2.- que tenga un espíritu de
servicio y defienda la dignidad humana; 3.- que tenga cualidades de gobierno
justa y eficaz.
Vistos estos elementos, entonces viene la
gran pregunta: ¿Cómo poner en práctica o combinar estos elementos en el
discernimiento del voto para un candidato y un partido? Lo primero que nos
enseña la Iglesia en este punto es a ejercer la virtud de la prudencia: aquí
viene bien recordar una frase emblemática de santo Tomás de Aquino, que dijo:
“Que los santos recen por nosotros, que los sabios nos eduquen, que los
prudentes nos gobiernen”. El mismo santo Tomás nos describe esta virtud, dice:
“La prudencia es aquella virtud que regula el uso y la ocasión de las otras
virtudes”.
Esto anteriormente dicho, nos lleva a pensar
en nuestra realidad política nacional. Nos topamos primeramente con la falta de
un candidato ideal (el mal menor o voto de protesta); un segundo punto es que
nos encontramos la falta de claridad doctrinal (necesidad de conocer cada
candidato); un tercer punto es la falta de lealtad a los principios partidarios
(especialmente partidos que llevan el nombre de cristianos).
Concluyendo. Ejercer el voto en esta
democracia es complicado. Y es que la democracia en sí misma no es un sistema
óptimo. Es un medio para llegar a un fin. Es un tipo de sistema que nos ha de
servir para tener algo, y ese algo es la Libertad para desarrollarnos a
nosotros mismos y conseguir bienestar. Los cristianos somos ciudadanos del cielo,
-la Jerusalén celestial que es nuestra patria definitiva -; pero también
tenemos una responsabilidad y compromiso como ciudadanos de nuestra nación.
Tenemos que darnos el gobierno y los gobernantes que nos merecemos. No nos
escudemos ni justifiquemos en la irresponsabilidad para decidir nuestro futuro
como nación. Recordemos las palabras del poeta y escritor estadounidense Walt
Whitman: “Los peores gobernantes son elegidos por los buenos ciudadanos que no
votan”. Y es que el peor enemigo de la libertad es la indiferencia del
ciudadano.
Bendiciones.