En
el pasaje del evangelio que nos narra la expulsión de los mercaderes del templo
hecha por Jesús, una de las razones que presenta el Señor a sus oyentes es que
el templo es casa de oración. Esto quiere decir que el templo es lugar de
encuentro con el Señor en un ambiente de fe y oración, de diálogo confiado
entre dos personas, dos amigos; el templo es el lugar privilegiado donde nos
reunimos para celebrar nuestra fe. El Señor nos espera cada día en la sagrada
eucaristía. La presencia maravillosa de Cristo en el sagrario en medio de
nosotros debe renovar cada día nuestra vida. Cuando le recibimos y le
visitamos, podemos decir con toda seguridad: hoy he estado con Dios. Estar en
la presencia del Señor ante el sagrario, es estar, - a imitación María, su
madre-, meditando y guardando todas estas cosas en nuestro corazón; también
como la otra María, -hermana de Martha y Lázaro-, estar a los pies del Maestro,
en contemplación, escuchando su palabra y su enseñanza, porque hemos sabido
elegir y escoger la parte mejor, la que no se nos quitará. Es también la
actitud de dar gracias al Señor por las bendiciones recibidas. El hábito de
Jesús de dar gracias nos dirige a tomar la decisión de ser agradecidos con Dios
en cualquier situación, creyendo que Dios está por encima de todas las
situaciones. Dar gracias es una opción, no un sentimiento. Los enemigos de dar
gracias son: el quejarse, tomar las bendiciones de Dios como algo obligatorio,
la falta de fe, el pesimismo y el egoísmo. Dios no nos debe nada a ninguno;
pero sí nosotros le debemos todo a Dios. Su gratuidad sigue siendo y será para
cada uno un gran don de su infinita misericordia e infinito amor.
Estos tiempos que estamos viviendo no dejan
de ser y presentarnos a todos, en lo personal, social y eclesial grandes retos y
desafíos que de alguna manera tocan nuestro ser cristiano, nuestra fe y nuestro
compromiso apostólico. Estamos viviendo lo que el escritor español José Javier
Esparza ha llamado como “La civilización más materialista de todos los
tiempos. Esta es una civilización que descansa, sobre todo, en la eficacia
técnica-material, la eficacia tecno-económica”.
En lo que respecta a nuestra sociedad
dominicana, este año se nos presentan y, por lo tanto, experimentaremos una vez
más, el tener que elegir, por medio del voto, a nuestras autoridades. Siempre
hemos escuchado a muchos decir, a manera de queja, que no van a ejercer ese
derecho al voto, porque ya están hartos de los entuertos, trapacerías y
corruptelas de los actores políticos. Cada cual tiene o tendrá su manera de ver
y asumir su postura ante este hecho y otros más. Pero lo cierto es que, todos
tenemos un deber cívico de ser los protagonistas de nuestro futuro como nación.
Tenemos el deber y el compromiso de votar cada uno por sus convicciones. Aquí
recuerdo las palabras del poeta, ensayista, periodista y humanista
estadounidense, Walt Whitman, que dijo: “Los peores gobernantes son elegidos
por los buenos ciudadanos que no votan”. Tenemos que luchar contra los
enemigos de la desconfianza, el desacuerdo, la culpa y la ignorancia. Las leyes
nos permiten vivir en una sociedad civilizada. En lugar de estarnos quejando
del gobierno, comencemos por dar gracias a Dios por nuestro país. Recordemos
que nosotros somos cristianos, ciudadanos del cielo, pero también somos parte
de esta nación en la que hemos nacido, crecido y desarrollamos. Y es que, un
buen cristiano, es también un buen ciudadano.
En lo que respecta a nuestra condición de
miembros de la Iglesia, desde hace ya un buen tiempo atrás, se ha venido
denunciado la triste realidad que viene enfrentando y golpeando a la vez la
Iglesia de Cristo. Hoy se denuncia la situación a la que está siendo sometida
la Iglesia, con lo que el ex prefecto para la Congregación de la Doctrina de la
Fe, cardenal Gerard Müller, ha denunciado como “el afán o intención de
muchos miembros de la Iglesia de querer llevarla a acomodarse al espíritu del
mundo”. Hoy en día muchos quieren una iglesia moderna, a tono con los
tiempos; otros afirman que la iglesia debe de discernir los signos de los
tiempos, y estos tiempos modernos exigen y reclaman que la Iglesia de Cristo se
amolde al mismo, asumiendo todo aquello que el mismo Señor combatió como
manifestaciones del espíritu del mundo, del padre de la mentira. Lo peor de
esta situación es que son fomentadas, alentadas, defendidas y justificadas por
algunos pastores que se han adueñado del evangelio de Cristo y están cediendo a
los impulsos del demonio. Ellos se encaminan hacia el infierno y están
arrastrando otras almas con ellos. Los cristianos, hace tiempo ya, que solo ven
en sus pastores a hombres en busca de poder; porque éstos han olvidado que el
poder y la autoridad son para servir en la Iglesia. El pastor posee, por el
sacramento del Orden, el poder y la autoridad de Cristo, que es servidor y como
tal debe ejercerla. Debe despojarse de todo el ser, las ideas personales, de
las preferencias y los gustos para hacerse humilde servidor de la salvación de
todos. Es Jesucristo que edifica a su Iglesia con la Palabra y la Eucaristía.
Decía Benedicto XVI: “Lo que necesita la Iglesia para responder en todo
tiempo a las necesidades del hombre es santidad, no administración”. ¿Qué
es lo que está en crisis hoy en día? No son las instituciones ni las
estructuras, sino nuestra fe y fidelidad a Cristo. Si el cristianismo pacta con
el mundo en lugar de iluminarlo, los cristianos no somos fieles a la esencia de
nuestra fe. La tibieza del cristianismo y de la Iglesia provoca la decadencia
de la civilización. Recordemos las fuertes palabras del Apocalipsis de que a
los tibios los vomita el Señor.
En el evangelio de la misa de hoy, hemos
escuchado que el Señor envió al ángel Gabriel, -que significa “fuerza de
Dios o, Dios es mi fortaleza” -, a una joven virgen, de una ciudad pequeña,
que por su pequeñez era a los ojos de las demás naciones insignificante; pues
de esta virgen pobre y de esta pequeña ciudad saldría el Mesías de Dios. Así
mismo ha querido el Señor visitarnos a nosotros, el pueblo dominicano, por
medio de la madre de su Hijo, la virgen María de la Altagracia; la mujer de la
más alta gracia y bendición entre los demás. Dios, por medio de su ángel,
habita en el interior de María, en su corazón, tal como lo dirá más adelante el
mismo Jesucristo: “Mira que estoy a la puerta, tocando; si tú me abres, mi
Padre y yo vendremos y haremos en ti nuestra morada”. El corazón humano es
el lugar privilegiado de la presencia Trinitaria; quiere hacer de nosotros un
sagrario permanente de su presencia santificadora. Así, nos llena de alegría,
gozo y felicidad; nos hace a nuestro pueblo dominicano, una nación bendecida,
dichosa, bienaventurada. María de la Altagracia es la puerta por la cual el
Hijo de Dios se ha hecho presente en la historia de nuestra nación. Dios, por
medio de María de la Altagracia, camina con nuestro pueblo dominicano en sus
luchas diarias: en sus sufrimientos, inquietudes, anhelos, proyectos y metas; María
de la Altagracia es la puerta de entrada para nuestro pueblo dominicano por la
cual Cristo se hace presente, a pesar de que gran parte de sus hijos, quieren
vivir sin Dios.
Por otro lado, descubrimos en este pasaje del
evangelio el deseo y anhelo de María de querer ser madre; el anhelo de toda
mujer de vivir la experiencia de sentir cómo se va desarrollando la vida de
otro ser humano en su vientre, alimentándolo de su propia sangre. No le importó
a María las consecuencias que esta aceptación de la voluntad divina le traería;
por eso, ella sabe muy bien en quién cree y confía, y se abandona a las manos
del Dios todopoderoso; puede que haya sentido el miedo, pero no se dejó dominar
por él. ¿Cómo contrasta todo este deseo de la madre del Hijo de Dios con lo que
actualmente estamos viviendo en nuestra sociedad, con relación a la maternidad?
Hoy en día estamos siendo testigos del desprecio que hay en muchas mujeres para
no convertirse en madres; hoy se presenta la maternidad como un obstáculo al
desarrollo personal; se presenta la maternidad como una esclavitud deseada y
propiciada por el hombre para mantener dominada y sumisa a la mujer. Para estos
grupos feministas radicales y manipuladores, la maternidad no es más que una
retranca de la cual toda mujer tiene que liberarse, porque la consideran una
maldición. Nuestra Constitución establece la protección e inviolabilidad de la
vida humana desde su concepción hasta su muerte natural; pero hemos llegado al
descaro, como sociedad, de ver cómo se está ofertando a todas luces y sin
consecuencias jurídicas, talleres de formación basados en la falacia de aborto
seguro y el uso de anticonceptivos, en franca violación a la misma Constitución,
como un medio para ayudar a la mujer para que asesine a sus hijos en el vientre.
Siempre es bueno recordar que, cuando una mujer decide embarazarse, se
convierte en madre para siempre, y lo que ella tiene que decidir es si quiere
ser madre de su hijo asesinado o madre de su hijo vivo.
Nuestra nación, hace tiempo que viene siendo
sometida de diferentes modos a un proceso de ir sacando a Dios de su camino, y
esto traerá consecuencias serias para nosotros. Denunciamos aquí los acuerdos a
lo que se están comprometiendo algunos candidatos a cargos públicos y sus
partidos, de implementar la llamada perspectiva de género en las instituciones
públicas, y que no es más que una especie de caramelo envenenado que ofrecen e
imponen países, organismos internacionales y ongs, para socavar los cimientos,
valores y principios en los que está fundamentada nuestra nación dominicana. Y
ojo, ¡que estos acuerdos no son para nada gratuitos! Como siempre, hay mucho
dinero de por medio. En todos nosotros, los seres humanos, hay un deseo
inextinguible de infinito que no lo podemos apagar ni expulsar de nuestro interior.
No hay duda de que una vida sin Dios es una vida limitada, una vida superflua;
una vida que busca su sentido en ideologías que han fracasado siempre porque
son insatisfechas. María de la Altagracia nos lleva, nos guía al infinito de
Dios, la satisfacción plena de infinito que no termina en Dios, sino que
comienza en Él.
Nuestra
fe y pertenencia a la Iglesia no deben llevarnos jamás a perder de vista que
predicamos a Cristo y su evangelio, en la fidelidad de su Iglesia. Ninguno de
nosotros jamás debe buscar ni fomentar ni querer vivir su propia Iglesia; no es
la Iglesia ni la doctrina que proclama las que tienen que adaptarse a nosotros;
es al revés; caminar para donde camina la Iglesia de Cristo, que la guía en la
verdad y hacia puerto seguro; no se trata de imponer nuestras ideas, criterios
ni costumbres. La Iglesia y nuestro pueblo dominicano tienen necesidad de
santos, y éstos no caen del cielo, porque ¡los santos no nacen, se hacen! Los
cristianos tenemos que ser el perfume de Dios. Todos los que somos de Dios y
trabajamos para su gloria y para la salvación de las almas, hemos de ser como
una ofrenda del suave olor, agradable ante Dios. Tenemos que seguir dejándonos
amar por Dios para amarlo a él; tenemos que seguir enseñando a los demás a amar
a Dios; tenemos que seguir aprendiendo entre nosotros a amarnos como Cristo nos
ama. Esto es lo que cambia y transforma el corazón de la persona y hace que el
evangelio de Cristo sea creíble. Porque si el corazón de la persona no se
transforma, su realidad tampoco se transformará.
Necesitamos seguir profundizando en el
silencio interior; seguir madurando nuestra fe y compromiso cristiano; seguir
creciendo en nuestro interior. No estamos aquí para perder el tiempo: la
escucha y la reflexión de la palabra de Dios, la oración, los sacramentos, la
reflexión sobre nosotros mismos, el estudio, la lectura, la formación, etc.,
serán necesarias para seguir creciendo, para dar consistencia a nuestra fe y
compromiso eclesial, para seguir madurando como personas y como cristianos.
Tenemos el Espíritu de Dios que nos llena de su vida y su presencia y nos llamó
sus hijos amados y predilectos. Tenemos que seguir siendo instrumentos de Dios
para que otros se acerquen a Él; a nosotros no nos toca decidir quien sí y
quien no puede buscar a Dios y su amor.
Propongámonos hacer el esfuerzo de
preocuparnos de nuestra formación cristiana, para que nuestra fe y nuestra vida
interior madure y tenga consistencia. Procuremos hacer siempre el bien y poner
el corazón en ello para que así, nuestro pueblo dominicano, pueda estar lleno
siempre de la gracia de Dios que nos comunica por medio de la Madre de su Hijo,
María de la Altagracia.
¡Que
así sea!
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