martes, 21 de enero de 2020

Homilía en la Solemnidad de nuestra señora, La Virgen María De La Altagracia 2020: Protectora del pueblo Dominicano


En el pasaje del evangelio que nos narra la expulsión de los mercaderes del templo hecha por Jesús, una de las razones que presenta el Señor a sus oyentes es que el templo es casa de oración. Esto quiere decir que el templo es lugar de encuentro con el Señor en un ambiente de fe y oración, de diálogo confiado entre dos personas, dos amigos; el templo es el lugar privilegiado donde nos reunimos para celebrar nuestra fe. El Señor nos espera cada día en la sagrada eucaristía. La presencia maravillosa de Cristo en el sagrario en medio de nosotros debe renovar cada día nuestra vida. Cuando le recibimos y le visitamos, podemos decir con toda seguridad: hoy he estado con Dios. Estar en la presencia del Señor ante el sagrario, es estar, - a imitación María, su madre-, meditando y guardando todas estas cosas en nuestro corazón; también como la otra María, -hermana de Martha y Lázaro-, estar a los pies del Maestro, en contemplación, escuchando su palabra y su enseñanza, porque hemos sabido elegir y escoger la parte mejor, la que no se nos quitará. Es también la actitud de dar gracias al Señor por las bendiciones recibidas. El hábito de Jesús de dar gracias nos dirige a tomar la decisión de ser agradecidos con Dios en cualquier situación, creyendo que Dios está por encima de todas las situaciones. Dar gracias es una opción, no un sentimiento. Los enemigos de dar gracias son: el quejarse, tomar las bendiciones de Dios como algo obligatorio, la falta de fe, el pesimismo y el egoísmo. Dios no nos debe nada a ninguno; pero sí nosotros le debemos todo a Dios. Su gratuidad sigue siendo y será para cada uno un gran don de su infinita misericordia e infinito amor.

  Estos tiempos que estamos viviendo no dejan de ser y presentarnos a todos, en lo personal, social y eclesial grandes retos y desafíos que de alguna manera tocan nuestro ser cristiano, nuestra fe y nuestro compromiso apostólico. Estamos viviendo lo que el escritor español José Javier Esparza ha llamado como “La civilización más materialista de todos los tiempos. Esta es una civilización que descansa, sobre todo, en la eficacia técnica-material, la eficacia tecno-económica”.

  En lo que respecta a nuestra sociedad dominicana, este año se nos presentan y, por lo tanto, experimentaremos una vez más, el tener que elegir, por medio del voto, a nuestras autoridades. Siempre hemos escuchado a muchos decir, a manera de queja, que no van a ejercer ese derecho al voto, porque ya están hartos de los entuertos, trapacerías y corruptelas de los actores políticos. Cada cual tiene o tendrá su manera de ver y asumir su postura ante este hecho y otros más. Pero lo cierto es que, todos tenemos un deber cívico de ser los protagonistas de nuestro futuro como nación. Tenemos el deber y el compromiso de votar cada uno por sus convicciones. Aquí recuerdo las palabras del poeta, ensayista, periodista y humanista estadounidense, Walt Whitman, que dijo: “Los peores gobernantes son elegidos por los buenos ciudadanos que no votan”. Tenemos que luchar contra los enemigos de la desconfianza, el desacuerdo, la culpa y la ignorancia. Las leyes nos permiten vivir en una sociedad civilizada. En lugar de estarnos quejando del gobierno, comencemos por dar gracias a Dios por nuestro país. Recordemos que nosotros somos cristianos, ciudadanos del cielo, pero también somos parte de esta nación en la que hemos nacido, crecido y desarrollamos. Y es que, un buen cristiano, es también un buen ciudadano.

  En lo que respecta a nuestra condición de miembros de la Iglesia, desde hace ya un buen tiempo atrás, se ha venido denunciado la triste realidad que viene enfrentando y golpeando a la vez la Iglesia de Cristo. Hoy se denuncia la situación a la que está siendo sometida la Iglesia, con lo que el ex prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, cardenal Gerard Müller, ha denunciado como “el afán o intención de muchos miembros de la Iglesia de querer llevarla a acomodarse al espíritu del mundo”. Hoy en día muchos quieren una iglesia moderna, a tono con los tiempos; otros afirman que la iglesia debe de discernir los signos de los tiempos, y estos tiempos modernos exigen y reclaman que la Iglesia de Cristo se amolde al mismo, asumiendo todo aquello que el mismo Señor combatió como manifestaciones del espíritu del mundo, del padre de la mentira. Lo peor de esta situación es que son fomentadas, alentadas, defendidas y justificadas por algunos pastores que se han adueñado del evangelio de Cristo y están cediendo a los impulsos del demonio. Ellos se encaminan hacia el infierno y están arrastrando otras almas con ellos. Los cristianos, hace tiempo ya, que solo ven en sus pastores a hombres en busca de poder; porque éstos han olvidado que el poder y la autoridad son para servir en la Iglesia. El pastor posee, por el sacramento del Orden, el poder y la autoridad de Cristo, que es servidor y como tal debe ejercerla. Debe despojarse de todo el ser, las ideas personales, de las preferencias y los gustos para hacerse humilde servidor de la salvación de todos. Es Jesucristo que edifica a su Iglesia con la Palabra y la Eucaristía. Decía Benedicto XVI: “Lo que necesita la Iglesia para responder en todo tiempo a las necesidades del hombre es santidad, no administración”. ¿Qué es lo que está en crisis hoy en día? No son las instituciones ni las estructuras, sino nuestra fe y fidelidad a Cristo. Si el cristianismo pacta con el mundo en lugar de iluminarlo, los cristianos no somos fieles a la esencia de nuestra fe. La tibieza del cristianismo y de la Iglesia provoca la decadencia de la civilización. Recordemos las fuertes palabras del Apocalipsis de que a los tibios los vomita el Señor.

  En el evangelio de la misa de hoy, hemos escuchado que el Señor envió al ángel Gabriel, -que significa “fuerza de Dios o, Dios es mi fortaleza” -, a una joven virgen, de una ciudad pequeña, que por su pequeñez era a los ojos de las demás naciones insignificante; pues de esta virgen pobre y de esta pequeña ciudad saldría el Mesías de Dios. Así mismo ha querido el Señor visitarnos a nosotros, el pueblo dominicano, por medio de la madre de su Hijo, la virgen María de la Altagracia; la mujer de la más alta gracia y bendición entre los demás. Dios, por medio de su ángel, habita en el interior de María, en su corazón, tal como lo dirá más adelante el mismo Jesucristo: “Mira que estoy a la puerta, tocando; si tú me abres, mi Padre y yo vendremos y haremos en ti nuestra morada”. El corazón humano es el lugar privilegiado de la presencia Trinitaria; quiere hacer de nosotros un sagrario permanente de su presencia santificadora. Así, nos llena de alegría, gozo y felicidad; nos hace a nuestro pueblo dominicano, una nación bendecida, dichosa, bienaventurada. María de la Altagracia es la puerta por la cual el Hijo de Dios se ha hecho presente en la historia de nuestra nación. Dios, por medio de María de la Altagracia, camina con nuestro pueblo dominicano en sus luchas diarias: en sus sufrimientos, inquietudes, anhelos, proyectos y metas; María de la Altagracia es la puerta de entrada para nuestro pueblo dominicano por la cual Cristo se hace presente, a pesar de que gran parte de sus hijos, quieren vivir sin Dios.

  Por otro lado, descubrimos en este pasaje del evangelio el deseo y anhelo de María de querer ser madre; el anhelo de toda mujer de vivir la experiencia de sentir cómo se va desarrollando la vida de otro ser humano en su vientre, alimentándolo de su propia sangre. No le importó a María las consecuencias que esta aceptación de la voluntad divina le traería; por eso, ella sabe muy bien en quién cree y confía, y se abandona a las manos del Dios todopoderoso; puede que haya sentido el miedo, pero no se dejó dominar por él. ¿Cómo contrasta todo este deseo de la madre del Hijo de Dios con lo que actualmente estamos viviendo en nuestra sociedad, con relación a la maternidad? Hoy en día estamos siendo testigos del desprecio que hay en muchas mujeres para no convertirse en madres; hoy se presenta la maternidad como un obstáculo al desarrollo personal; se presenta la maternidad como una esclavitud deseada y propiciada por el hombre para mantener dominada y sumisa a la mujer. Para estos grupos feministas radicales y manipuladores, la maternidad no es más que una retranca de la cual toda mujer tiene que liberarse, porque la consideran una maldición. Nuestra Constitución establece la protección e inviolabilidad de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural; pero hemos llegado al descaro, como sociedad, de ver cómo se está ofertando a todas luces y sin consecuencias jurídicas, talleres de formación basados en la falacia de aborto seguro y el uso de anticonceptivos, en franca violación a la misma Constitución, como un medio para ayudar a la mujer para que asesine a sus hijos en el vientre. Siempre es bueno recordar que, cuando una mujer decide embarazarse, se convierte en madre para siempre, y lo que ella tiene que decidir es si quiere ser madre de su hijo asesinado o madre de su hijo vivo.

  Nuestra nación, hace tiempo que viene siendo sometida de diferentes modos a un proceso de ir sacando a Dios de su camino, y esto traerá consecuencias serias para nosotros. Denunciamos aquí los acuerdos a lo que se están comprometiendo algunos candidatos a cargos públicos y sus partidos, de implementar la llamada perspectiva de género en las instituciones públicas, y que no es más que una especie de caramelo envenenado que ofrecen e imponen países, organismos internacionales y ongs, para socavar los cimientos, valores y principios en los que está fundamentada nuestra nación dominicana. Y ojo, ¡que estos acuerdos no son para nada gratuitos! Como siempre, hay mucho dinero de por medio. En todos nosotros, los seres humanos, hay un deseo inextinguible de infinito que no lo podemos apagar ni expulsar de nuestro interior. No hay duda de que una vida sin Dios es una vida limitada, una vida superflua; una vida que busca su sentido en ideologías que han fracasado siempre porque son insatisfechas. María de la Altagracia nos lleva, nos guía al infinito de Dios, la satisfacción plena de infinito que no termina en Dios, sino que comienza en Él.

  Nuestra fe y pertenencia a la Iglesia no deben llevarnos jamás a perder de vista que predicamos a Cristo y su evangelio, en la fidelidad de su Iglesia. Ninguno de nosotros jamás debe buscar ni fomentar ni querer vivir su propia Iglesia; no es la Iglesia ni la doctrina que proclama las que tienen que adaptarse a nosotros; es al revés; caminar para donde camina la Iglesia de Cristo, que la guía en la verdad y hacia puerto seguro; no se trata de imponer nuestras ideas, criterios ni costumbres. La Iglesia y nuestro pueblo dominicano tienen necesidad de santos, y éstos no caen del cielo, porque ¡los santos no nacen, se hacen! Los cristianos tenemos que ser el perfume de Dios. Todos los que somos de Dios y trabajamos para su gloria y para la salvación de las almas, hemos de ser como una ofrenda del suave olor, agradable ante Dios. Tenemos que seguir dejándonos amar por Dios para amarlo a él; tenemos que seguir enseñando a los demás a amar a Dios; tenemos que seguir aprendiendo entre nosotros a amarnos como Cristo nos ama. Esto es lo que cambia y transforma el corazón de la persona y hace que el evangelio de Cristo sea creíble. Porque si el corazón de la persona no se transforma, su realidad tampoco se transformará.

  Necesitamos seguir profundizando en el silencio interior; seguir madurando nuestra fe y compromiso cristiano; seguir creciendo en nuestro interior. No estamos aquí para perder el tiempo: la escucha y la reflexión de la palabra de Dios, la oración, los sacramentos, la reflexión sobre nosotros mismos, el estudio, la lectura, la formación, etc., serán necesarias para seguir creciendo, para dar consistencia a nuestra fe y compromiso eclesial, para seguir madurando como personas y como cristianos. Tenemos el Espíritu de Dios que nos llena de su vida y su presencia y nos llamó sus hijos amados y predilectos. Tenemos que seguir siendo instrumentos de Dios para que otros se acerquen a Él; a nosotros no nos toca decidir quien sí y quien no puede buscar a Dios y su amor.

  Propongámonos hacer el esfuerzo de preocuparnos de nuestra formación cristiana, para que nuestra fe y nuestra vida interior madure y tenga consistencia. Procuremos hacer siempre el bien y poner el corazón en ello para que así, nuestro pueblo dominicano, pueda estar lleno siempre de la gracia de Dios que nos comunica por medio de la Madre de su Hijo, María de la Altagracia.



¡Que así sea!

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