El verdadero discípulo de Cristo no puede
jamás tenerle miedo a mostrar los afectos, puesto que esto es propio del ser
humano. De hecho, ya el mismo Cristo fue un hombre que mostró, vivió y
testimonió afectos a todos los que le rodeaban; nunca se cohibió para ofrecer
su amor, cariño… sus afectos a los demás, principalmente a aquellos que más lo
necesitaban. Son varios los pasajes evangélicos que nos muestran al Señor en
esta actitud. El problema para muchos o algunos es que parece ser que viven una
mentalidad que concibe a la afectividad y a su esfera como algo ambiguo,
peligroso y espinoso. Pareciera entonces que, este tema estuviera vedado entre
muchos, y del cual hasta a veces no se quiere hablar, y si se habla, se le
trata de una manera muy tenue o sutil, que nada tiene que ver con la enseñanza evangélica.
El Papa san Juan Pablo II dijo: “El hombre
no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su
vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con
el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él
vivamente”. Se nos dice en el evangelio de san Juan que Dios-Padre envió su
Hijo al mundo por amor; fue tanto su amor por hombre que eso lo llevó a enviar
a su único Hijo para que todo el creyera en Él no muera, sino que tenga la vida
eterna. El mismo Cristo también dijo que no hay amor más grande que aquel que
da la vida por sus amigos; y también dijo que nosotros seremos sus amigos si
hacemos lo que Él nos manda. Y lo que nos manda es que nos amemos unos a otros así
como Él nos ha amado, ya que en esto conocerán los demás en que somos sus
discípulos. Se trata de un amor que compromete a toda la persona: psíquica, física
y espiritual; y se expresa a nivel esponsal del cuerpo humano, gracias a la
cual una persona se entrega a la otra y la recibe.
En el Antiguo Testamento, este amor ya viene
como mandato de parte del Dios de Israel: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con todas tus fuerzas” (Dt 6,5). Este amor es lo que le da sentido
a la vida del sacerdote ya que nos habla de todo un programa de la relación íntima
y personalísima con Dios, ya que se pretende amarlo con una vida entregada,
dedicada total y exclusiva a Él: “…hay otros hombres que, estando
capacitados para casarse, han descartado esta posibilidad por amor al reino de
los cielos”, dijo Cristo. Este amor es un amor esponsal: así como Cristo es
cabeza y ama a su Iglesia, así es el amor de sacerdote por su Señor; por eso se
consagra para Él, vive para Él y vive por Él. De esta manera podrá entregarse
por entero a la comunidad que sirve, porque, entregarse a su comunidad es
entregarse a su Señor y viceversa; todo lo que hace en y por su comunidad lo
hace en y por su Señor. Este es el amor que le da sentido a la norma eclesial
del celibato, porque si no fuera así, la norma sería pura letra muerta.
También el sacerdote de Cristo sabe y es
consciente de que este amor es exclusivo; solo puede tener “Un Amor” (con
mayúscula). Este es un amor que mantiene al sacerdote en permanente atracción
hacia Dios y lo encamina siempre al encuentro con el Amado. Se podría decir que
el apóstol es siempre un anunciador atraído, ya que se experimenta elegido e
invitado a ser totalmente suyo. El sacerdote es llamado y enviado a vivir una
vida normal para que así pueda y dé testimonio de que sólo Dios basta, que no
hay nada, ninguna otra cosa superior a Él; Dios es y debe convertirse para él
en su ideal pleno, vital y alcanzable. Este es el verdadero sentido del
celibato sacerdotal. Y es que el celibato no debe entenderse ni verse como una
huida a algo hostil o considerada difícil y engañosa. Se trata de un camino
privilegiado para llegar al Amor. Dios se convierte, para el célibe, en el
único, en el absoluto y cualquier otro amor humano queda excluido cuando se lo
trata de absolutizar. Es verdad y tiene que considerar el poder amar a otras
personas, pero al mismo tiempo debe de tener en cuenta que deberá considerar el
enamoramiento de una sola. Nos es muy ilustrativo a esto las palabras de Jesús
al apóstol Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? ¿Simón, hijo
de Juan, me amas? ¿Simón, hijo de Juan, me quieres?” Lo cierto y real de
todo esto es que se puede tener muchos amigos y muchos hermanos, pero sólo un
esposo: “El que prefiera a su padre, madre, hermano más que a mí, no puede
ser mi discípulo”. Por esto es que el amor celibatario por el reino de los
cielos es y debe ser siempre exclusivo. Esta es su dignidad. Hay un único significado
para la vida del sacerdote célibe: dejarse amar por Dios, buscarle y amarle de
todo corazón.
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