miércoles, 29 de enero de 2020

El sacerdote: hombre de afectos.


  El verdadero discípulo de Cristo no puede jamás tenerle miedo a mostrar los afectos, puesto que esto es propio del ser humano. De hecho, ya el mismo Cristo fue un hombre que mostró, vivió y testimonió afectos a todos los que le rodeaban; nunca se cohibió para ofrecer su amor, cariño… sus afectos a los demás, principalmente a aquellos que más lo necesitaban. Son varios los pasajes evangélicos que nos muestran al Señor en esta actitud. El problema para muchos o algunos es que parece ser que viven una mentalidad que concibe a la afectividad y a su esfera como algo ambiguo, peligroso y espinoso. Pareciera entonces que, este tema estuviera vedado entre muchos, y del cual hasta a veces no se quiere hablar, y si se habla, se le trata de una manera muy tenue o sutil, que nada tiene que ver con la enseñanza evangélica.

  El Papa san Juan Pablo II dijo: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente”. Se nos dice en el evangelio de san Juan que Dios-Padre envió su Hijo al mundo por amor; fue tanto su amor por hombre que eso lo llevó a enviar a su único Hijo para que todo el creyera en Él no muera, sino que tenga la vida eterna. El mismo Cristo también dijo que no hay amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos; y también dijo que nosotros seremos sus amigos si hacemos lo que Él nos manda. Y lo que nos manda es que nos amemos unos a otros así como Él nos ha amado, ya que en esto conocerán los demás en que somos sus discípulos. Se trata de un amor que compromete a toda la persona: psíquica, física y espiritual; y se expresa a nivel esponsal del cuerpo humano, gracias a la cual una persona se entrega a la otra y la recibe.

  En el Antiguo Testamento, este amor ya viene como mandato de parte del Dios de Israel: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas” (Dt 6,5). Este amor es lo que le da sentido a la vida del sacerdote ya que nos habla de todo un programa de la relación íntima y personalísima con Dios, ya que se pretende amarlo con una vida entregada, dedicada total y exclusiva a Él: “…hay otros hombres que, estando capacitados para casarse, han descartado esta posibilidad por amor al reino de los cielos”, dijo Cristo. Este amor es un amor esponsal: así como Cristo es cabeza y ama a su Iglesia, así es el amor de sacerdote por su Señor; por eso se consagra para Él, vive para Él y vive por Él. De esta manera podrá entregarse por entero a la comunidad que sirve, porque, entregarse a su comunidad es entregarse a su Señor y viceversa; todo lo que hace en y por su comunidad lo hace en y por su Señor. Este es el amor que le da sentido a la norma eclesial del celibato, porque si no fuera así, la norma sería pura letra muerta.

  También el sacerdote de Cristo sabe y es consciente de que este amor es exclusivo; solo puede tener “Un Amor” (con mayúscula). Este es un amor que mantiene al sacerdote en permanente atracción hacia Dios y lo encamina siempre al encuentro con el Amado. Se podría decir que el apóstol es siempre un anunciador atraído, ya que se experimenta elegido e invitado a ser totalmente suyo. El sacerdote es llamado y enviado a vivir una vida normal para que así pueda y dé testimonio de que sólo Dios basta, que no hay nada, ninguna otra cosa superior a Él; Dios es y debe convertirse para él en su ideal pleno, vital y alcanzable. Este es el verdadero sentido del celibato sacerdotal. Y es que el celibato no debe entenderse ni verse como una huida a algo hostil o considerada difícil y engañosa. Se trata de un camino privilegiado para llegar al Amor. Dios se convierte, para el célibe, en el único, en el absoluto y cualquier otro amor humano queda excluido cuando se lo trata de absolutizar. Es verdad y tiene que considerar el poder amar a otras personas, pero al mismo tiempo debe de tener en cuenta que deberá considerar el enamoramiento de una sola. Nos es muy ilustrativo a esto las palabras de Jesús al apóstol Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? ¿Simón, hijo de Juan, me amas? ¿Simón, hijo de Juan, me quieres?” Lo cierto y real de todo esto es que se puede tener muchos amigos y muchos hermanos, pero sólo un esposo: “El que prefiera a su padre, madre, hermano más que a mí, no puede ser mi discípulo”. Por esto es que el amor celibatario por el reino de los cielos es y debe ser siempre exclusivo. Esta es su dignidad. Hay un único significado para la vida del sacerdote célibe: dejarse amar por Dios, buscarle y amarle de todo corazón. 

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