La
palabra “sabiduría” viene de la palabra latina “sapere” que significa tener conocimiento,
tener buen gusto; saborear, sabroso. Pero no es tanto entenderlo al sabor
percibido por el sentido del gusto o paladar; es más bien, el buen sabor del
conocimiento; deleitarse, saborear, gustar el conocimiento. En este caso, el
conocimiento divino, el conocimiento de Dios; deleitarse en el conocer a Dios,
en la verdad de Dios revelada en su Hijo Jesucristo que es el camino, la verdad
y la vida; y que también nos dijo que busquemos la verdad para que seamos
realmente libres (en contraposición a la frase del ex presidente del gobierno
español Rodríguez Zapatero “la libertad los hará verdaderos”). En otra ocasión
Jesús dijo: “nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre
sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”; y a los
fariseos les dijo que, si conocieran al Padre, lo conocerían a Él; también en
el diálogo con la samaritana, le dijo a ésta: “si conocieras el don de Dios”.
Vemos que el mismo Jesús en varias ocasiones hace referencia y nos hace ver la
necesidad que tenemos de conocer a Dios y la delicia que este conocimiento
provoca en nosotros.
En el
evangelio de san Lucas 17,20-25, en un pequeño diálogo que nos presenta entre Jesús
y los fariseos, donde éstos le preguntan sobre la llegada del Reino de Dios, Jesús
les responde que el Reino de Dios está dentro de ustedes. Y es que el Reino de
Dios no es un Reino tipo humano, es decir, no es el reino de gran ejército, un
gran poder político, económico, cultural, social, etc. En el interrogatorio que
le dirige Pilato a Jesús, éste le pregunta a cerca de ese Reino, y la respuesta
fue: “Mi Reino no es de este mundo. Si fuera de este mundo, mi Padre habría
enviado un ejército para defenderme. Pero mi Reino no es de aquí”. Es
decir, el Reino de Dios, si no es de tipo humano, entonces es de tipo
espiritual; por eso está dentro de nosotros. No como una realidad material,
sino como realidad espiritual. De ahí que también nos advirtiera que no nos
dejemos engañar si escuchamos que “está aquí o está allá”. El lugar del Reino
de Dios es el interior de la persona. El Reino de Dios no viene; ya está desde
el principio entre y dentro de nosotros. Pero cuidado, esto no quiere decir
tampoco que por ser espiritual no tiene nada que ver con nuestra vida o con nuestra
realidad humana. Es todo lo contrario.
Así
entonces, tiene que venir a nuestra mente una primera pregunta: ¿cómo sé o cómo
me doy cuenta de que el Reino de Dios está dentro de mí? Aquí volvemos al tema
de la sabiduría. En el capítulo 7, 22-30; 8,1 leemos que la sabiduría es un
espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, penetrante,
inmaculado, lúcido, invulnerable, amante del bien, agudo, libre, bienhechor,
amigo del hombre, etc. El creyente que actúa de esta manera, poniendo en
práctica estas características del espíritu sabio, pues testimonia el Reino de
Dios; y entonces viene la segunda pregunta que tenemos que hacernos: ¿Para qué
o por qué está dentro de mí el Reino de Dios? Si Dios lo sembró, -recordemos la
parábola del grano de mostaza-, en nuestro corazón es para algo o para que
hagamos algo con él, y ese hacer algo es testimoniarlo, vivirlo, hacerlo vida
en nuestra vida. Y es que sólo así será creíble. No fue para que lo guardemos,
en una actitud egoísta y de indiferencia; ya que, si en nosotros no da fruto,
se nos quitará y se le dará a otro que lo ponga a producir de acuerdo a la
voluntad de Dios.
Pero
este Reino de Dios, si es verdad que está dentro de nosotros y es para que lo
testimoniemos, también es cierto que aún no lo vivimos de manera plena. Es el
“ya, pero todavía no”. La plenitud del Reino de Dios la viviremos cuando, -al
dejar este mundo-, por los frutos buenos cosechados y el tesoro acumulado en el
cielo, estemos gozando de la presencia eterna de Dios; en su compañía eterna. Y
es que esto nos tiene que llevar a pensar y saber que la verdadera riqueza
nuestra no está en el poseer o tener; la verdadera riqueza nuestra está en el
conocimiento. Pero no cualquier conocimiento. Es el conocimiento de Dios. El
conocimiento es riqueza. Por eso Jesús mismo dijo: “¿De qué le sirve a uno
ganarse el mundo entero, si al final, pierde su alma?”. Gonzalo de Bercea,
conocido como el “poeta castellano” dijo: “la ciencia más alabada, es que el
hombre bien acabe; porque al final de la jornada, aquel que se salva sabe, y el
que no, no sabe nada”.
Pues
pidámosle a Dios y a su Hijo Jesucristo que sigan derramando su gracia en
nuestros corazones para que cada día más podamos profundizar en el conocimiento
de su Reino, y que nos ayuden a testimoniarlo en medio de las realidades en las
que cada uno desenvuelve su vida; ya que sólo así seremos luz en medio de las
tinieblas.
Bendiciones
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