jueves, 28 de mayo de 2020

Hay que decidirse: o por la iglesia de la adaptación o por la Iglesia de la Fe.

“Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará” (Mc 8,35).

  Ya hemos entrado, en lo que podríamos llamar o calificar como el final del confinamiento al que fuimos llevados por las autoridades como medida de prevención para que el coronavirus no se siguiera expandiendo entre la población. Ya se ha empezado a aplicar lo que se ha llamado los protocolos de descalada para volver a reactivar la vida productiva, económica y social del país, siempre manteniendo las debidas precauciones para que los contagios y enfermedades por el coronavirus no se siga expandiendo y seguir atendiendo los casos que se presenten. Apelamos siempre a la cordura y conciencia de nuestra gente para que todos pongamos de nuestra parte para que esta reactivación de la cotidianeidad pueda ser exitosa y sin traumas. Por el otro lado, y en lo que respecta a la parte religiosa y eclesial, hay que decir que hemos venido caminando también en este confinamiento ya que, desde el principio, nuestra alta jerarquía católica, decidió cerrar los templos como medida de prevención para no arriesgar la salud física y la vida de nuestros fieles, así como el colaborar con las autoridades civiles para ayudar a la no propagación del virus. Al llegar al momento de la “descalada o reactivación” de las actividades de la población, pues nuestra Iglesia institucional está asumiendo su parte para la reapertura de nuestros templos poniendo en práctica los protocolos de prevención emitidos por las autoridades del área de la salud principalmente y algunos otros que sean de consideración específica para nuestra Iglesia.

  Echando una mirada al ámbito internacional, en lo que respecta a la Iglesia universal, vemos que algunos gobiernos civiles han asumido unas acciones que han afectado a la Iglesia Católica en una clara intromisión en lo que es asunto exclusivo de la institución religiosa, como son las celebraciones litúrgicas dentro del templo. Hemos conocido las acciones de algunos cuerpos policiales en otros países de ingresar al interior del templo y detener la celebración de la misa y mandar a la gente a sus casas, alegando violación a las normas y decretos que prohíben durante la epidemia estas celebraciones o reuniones, y en otros casos se han multado a fieles y sacerdotes por estas acciones. Hemos conocido también las actitudes de algunos obispos que han confrontado directamente a las autoridades manifestándoles su negación a cerrar los templos y la celebración de la misa con pueblo: algunos de estos casos lo tenemos con el cardenal arzobispo de Luxemburgo contra el gobierno; así como los obispos suizos y también los obispos del estado norteamericano de Minnesota que han ordenado que los feligreses vuelvan a los templos para las celebraciones litúrgicas. En realidad, hay que preguntarse, y hasta de justicia es: ¿Se corre menos riesgo en los bancos, supermercados, transporte público, etc., donde hay personas que no guardan la distancia adecuada, ni usan muchas de ellas, las mascarillas; y en los templos sí? Da la impresión de que los templos se han pintado como un lugar o espacio de alto riesgo para la salud y, por lo tanto, la gente manifiesta un fuerte sentimiento de miedo y hasta de pánico. Esperemos en la gracia divina de que estos sentimientos negativos desaparezcan y nuestra gente pueda volver a recuperar la vivencia de su fe y pertenencia a la iglesia de Cristo para así seguir avanzando y dando testimonio de la misma en este mundo convulsionado.

  Siguiendo con la mirada hacia fuera, no podemos olvidarnos del sonado camino sinodal en la que se encuentra, desde octubre del año pasado, la Iglesia Católica en  Alemania. Éstos siguen en su empeño y afán de querer crear una especie de iglesia moderna y progresista; una iglesia adaptada al mundo. Dicen que ya no se puede seguir pensando ni practicando los métodos de evangelización de hace dos mil años; esto tiene que cambiar. Es decir, hay que ir cambiando la doctrina evangélica para adaptarla a los nuevos tiempos: hay que cambiar la moral sexual, lo mismo que la práctica y doctrina sacramental, porque la Iglesia Católica debe de ser más inclusiva, es decir, debe de permitir que las mujeres accedan al ministerio ordenado, que la Iglesia Católica bendiga las uniones homosexuales (como es el caso de los obispos de Austria), permitir el aborto, eutanasia, etc. O sea, la iglesia alemana está planteando la opción de cambiar la enseñanza de Cristo en su evangelio, contradiciendo así el mandato del mismo Cristo de “ensañarles a todos a cumplir TODO cuanto él nos enseñó”. No es de extrañarnos entonces que, para este año presente, -según la oficina de estadística de Munich -, que unos 10,744 católicos se dieron de baja o se retiraron de la Iglesia por diferentes razones.

  Pero preguntémonos: ¿Las otras iglesias cristianas no católicas que han cambiado la doctrina del evangelio de Cristo, pensando que así tendrían más adeptos o fieles en sus templos, en verdad ha sido así? ¿Estas iglesias que se han plegado y adaptado a los criterios del mundo moderno y progresista, han sido exitosas en la evangelización? Los ejemplos ahí están. Están peor que la Iglesia Católica. Han traicionado a Cristo y su evangelio; han afueridado, hechado a un lado a Cristo porque lo consideran un estorbo; y así quieren seguir llamándose iglesias cristianas. Hoy se habla de la “nueva normalidad” después de la epidemia del coronavirus; pues hoy también se habla de la “nueva iglesia”, la iglesia adaptada al mundo. El papa Benedicto XVI, haciendo una evaluación de la tarea de evangelización de la Iglesia Católica, dijo: “La Iglesia ha de abrirse al mundo para evangelizarlo, NO para perderse en él”. Cristo dijo que nosotros los creyentes y discípulos suyos hemos sido puestos como luz para el mundo y sal de la tierra; de modo que, tampoco un ciego puede guiar a otro ciego. La Iglesia es, ante todo, sacramento de Dios en el mundo. El puesto de la Iglesia en la tierra está solamente al pie de la cruz. La Iglesia es de Cristo, no nuestra y por eso prometió que ningún poder del infierno prevalecerá sobre ella. No somos los cristianos los que nos oponemos al mundo. Es el mundo el que se opone a nosotros cuando proclamamos la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Con razón dijo el papa san Juan Pablo II que la Iglesia de hoy no necesita de nuevos reformadores, sino que necesita nuevos santos.

  La iglesia de la adaptación no cree que sea Cristo el que la haya querido fundar; cree que es mera construcción humana, creada por nosotros y, por lo tanto, puede ser sometida a cambios y transformaciones antojadizas de acuerdo a los tiempos; es la iglesia de la oscuridad, de la mentira; crean su propia iglesia según sus necesidades; con una visión puramente sociológica y no sobrenatural; es decir, la iglesia de la adaptación es una estructura puramente humana, y así mismo acaba, siendo humana. La iglesia de la adaptación se convierte en una cueva de ladrones y en servidores del demonio. La iglesia de la adaptación muere porque tiene miedo de hablar con absoluta honestidad y claridad. La iglesia de la adaptación es cómplice por su silencio con la culpabilidad del mundo pecador. Pero la Iglesia de la fe es el pueblo de Dios, que ora y es fiel a Su Señor; y en la concepción neotestamentaria, es cuerpo de Cristo: se entra y se pertenece a ella por medio de la inserción en el cuerpo del Señor, por medio del bautismo y la eucaristía. Es la comunión de los santos, que tienen en común las cosas santas, es decir, la gracia de los sacramentos que brotan de Cristo, muerto y resucitado. La iglesia de la fe escucha el corazón de nuestro Dios. La iglesia de la fe forja su unidad sobre la verdadera Doctrina a ella encomendada. La iglesia de la fe no impone a Dios, pero sí lo propone, lo anuncia, lo proclama porque es indispensable para el hombre. La iglesia de la fe procede de Dios y es fiel a Jesucristo. La iglesia de la fe es la que sobrevive a los embates del mundo.

  En conclusión: adaptarse es sucumbir, es morir. Sólo la fidelidad a Cristo y a su evangelio nos podrá mantener en pie; no importa que sea una iglesia pequeña, lo importante es que sea fiel a su Señor. No podemos renunciar a Cristo para adaptarnos al mundo. La iglesia de la adaptación no salva. No busquemos ni construyamos una iglesia a nuestra medida; más bien que nuestra necesidad sea la medida de Cristo, su conocimiento, su amor, su vida. Esta es la iglesia que salva y la que fundó Cristo y que ningún poder mundano podrá destruir.

  ¿Qué decides? ¿Estas con Cristo o contra Cristo? ¿Cosechas con Él o desparramas? ¿Quieres servir a Cristo o quieres servir al mundo? ¿Quieres adorar a Cristo o quieres postrarte ante el mundo y su pecado adorándolo? ¿Quieres darle a Cristo lo que es de Cristo y al César lo que es del César? O ¿Quieres darle al César también lo que es de Cristo? Nuestra gloria es la gloria de Cristo. Esa es nuestra meta. Esa es nuestra fe.


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