martes, 19 de mayo de 2020

La reapertura de nuestros templos: una nota aclaratoria


“Jesús les dijo: Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y se admiraban de Él” (Mc 12,17).


  Queridos hermanos, a raíz de esta situación de la epidemia del coronavirus que la humanidad viene experimentando durante estos meses, y tomando en cuenta las medidas que han ido adoptando las autoridades de los países para ayudar a contrarrestar la expansión de este, motivados por las recomendaciones de la OMS, principalmente. En lo que respecta a nuestro país, que no ha quedado al margen de todo esto, pues hemos venido caminando bajo una serie de medidas que han alterado nuestros hábitos y costumbres, en la que generalmente se ha manifestado la incomodidad por un lado y el apoyo por el otro; se ha señalado también la falta de educación e inconciencia de gran parte de la población para el cumplimiento de las medidas preventivas. Tenemos por otro lado, la no eficacia por parte de las autoridades en hacer cumplir las normas de prevención, así como el manejo político que se le ha dado al tema. En la reciente alocución del presidente de la República, donde comunicó a la población las acciones a seguir en lo adelante con respecto a la reactivación de la vida económica y social de la población, y que ésta se ha de realizar por etapas establecidas por unas fechas; se nos comunicó a la nación cómo se van a reiniciar las actividades económicas, los negocios, las instituciones;  pero en ninguna parte del discurso ni de las medidas, se mencionó lo referente a la reapertura de los templos o iglesias. Hay quienes afirman que las iglesias se reabrirán a partir de la segunda etapa porque piensan que están incluidas en el grupo que se menciona con las palabras: “No abren espacios de entretenimiento, cines, parques, plazas comerciales, sector hotelero, gimnasios, entre otros”. Pues hay que aclarar que esto no es así.

  La Iglesia Católica, como institución, no está sujeta ni bajo la tutela o legislación de los Estados. Es una institución autónoma, independiente, soberana que tiene su fundamento en lo que se conoce como el “derecho de Dios o derecho divino”. El Estado o los Estados no pueden intervenir en los asuntos internos de la institución eclesial; dicho de otra manera, no puede intervenir en lo que sucede en el altar. Si lo hace y la Iglesia lo acepta, la libertad de la Iglesia se pierde. Si no es libre en el altar, la iglesia no será libre en ningún otro campo. La libertad de la Iglesia se basa en su divina institución. El ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Gerard Müller, en una entrevista publicada a principios de mayo del presente, dijo: “La Iglesia no es cliente del Estado. Los sacerdotes no son funcionarios del Estado. Nuestro pastor supremo es Jesucristo, no ningún presidente. El Estado tiene su tarea, y la Iglesia tiene la suya. Tomar determinadas medidas externas es tarea del Estado; la nuestra es defender la libertad e independencia de la Iglesia y su superioridad en la dimensión espiritual. No somos una agencia subordinada al Estado”. Cristo la ha constituido, ha enviado el Espíritu Santo para sostenerla y guiarla, la ha hecho administradora de la Gracia, ha establecido un orden jerárquico en ella, le ha dado una misión, le ha dicho cómo adorarlo en la liturgia, le ha enseñado cómo rezarle, le ha hecho parte de una maternidad sobrenatural, le ha dicho que respete a las autoridades terrenales que se apoyan en el derecho natural que tiene a Dios como autor, y también que obedezca a Dios antes que a los hombres (Hc 5,29). Tenemos entonces que los derechos de la Iglesia se basan en los derechos de Dios y no en el derecho a la libertad religiosa de los cristianos. La Iglesia es soberana en la custodia de las verdades reveladas y de la ley moral natural, es soberana en la determinación de la liturgia porque Dios debe ser adorado como Él quiere y no como los hombres desean, es soberana en la educación de los niños y de los jóvenes porque la educación es como la continuación de la creación, es soberana en la santa constitución del matrimonio y de la familia y es, por último, soberana en la caridad que es participación en la vida misma de Dios.

  Pero, los Estados modernos o “progresistas”, han ido quitando soberanía a la Iglesia en estos temas que hemos señalado (unión legal gay, adopción por estas parejas, educación y adoctrinamiento ideológico de género, transexualismo, etc.). Le ha quitado soberanía sobre la doctrina y la moral, impidiéndole impartir enseñanza en contra de los “nuevos derechos”, le quita soberanía sobre la liturgia, regulando los altares con sus gritos.

  Dicho todo lo anterior, ¿qué esperar de la reapertura de nuestros templos en nuestro país? Lo primero es que, la decisión de cerrar los templos católicos la tomaron los obispos de común acuerdo y la comunicaron mediante un escrito de la Conferencia Episcopal. No fue el gobierno o Estado que lo ordenaron. Esto así, porque nuestra alta jerarquía católica lo asumió, sobre todo, para no provocar aglomeramiento de personas en los templos y ayudar a la no propagación del virus y velar así por la vida y la salud física de su feligresía; también como una colaboración con las autoridades civiles. Para la reapertura, es nuevamente la alta jerarquía católica la que deberá tomar la decisión y no el gobierno o Estado, porque no es de su competencia. Es más, si un obispo, en su diócesis, tomara la decisión de reabrir los templos el día de mañana, puede hacerlo con toda libertad porque es una acción exclusiva de su consagración, guía espiritual y autoridad pastoral. Ningún obispo tiene que esperar un comunicado de la Conferencia Episcopal para hacerlo; otra cosa es si deciden hacerlo de manera conjunta, y así se expresa la unidad eclesial de nuestros pastores y fieles.

  En conclusión. Si es verdad que esto que hemos escrito es así, no es menos cierto que también debemos apelar a la prudencia, - no confundirla con el miedo ni la imprudencia-, siempre y cuando ésta no nos lleve a relajar o rebajar nuestras celebraciones sacramentales ni de culto a Dios, tenemos que esperar y estar atentos a las determinaciones que tomarán nuestros pastores al respecto. Es sabido ya que algunos han empezado a prepararse para la posible reapertura de los templos y vida eclesial aplicando las recomendaciones de prevención y otras que a lo mejor se implementarán en las diócesis y comunidades parroquiales de acuerdo con sus realidades. Tenemos primero que seguir buscando el Reino de Dios y todo lo demás vendrá por añadidura. El corazón de nuestra fe cristiana es el Dios trascendente que se hace inmanencia en nuestra vida, es Cristo verdadero hombre y verdadero Dios a través de la Encarnación.

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