El pensamiento de Dios ronda
la mente del hombre desde tiempo inmemorial. Esto aparece en todos los lugares y en todos
los tiempos, hasta en las civilizaciones más arcaicas y aisladas de las que se
ha tenido conocimiento. El hombre, aunque muchos no quieran reconocerlo,
siempre ha tenido una sed de infinito. No hay ningún pueblo ni período de la
humanidad sin religión. Es algo que ha acompañado al hombre desde siempre, como
la sombra sigue al cuerpo. El hombre busca respuesta a los grandes enigmas de
la condición humana, que ayer como hoy se presentan ineludiblemente en lo más
profundo de su corazón: el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el mal,
el origen y el fin del dolor, el sentido del sufrimiento, el camino para
conseguir la verdadera felicidad, la muerte, el juicio, etc. Decía Aristóteles
que, si la religión es una constante en la historia de los pueblos, ha de ser
porque pertenece a la misma esencia del hombre.
El papa san Pablo VI dijo: “La
religiosidad popular puede producir mucho bien”; y san Juan Pablo II, en su mensaje dirigido a
la plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
del 21 de septiembre del 2001, dijo: “El pueblo de Dios necesita ver, en
los sacerdotes y en los diáconos, un comportamiento lleno de reverencia y de
dignidad, que sea capaz de ayudarles a penetrar las cosas invisibles, incluso
sin tantas palabras y explicaciones” (n.3); y también: “La
religiosidad popular, que se expresa de formas diversas y diferenciadas, tiene
como fuente, cuando es genuina, la fe y debe ser, por lo tanto, apreciada y
favorecida. En sus manifestaciones más auténticas… favorece la fe del pueblo,
que la considera como propia y natural expresión religiosa, predispone a la
celebración de los sagrados misterios” (n 4).
Con lo anterior dicho, lo que queremos decir
es que, lo sucedido en Puerto Plata el pasado domingo 26 de abril con la
presencia del “peregrino” y la multitud de gente que se aglomeró en torno a él,
siguiéndolo en una muestra, - si se quiere -, de apoyo y manifestación
religiosa, no la podemos ver únicamente desde el aspecto meramente
político-social-de salud, sino que es conveniente verlo desde el punto de vista
religioso. Ese acto fue una manifestación de lo que es o se ha llamado
religiosidad popular.
Tengamos en claro lo siguiente. Al usar esta
expresión, estamos uniendo dos términos: “religiosidad” y “popular”. La
religiosidad equivale a la práctica y esmero en cumplir las obligaciones
religiosas. Y la religión, como virtud, mueve a dar a Dios el culto debido. Lo
“popular” es lo relativo al pueblo, lo que viene de la gente común. No se trata
de “esto o lo otro”, sino de “esto y lo otro”. En la historia de
la espiritualidad cristiana se constata que grandes movimientos de renovación
han ido unidos a la promoción de la piedad del pueblo. Según el Cardenal
argentino Eduardo Francisco Pironio, hay una relación estrecha entre
religiosidad popular e inculturación. La religiosidad popular es la manera en
que el cristianismo se encarna en las diversas culturas y estados étnicos, y es
vivido y se manifiesta en el pueblo. Ahora, la gran tentación de la
religiosidad popular es la superstición, aunque no necesariamente ha de caer en
ella. El pueblo necesita expresar su fe, de forma intuitiva y simbólica,
imaginativa y mística, festiva y comunitaria. Sin olvidar la necesidad de la
penitencia y la conversión.
Mucha gente en sus comentarios de lo sucedido
con este peregrino en Puerto Plata tildó el hecho como una muestra de la
ignorancia del pueblo, de la gente, de un país que le falta mucho por recorrer
en el camino de la educación, y otros comentarios más. Se da a entender con
esto como que, la persona que tiene alguna creencia en un ser divino, llámale
como le llame (Dios, Jesucristo, Jehová, Yave, Buda, Nirvana…), es nada más que
un ignorante; tener una fe en lo trascendente, para muchos es signo de
ignorancia, atraso, brutalidad. Vivimos en una cultura que, a menudo,
caricaturiza la fe como algo que no pasa de ser mera credulidad, intolerancia y
superstición. La fe cristiana confía totalmente en la recta razón, mediante la
cual se puede llegar al conocimiento de Dios. Para el creyente, la razón es
inseparable de la fe y ha de ser respetada como un don divino que es. Se podrá
aducir que lo sucedido en Puerto Plata fue un acto de imprudencia, debido a la
situación de confinamiento que, por causa de la pandemia del corona virus
estamos viviendo. Pero señalar o afirmar que fue un acto de ignorancia, eso
habría que analizarlo más detenidamente. La religión no es ignorancia, creer en
Dios no es ignorancia. No se trata de seguir comiéndose la famosa frase de Carl
Marx de ver la religión como el opio del pueblo. Y es que en estos momentos que
estamos viviendo, el ser humano necesita aferrarse a algo o a alguien más allá
de lo que le rodea. Se dijo que muchas de las personas que se unieron al peregrino
lo hicieron buscando sanación y protección del virus; se dijo también que
algunos que estaban contaminados por el virus se unieron a la manifestación con
esa intención y por eso se produjeron algunos contagios. Se acusó a las
autoridades civiles y religiosas (sobre todo a la Iglesia Católica), de la
provincia de no haber actuado correctamente y más bien apoyaron la manifestación.
Quiero pensar que el peregrino nunca le dijo a la gente ni la incitó a que le
siguiera; él simplemente estaba caminando con sus personales intenciones y la
gente quisa vio en él una “esperanza”.
El sufrimiento que Dios permite que nos llegue,
puede a veces ser una excelente advertencia a cerca de una insuficiencia de la
vida en la tierra. Como un aviso que nos recuerda que no confiemos en las
fuentes pasajeras de la felicidad. No podemos pretender que los problemas
tengan que desaparecer por sí solos por el mero hecho de creer en Dios. Es
verdad que la fe ayuda a afrontar esas situaciones y a estar alegres, pero no
las hace desaparecer. Solamente el hombre cuando sufre, sabe que sufre, y se
pregunta entonces por qué. Y sufre de una manera más profunda cuando no
encuentra para ese dolor una respuesta satisfactoria. El mensaje de fe
cristiano afirma que el sufrimiento es una realidad que está vinculada al mal,
y que este no puede separarse de la libertad humana, y por ella, del pecado
original. Pero también es cierto que el sufrimiento, más que cualquier otra
cosa, abre el camino a la transformación de un alma.
La
religión necesita de la religiosidad popular. No se trata de eliminar la religiosidad
popular, sino más bien de purificarla de lo pueda tener de mágico o
superstición, con prudencia y paciencia, con una catequesis atenta y respetuosa.
La religión se nutre de la religiosidad popular.
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