Es tradición de nuestra
Iglesia Católica que, al elegir a uno de sus hijos presbítero para el
ministerio del episcopado, éste debe de elegir un lema que será el que guiará
su ministerio episcopal durante toda su vida. Es parte de la tradición eclesial
que el mismo esté escrito en latín, que es la lengua madre de la Iglesia con el
la cual ella escribe sus documentos y otros escritos. El elegido al episcopado
debe de seleccionar los elementos de su escudo episcopal y acompañarlo de esta
frase o lema que puede ser tomado de las sagradas escrituras o de algún escrito
o documento patrístico. Las palabras con la que hemos titulado este artículo es
el lema episcopal del cardenal Joseph Ratzinger, -papa Benedicto XVI -, que se
traducen así: “Debemos servir de modo que seamos cooperadores de la verdad”.
La figura del papa emérito Benedicto XVI no
deja de ser atrayente y, sobre todo, por la sabiduría, elocuencia, vida espiritual,
sencillez y humildad que adornan su persona. Desde ya hay quienes, dentro y
fuera de la Iglesia, están pidiendo que sea declarado con el título de “Doctor
de la Iglesia”. Sus escritos son un gran aporte, no sólo para la Iglesia
Católica y sus fieles, sino también para el mundo. No podemos poner en dudas la
grandeza intelectual de este hombre de Dios, de este hijo de Su Iglesia, de
este maestro de la espiritualidad cristiana, y que será, sin dudas, un gran
legado que alimentará el rico depósito de la fe que custodia la iglesia de
Cristo para que siga siendo luz en este mundo que está envuelto cada vez más en
un gran manto de tiniebla.
Los escritos de este papa emérito son un gran
tesoro de sabiduría y conocimiento de un hombre que, con el paso de los años y
sus experiencias de vida desde su niñez hasta nuestros días, ha tenido tanto
que compartir y decirle al mundo de que, ciertamente, la esperanza cristiana
nunca muere. Es el hombre y sacerdote de Dios, que sigue sirviendo a la verdad,
la única verdad, - aunque a muchos esto les incomode -, de Dios revelada en su
Hijo amado, su predilecto, al que debemos de escuchar y que nos hace realmente
libres. Esa verdad a la cual él siempre ha querido servir y defender aun a
costa de todos los inconvenientes e incomprensiones que esto le ha provocado
desde siempre, pero de una manera más particular, desde que fue puesto al
frente, por el papa san Juan Pablo II, de la Congregación para la Doctrina de
la Fe y después en su ministerio petrino, como sucesor del apóstol san Pedro y
Vicario de Cristo. Este papa emérito, quiso retirarse a un lugar apartado,
lejos del bullicio para dedicar el final de sus años de vida en este mundo a la
contemplación, meditación y estudio, y así seguir aportando a la vida de la
Iglesia los dones con los cuales Dios mismo lo revistió. Si es verdad que Benedicto
XVI se retiró del pontificado, no es menos cierto que sigue presente entre
nosotros aportando desde el silencio y la clausura con su oración, humildad y
reflexión al fortalecimiento de la única Iglesia de Cristo.
En una homilía pronunciada en la Basílica
vaticana en abril del 2005, dijo: “A quien tiene una fe clara, según el
credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo.
Mientras que el relativismo, es decir, dejarse llevar a la deriva por cualquier
viento de doctrina, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos
actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce
nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus
antojos”. Palabras certeras que dejan al descubierto lo que hoy caracteriza
a la sociedad moderna y progresista: ya no es un simple relativismo, sino la
dictadura del relativismo. Ya no se trata de que las cosas dependen del cristal
con que se miren, sino que, las cosas dependen de que no llevemos la contraria
a los adversarios porque corremos el riesgo o amenaza de ser eliminados. Esta
verdad absoluta que Cristo encarna, hoy en día es la verdad atacada y rechazada
por los progresistas modernos que tienen cada uno su verdad o verdades.
El papa emérito es un visionario que ha señalado
en varias ocasiones la crisis en la cual viene caminando la Iglesia, sobre todo
cuando la señala desde su parte interior, su jerarquía: Ante la prolongada
crisis que viene atravesando el sacerdocio desde hace muchos años, le ha
parecido necesario remontarse a las raíces más hondas del problema. En el libro
escrito a “dos manos”, junto al cardenal Robert Sarah, - Prefecto de la Congregación
del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos -, “Desde lo más hondo
de Nuestros Corazones”, dice: “Es urgente, es preciso que ninguno de
nosotros, obispos, sacerdotes y laicos, nos dejemos impresionar por los
argumentos equivocados, las puestas en escenas teatrales, las mentiras
diabólicas, los errores de moda que quieren desvalorizar el celibato sacerdotal”.
Es una inquietud que inunda su corazón, pero sabe que el amor siempre tiene la última
palara. El sacerdote tiene la misión de velar. Debe estar en guardia ante las
fuerzas amenazadoras del mal. Debe mantener despierto al mundo para Dios. Debe
estar de pie frente a las corrientes del tiempo. De pie en la verdad. De pie en
el compromiso por el bien. Y es que los fieles esperan de los sacerdotes
solamente una cosa: que seamos
especialistas en promover el encuentro del hombre con Dios.
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