El
cardenal alemán Reinhard Marx, en una entrevista publicada en la revista Stern,
dijo recientemente que “el Catecismo de la Iglesia Católica no está escrito en
piedra y que, por lo tanto, se permite dudar de lo que dice”. Recordemos que
este cardenal es uno de los más influyentes prelados de Europa y forma parte,
por decisión del Papa Francisco, del Consejo de Cardenales Asesores del Papa
Francisco y también es Presidente del Consejo de Economía del Vaticano, y es
uno de los principales artífices e impulsadores del “camino sinodal alemán”.
A la
pregunta que le hicieran de “¿cómo se debe acomodar a las personas
homosexuales, queer o trans en la enseñanza católica?” Su respuesta fue: “Una
ética inclusiva que imaginamos no se trata de ser laxa, como algunos afirman.
Se trata de otra cosa: encuentro a la altura de los ojos, respeto por el otro.
El valor del amor se muestra en la relación; en no hacer de la otra persona un
objeto, en no usar o humillar a la otra persona, en ser fieles y confiables
unos con otros. El Catecismo no está escrito en piedra. Uno también puede dudar
de lo que dice”. Y Mons. Georg Batzing, sucesor del cardenal Marx como
Presidente de la Conferencia Episcopal alemana, se le preguntó acerca de “si el
sexo entre homosexuales está permitido”; a lo que respondió: “sí, está bien si
se hace en fidelidad y responsabilidad. No afecta la relación con Dios”.
Pero
estas palabras del cardenal Marx, no son palabras simples ni baladíes. Con
estas palabras, el mismo cardenal lo que está haciendo es exceder lo que se
puede llamar un simple cambio de redacción del Catecismo. Estas palabras
apuntan directamente a realizar un cambio en la doctrina y moral sexual
católica, y que se lleva de corte y porrazo, la revelación bíblica. Así
entonces, tenemos lo que acaba de suceder en la diócesis alemana de Friburgo
que, ha autorizado a una persona transexual para dar clases de educación
religiosa católica. Pero resulta que esta mujer biológica, que transitó a
hombre, está en planes de boda en esta primera mitad del año con su compañera
sentimental. Aquí se plantea una cuestión o problema moral: pues resulta que
sería un matrimonio entre dos mujeres. A la pregunta que se le hiciera al
vicario general de la diócesis, “¿cómo podría ser esto congruente con el Derecho
Canónico y la normativa laboral?” La respuesta que dio fue: “Las leyes
laborales de la Iglesia están siendo reelaboradas por los obispos
alemanes”. Pero ¿cómo se interpreta esta
reelaboración? Pues como un ir acomodando la doctrina moral católica a los criterios
del mundo. El Catecismo es el compendio de lo que cree y no cree la Iglesia, y
que está fundamentado en la revelación bíblica, la tradición eclesial y el
magisterio milenario católico, desde los apóstoles hasta el último de sus
sucesores, con el papa a la cabeza.
Sabemos
de la insistencia y tozudez de este cardenal, junto a otros obispos, sacerdotes
y laicos alemanes, de sus propuestas y “convencimiento” de que la moral sexual
católica tiene que cambiar, y para esto, este cardenal promueve y defiende que
el celibato sacerdotal debe de ser opcional o eliminado para que los sacerdotes
se puedan casar; que los sacerdotes puedan ser no sólo heterosexuales, sino
también de otras preferencias sexuales; que la Iglesia bendiga las uniones
homosexuales, es decir, que sean sacramentales; la ordenación sacerdotal de las
mujeres, acceso a la comunión sacramental de protestantes casados con
católicos, etc.
Pero
volvamos a su respuesta reciente en la entrevista sobre el Catecismo: “El
Catecismo no está escrito en piedra y que se puede dudar de lo que dice”. Este
cardenal católico, así como otros muchos más prelados y fieles, cree que la
enseñanza de Jesús, - Su evangelio -, puede, tiene y debe adaptarse al cambio
de las épocas. Se olvida este cardenal de las palabras de Jesús: “El cielo y la
tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, y también: “Vayan por todo el
mundo, anuncien el evangelio, enséñenle a la gente a cumplir todo cuanto yo a
ustedes les he enseñado, y todo el que crea y se bautice, ese salvará”. Y no
podemos dejar de mencionar las palabras del apóstol de los gentiles, san Pablo:
“Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo les predicase un
evangelio distinto del que les hemos anunciado, sea anatema” (Gal 1,8). Y es
que el discípulo no es más que su maestro, si bien el discípulo cumple con lo
mandado por su maestro.
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