Estamos ya en la recta final del camino
cuaresmal. Nos encaminamos hacia la semana santa. Nos vislumbramos ya cercanos
a la Pascua de Resurrección, pero antes tenemos que pasar por el viernes santo,
el viernes de la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios,
el Mesías, el salvador. En este caminar cuaresmal nos hemos tenido que detener a
profundizar en lo fundamental del mismo que es la “conversión”. Recordemos que
esta fue la invitación y exhortación del Señor en el evangelio de Marcos; es su
primera palabra: “conviértanse, porque se ha cumplido el tiempo y el reino
de Dios está cerca”. Esta palabra será la clave de todo el mensaje de la
buena noticia de Jesús: no podemos recibir el reino de Dios, si antes no se da
en cada uno de nosotros, en nuestro interior, un cambio de actitudes. El reino
de Dios no funciona en nosotros si no encuentra corazones bien dispuestos. Si no
hay, si no se da un verdadero arrepentimiento de nuestra parte, no podrá ser
real ni efectivo el reino de Dios.
Como ya
sabemos, la conversión significa “cambio de actitud, de pensamiento”. Es
darle a nuestra vida un giro de 360 grados. No es un cambio parcial, sino más
bien completo. Ya nos dice el Señor que nuestros pensamientos no son sus
pensamientos. Pues la conversión tiene que lograr poner en consonancia nuestros
pensamientos con los pensamientos de Dios. Este cambio lo logramos en la medida
en que ponemos en práctica el mandato del Señor de “escuchar su palabra y
ponerla en práctica”. Así, la auténtica conversión nos llevará a un verdadero
cambio de nuestra actitud hacia Dios, hacia los demás y hacia nosotros mismos.
Es empezar a rechazar y apartar de nosotros todo aquello que nos irrita, lo que
nos aleja de Dios; la intolerancia con muchos de los que nos rodean: en la
familia, en el trabajo, en el círculo de amigos, en las calles de la ciudad, en
la universidad, en la misma comunidad cristiana, etc. Por esto es por lo que el
camino cuaresmal que hemos venido recorriendo y que estamos ya llegando a la
parte final e intensa, ha sido y siempre tiene que ser el tiempo ideal para
avanzar en el fortalecimiento de nuestro proceso de conversión que tanto necesitamos.
Tengamos claro que la conversión no sólo tenemos que vivirla en la cuaresma,
sino más bien que tenemos este tiempo de gracia para fortalecerla. La cuaresma
es un camino que nos dura toda la vida y que termina para cada uno cuando nos
toque dejar este mundo.
De los bienes que hemos tenido que lograr alcanzar
y fortalecer en este camino cuaresmal es la paz: la paz con Dios, con los demás
y con nosotros mismos. La paz que nos da el Señor es un don y una tarea que
necesita y nos exige un cambio interior verdadero para que sea una realidad en
nuestras vidas. La conversión nos debe de llevar a entender y ser conscientes
de que nosotros no somos el centro del mundo, sino que lo es Dios; y que nos ha
hecho partícipes de su amor y que por lo tanto debemos de tener un corazón
sincero y abierto para acoger con humildad ese ofrecimiento suyo para testimoniarlo,
contagiarlo a los demás; y así manifestar el verdadero discipulado de Cristo: “En
esto conocerán los demás que son mis discípulos: en que se aman unos a los
otros”.
Cuando
nos dejamos amar por Dios, somos partícipes de su gran misericordia ya que nos
lleva al reconocimiento de nuestros pecados. La cuaresma también ha tenido que
ser ese tiempo propicio para buscar y pedir la misericordia de Dios. Somos
seres limitados, perecederos y nuestra presencia en este mundo es transitoria.
El momento de la muerte a este mundo es momento decisivo, es el momento de la
verdad. Lo hecho, hecho está. Esta realidad nos debe de llevar siempre a la
sinceridad y reconocer que somos pecadores, que hemos pecado y que, por lo
tanto, necesitamos de la misericordia del Padre. Por esto es por lo que decimo
con el salmista: “misericordia Señor, hemos pecado”.
¡Vamos
hacia Jerusalén! Y este camino no ha sido fácil recorrerlo. Nos hemos
encontrado con muchos obstáculos, tropiezos y caídas. Hemos tenido que estar
pidiéndole perdón a Dios una y otra vez por nuestros fallos en nuestros
propósitos e intenciones. Y así llegaremos a la semana santa, para experimentar
con más fuerza la misericordia de Dios. Contempláremos a Jesús colgado y muriendo
desangrado en la cruz. Poco a poco se le irán las fuerzas, el aliento y, por lo
tanto, la vida. Pero esa no es más que una entrega, porque a Él nadie le quita
la vida, sino que la entrega por nuestra salvación. Será un sacrificio lento y
doloroso, que culmina siempre en la manifestación de su amor por nosotros.
Sigamos
avanzando en este camino cuaresmal hasta llegar a la cima del Gólgota. Vayamos
a morir con Cristo, pero para resucitar con Cristo.
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