Por P.
Robert A. Brisman P.
La
humanidad hoy estamos viviendo unos tiempos difíciles, que podríamos llamarlos “tiempos
proféticos”. Hay una gran crisis universal que nos lleva a vivir nuestro valle
de lágrimas. Ya el mismo Señor Jesucristo, camino al calvario lo había dicho: “mujeres
de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos”. Y
esto es lo que hoy está sucediendo. Estamos llorando amargamente y estas lágrimas
podrían incluso ser lágrimas de sangre. El ser humano sigue sin aprender. Ya se
ha dicho que hoy no estamos viviendo un cambio de época, sino una época de
cambios. Y estos cambios nos están costando muy caro asimilarlos. El ser humano
sigue sin aprender de su pasado. Lo dice la máxima que, quien no conoce su pasado,
está condenado a repetirlo.
Se cierne sobre la humanidad un gran manto de
tiniebla. El hombre moderno y progre sigue rechazando a su Creador y su condición
de criatura, para erigirse como su propio amo y señor; se ha empecinado en ser
su propio artífice de su destino a expensas de un guía y la verdad absoluta, y
se ha venido guiando en su propia verdad o propias verdades, dándose sus
propias leyes. Para el hombre de hoy, todo es relativo, nada es absoluto. Todo lo
ha centrado en sí mismo; se ha erigido en centro de la creación y del universo.
Un mundo creado por el hombre es al mismo tiempo un mundo inhumano.
El hombre de hoy está recorriendo el camino sobre
la máxima del “vive como quieras y aprovecha el presente”, porque piensa que
todo termina con la muerte a esta vida. Es la máxima de “darle al cuerpo todo
lo que pida o darle gusto al cuerpo”, porque eso es lo que te llevas cuando te mueras.
Y la pregunta es ¿te llevas para dónde? Si lo que es de este mundo, se queda en
este mundo. ¿Qué gustos y placeres nos llevaremos de este mundo para la otra
vida? ¿Acaso se nos va a cuestionar acerca de esto? ¿Eso fue lo que nos vino a enseñar
el Hijo de Dios?: “Le preguntó un doctor de la ley: Maestro, ¿Qué tengo que
hacer para heredar la vida eterna? Y Jesús le contestó: ¿Qué está escrito en la
Ley? Le dijo: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma,
y con toda tu fuerza y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo. Jesús
le dijo: haz esto y vivirás” (Lc 10,25-28).
Estos acontecimientos que estamos viviendo en
la actualidad, se vienen analizando desde la perspectiva de la geopolítica y la
economía. Pero, son pocos los que reparan y ni siquiera miran o lo ven, desde
la perspectiva religiosa, de la fe; concretamente, desde las profecías del
evangelio y las advertencias marianas a la humanidad. De hecho, muchos
cristianos ni siquiera están enterados ni le dan crédito a las mismas. Es verdad
que estas advertencias marianas no pertenecen al depósito de la fe, nadie está
obligado a creer en ellas. Pero, tampoco eso quiere decir que no puedan ser
tomadas en cuenta para que nosotros tomemos las previsiones de lugar y evitar,
con nuestras oraciones y sacrificios, el que sucedan.
El deterioro en el que actualmente se
encuentra la humanidad es profundo y se puede decir que ya ha llegado a tocar
fondo. Cuando se toca fondo, se nos presentan dos opciones: la primera es para
que nos impulsemos desde el fondo y podamos salir a la superficie; y la segunda
es quedarnos en el fondo y ahogarnos. Y parece ser que gran parte de la humanidad
está decidiendo quedarse en el fondo para ahogarse y morir. Y es que la Iglesia
hoy, casi no habla del pecado, el infierno, la muerte, el riesgo de condenación
y la vida eterna; pero sí mucho sobre pobreza, cambio climático, migración, inclusividad
y felicidad terrena, fraternidad universal sin relación a Dios Padre. Si la
Iglesia mundaniza su mensaje, pues ella está de más. Vivimos en un mundo apóstata,
y la Iglesia parece ser que se ha abrazado con él.
Pues todo esto y más ya se nos fue advertido
que vendría a nosotros al apartarnos de Dios y confraternizar con el mundo y
sus pompas, sus criterios, sus ideologías. Por otro lado, la Virgen María también
ya nos ha venido advirtiendo en sus diferentes apariciones (Garabandal, Fátima,
Akita, etc.), de esta crisis del mundo y, en ella, la crisis interna de la
Iglesia de Su Hijo. Esta crisis interna de la Iglesia tiene que ver con el
camino de perdición en la que van avanzando muchos cardenales, obispos y sacerdotes
y con ellos van arrastrando a muchas almas, es decir, les enseñan una doctrina
adulterada; crisis en las vocaciones sacerdotales y religiosas, al grado de que
ya muchos seminarios están vacíos y sus edificaciones puestas en venta para
convertirlos en bares, cantinas, teatros, parques de diversión, etc. Otras de
las advertencias de la Virgen es la llegada de lo que sería la tercera guerra
mundial que, por los acontecimientos de estos últimos años, se viene
concretando más y más esa posibilidad, con guerras que no resuelven nada, y más
bien lo que sí resuelven es hacer más ricos a los países que la generan. Ya estamos
al borde de esta guerra, con el agravante de que puede desencadenar en una
guerra nuclear.
Nuestra Madre del cielo nos ha advertido que
lo único que podría detener estos acontecimientos catastróficos es la oración,
la penitencia, el sacrificio y la frecuencia de los sacramentos de la confesión
y la comunión. Pero ya es tarde para evitarlo. Muchos católicos hemos o han
fallado, porque parte de esta crisis religiosa es la falta de fe. Ya lo dijo el
Señor: “Pero el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe
sobre la tierra?” (Lc 18,8b).
¡El mundo necesita a Cristo; necesita volver
a Cristo! La Iglesia no puede, ni tiene ni debe asemejarse al mundo, sino en
transformarlo de acuerdo con el mensaje del evangelio de nuestro Señor
Jesucristo. Dijo Chesterton: “La Iglesia está para decirle al mundo, no lo que
quiere oír, sino lo que necesita escuchar. El hombre no necesita una religión que
le diga que él tiene la razón. Lo que necesita es una religión que tenga razón cuando
él esté equivocado”. La Iglesia tiene que ser luz en medio de la oscuridad. Pero
ella tiene que dejarse iluminar por la luz de su Señor. La Iglesia tiene que
ver el mundo desde la perspectiva de Cristo para poder ayudarle a salir de su
oscuridad. En la Iglesia cabemos todos, pero no cabe todo. Es decir, no cabe el
pecado en ninguna de sus manifestaciones. La Iglesia es la esposa de Cristo; no
la concubina de nuestros antojos, deseos y pasiones. Estamos viviendo un
proceso profundo de descristianización. Hoy se busca y se quiere un cristianismo
sin Dios; una religión sin doctrina; una caridad sin fe.
La Iglesia necesita que sus pastores orienten
a los fieles en la doctrina y en política, así como la explicación de las
causas que nos han conducido a la catastrófica situación actual. Necesitamos feligreses
católicos valientes que estén bien formados, que no se dejen engañar por eslóganes
fantasiosos. La doctrina revelada es palabra divina que debe anunciarse, causa
de vida y gracia de salvación. La ausencia de Dios conduce inevitablemente a la
omnipotencia del mal.
No seamos ciegos a lo que estamos viviendo en
la actualidad. Dios nos está hablando. Podemos decir que, hasta ahora, Dios nos
viene hablando como Padre. Pero ya llega el día, y está encima de nosotros, en
que nos hablará como el Dios Único, Vivo, Verdadero y Todopoderoso.