P. Robert
A. Brisman P.
La
Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada y asumida por el
conjunto de las naciones unidas el 10 de diciembre de 1948, establece como uno
de esos derechos fundamentales de la persona humana en su artículo 18, lo
siguiente: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de
religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su
creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la
enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. El derecho a la
libertad religiosa es muy amplio: implica, además, que los padres son los encargados
y tienen la obligación de educar a sus hijos en la fe de su elección y elegir
colegios para ellos teniendo esto en cuenta. Hay quienes asimilan el derecho a
la libertad religiosa con la libertad de culto. Pero, estos dos no son
sinónimos. De hecho, la libertad de culto es más restringido, tiende más a lo
privado; mientras que la libertad religiosa es más amplia, se puede proclamar
en el ámbito público. Podemos afirmar que la libertad de culto está dentro de
la libertad religiosa. Esto es lo que ha provocado muchas veces el que algunos
Estados no logren o no acepten esta característica fundamental de la libertad
religiosa ya que, para estos Estados, algún tipo de religión no es de su agrado
ni de su elección; y también hay algunas religiones que no aceptan que sus
miembros puedan convertirse a otra creencia religiosa ni les permiten
abandonarla.
Si es verdad que en la historia de la
humanidad ha habido ocasiones en que se ha utilizado la religión como causa de
guerra para imponer alguna idea y hasta justificar por este medio la matanza de
seres humanos; no es menos cierto que también la religión juega y ha jugado un
papel importante como pacificadora y como autoridad moral cuando las diferentes
religiones dejan de atacarse mutuamente. El nombre de Dios no puede tomarse
como excusa ni como bandera para destruir al ser humano.
En gran parte de nuestra población creyente y
también en general, no hay una clara conciencia de lo que es ni significa este
derecho humano de la libertad religiosa. Para muchos este derecho se reduce
únicamente a ir a misa o al culto los domingos o sábados, - dependiendo de la
iglesia que así lo establezca -; también de las diferentes actividades
consideradas “legales” dentro de este marco jurídico, como pueden ser las
procesiones, peregrinaciones a santuarios, etc. Pero, desde el punto de vista
jurídico la libertad religiosa, que es un derecho humano, no hay que asociarlo
nada más con “religión”; es el derecho que tenemos los seres humanos a asociarnos,
a practicar, a manifestar la religión que escojamos. La libertad religiosa
implica también el que la persona tenga libertad de no creer ni profesar
ninguna religión y lo pueda hacer en absoluta tranquilidad. Libertad religiosa
es sinónimo de pluralidad e inclusión.
Pero, este derecho humano de la libertad
religiosa ha estado, y de hecho lo sigue estando en la actualidad, amenazado.
Tenemos, por ejemplo, ataques desde el aspecto legal de las legislaciones de
algunos países, alguno de ellos de tradición cristiana. Uno de estos elementos
aplicados la más de las veces, es lo que tiene que ver con el laicismo. Aquí
habríamos de preguntarnos si es lo mismo el Estado laico que el Estado
laicista. Y la respuesta es NO. El papa Benedicto XVI había dicho en varias
ocasiones que no es función ni finalidad de la Iglesia gobernar a los pueblo;
que eso es función de la política y los políticos. La finalidad de la Iglesia
es la salvación de las almas. El Estado laico es garante de que toda
manifestación religiosa pueda ser ejercida sin ninguna coacción; mientras que
el Estado laicista (laicismo) lo que busca es suprimir toda religión, ya que
piensa que toda manifestación religiosa tiene una connotación negativa para la
sociedad y representa hasta una amenaza para el mismo Estado (“La religión es
el opio del pueblo” de Carl Marx).
Con esto que ya hemos dicho, pensemos ahora
cómo está la vivencia, la práctica de la religión en la actualidad. Vemos lo
que está sucediendo en Europa, la cuna del cristianismo. Ya es conocida, - si
no por todos, pero sí por muchos -, que Europa viene caminando desde hace años
en un proceso de descristianización. El cristianismo es a religión más
perseguida en estos tiempos. Esto ha sido denunciado en diferentes foros
mundiales y hasta en la misma ONU, donde fue votada y asumida la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. Y esta denuncia no ha sido tomada muy en cuenta por
este organismo como debe de ser. Pero sí tenemos el ejemplo del gobierno de los
Estados Unidos, - administración Trump -, que ha asumido como parte de su
gobierno el proteger, no sólo dentro de su país sino en el extranjero, este
derecho humano de la liberta religiosa. En la actualidad y con la excusa de la
pandemia del covid19, en Europa algunos países han vuelto a confinar a su
población y esto incluye el cierre de locales, empresas y los templos
religiosos. Podemos ver cómo en Francia, - la primogénita del cristianismo -, por
ejemplo, los fieles católicos y los obispos franceses se están manifestando
contra esta disposición del gobierno y exigiendo que los templos sean abiertos
al culto público. Por otro lado, en la misma Francia, vemos como se están
impidiendo las celebraciones sacramentales por parte de la autoridad policial,
etc. En fin, todo esto ha provocado y está provocando que los europeos, vayan
menos a la iglesia, crean menos en el credo cristiano, y en general cran menos
en Dios
El panorama de la libertad de la religiosa no
parece ser nada halagüeño. Cada vez más los creyentes afrontan la vida sin
referencia religiosa alguna: nacen y no se bautizan; se tienen los hijos sin
estar casados; se contrae matrimonio civil o unión libre y no religioso; son
cristianos de cumplimiento; muchos no ponen un pie en el templo durante casi
toda su vida, y cuando mueren piden que sus cuerpos sean incinerados y echados
al viento o al mar o puesto en una repisa en las casas o que sus cenizas sean
divididas en collares para que cada miembro de la familia lleve al cuello una
parte de su ser querido; y no son enterrados entre oraciones y cánticos en un
cementerio. Esta secularización del mundo no cabe dudas, que está dejando su
impronta profunda en la mente y corazón de una gran parte humanidad cada vez más
alejada de Dios.
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