jueves, 26 de noviembre de 2020

La Resistencia Espiritual como Opción a la Sociedad Política

 

“Tomen, por eso, la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y, habiendo cumplido todo, estar de pie” (Ef 6,13).

  Una de las características de nuestro tiempo es la arbitrariedad totalitaria y dictatorial en la que muchos gobiernos están sumiendo a sus pueblos y que laceran, fragmentan y destruyen la ley moral.  Simón Bolívar dijo: “Los legisladores necesitan ciertamente una escuela de moral”. Para gobernar un pueblo, en libertad y democracia que vele por los derechos de todos, el representante debe estar preparado para tomar las decisiones en relación con un modelo aceptado. Pero ¿Cuál es este modelo aceptado para estos dirigentes políticos? Pues parece ser precisamente el que prescinde de la ley natural, moral y de conciencia. Ante este panorama, todo cristiano tiene que alzar su voz y su armadura de la fe en Dios para poder estar de pie ante el atropello de los amos de este mundo. Todo cristiano nunca debe separar esta realidad espiritual, de su condición de ciudadano. Dicho de otra manera: todo buen cristiano, sabe y debe ser un buen ciudadano, a pesar de las consecuencias negativas que esto le pueda ocasionar. Y lo digo así porque, desde hace mucho tiempo, a los cristianos se nos quiere impedir o coartar nuestra condición de ciudadanos y hasta se nos ha querido tratar como ciudadanos de segunda y tercera categoría; se nos ha querido callar para impedir que propongamos nuestras ideas y pensamientos en la sociedad que vivimos, y esto no lo podemos permitir, no podemos claudicar ante este ultraje que se viene urdiendo en muchas sociedades, aún de fuertes fundamentos cristianos. El cristiano no puede ser ni caer en la incoherencia entre su fe y su condición de ciudadano. Si cayera en esta separación, estaría incumpliendo con el mandato del Señor de ser luz para las naciones, ser luz en medio de la oscuridad.

  El cristiano es el hombre y la mujer de verdad, de la verdad. La verdad es el único escudo contra la tentación de un poder ilimitado. Y esto es parte de lo que el poder político y sus actores parecen no entender ni mucho menos aceptar. Hay un orden objetivo de la verdad que está inscrito en el corazón del hombre, y cada uno tiene que buscarlo para encontrarlo; no hace falta ser creyente en Dios, ya que es accesible a todo hombre de buena voluntad. Por esto, todo cristiano no puede ni debe sentirse menos que los demás ni dejarse dominar por el miedo para que pueda expresarla, porque esto lo convierte en testigo de la verdad y defensor de la naturaleza humana, sabiendo que esto le puede, y de hecho le provoca incomprensiones, persecuciones y hasta la muerte por dar testimonio de la verdad: “Jesús dijo a sus discípulos: Les echarán mano, los perseguirán, los entregarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendrán ocasión de dar testimonio… Y hasta sus padres y parientes, hermanos y amigos los traicionarán, y matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa de mi nombre” (Lc 21,12-19).

  Es muy característico de muchos gobiernos el dejarse comprar por otros grupos para así imponer sus políticas dictatoriales y deshumanizadora que van en contra de los valores, principios e identidad de sus pueblos, de sus gobernados. Hay cristianos y personas de buena voluntad fuertes en sus convicciones que lo han perdido todo antes de ser cómplices y colaborar con normas y leyes que son destructoras del orden natural. Esta es la mejor arma que podemos y debemos asumir como cristianos, ante una sociedad política avasalladora y dictatorial que sólo cuida y vela por sus intereses políticos y que no precisamente van hacia el bien común. En una sociedad de estas características no nos sorprenda el que los cristianos seamos perseguidos y siempre se nos intente callar. En una sociedad, donde el relativismo avanza a pasos agigantados, no nos sorprenda el que a los cristianos nos sucedan estas cosas, como lo dijo el papa Benedicto XVI en una homilía pronunciada en la Basílica vaticana en el abril del 2005: “A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”.

  Pues ante este panorama, como cristianos debemos de mantenernos firmes y revestidos con la armadura de Dios; fortalecidos en la virtud de la paciencia para poder enfrentar las dificultades que, como parte de la gran familia espiritual de Cristo que es su Iglesia, nos anunció sobre las persecuciones y tribulaciones que sufriríamos, porque el discípulo no es más que su maestro. La Iglesia de Cristo, a pesar de que está conformada aquí en la tierra por pecadores y que muchos de ellos han cometido y cometen traición, está libre de pecado. En ella siempre hay luz suficiente para quienes buscan a Dios. A pesar de los sufrimientos y deshonra que le han provocado muchos de éstos en su interior, no debemos abandonarla, ya que permanecer en ella, a pesar de los fuertes embates que rompen contra ella, estamos a salvo. Sería un grave error lanzarnos al mar pensando que esa acción nos podría mantener seguros. Por otro lado, la Iglesia ha sabido enriquecerse en el amor de Dios y salir siempre vencedora y fortalecida de todas sus adversidades. Este caminar en que consiste la vida, sufrimos y sufriremos pruebas diversas, unas grandes otras pequeñas, en las cuales nuestra alma debe salir fortalecida con la ayuda de la gracia divina. La última palabra no la tiene el mundo ni los amos de este mundo; la última palabra la tiene Dios y ya nos la ha revelado en su Hijo amado, su predilecto: “En el mundo tendrán grandes tribulaciones, pero tengan confianza. Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Pues ese triunfo de Cristo es también nuestro triunfo; la única condición que nos puso fue que tendremos que ir TODOS hacia Él, porque sin Él, nada podremos hacer ni lograr.

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