miércoles, 2 de diciembre de 2020

¿Cómo queremos vivir el adviento?

 

Quiero iniciar este artículo citando unas palabras de la madre santa Teresa de Calcuta: “Ni siquiera Dios puede hacer nada por quien no le deja sitio. Hay que vaciarse completamente de uno mismo para dejarle entrar y hacer lo que quiera”. Estas palabras de esta santa parafrasean las palabras de Jesús en el Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta tocando. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en él y cenaré con él, y él conmigo” (3,20).

  Sabemos que este tiempo de adviento y navidad será una experiencia de vida diferente a lo que estamos acostumbrados, y esto debido al tema del virus y sus consecuencias, tanto para la salud física como para la salud espiritual. Cuando miramos nuestra vida y nuestro entorno, la realidad del mundo en que vivimos, nos encontramos con situaciones nada motivantes y de desesperanza. La vida personal con sus problemas de salud, trabajo, problemas familiares, discordias, desengaños con los amigos, traiciones, proyectos frustrados y tronchados; el hambre, las injusticias, los poderosos que quieren dominar el mundo, las leyes injustas que imponen los poderosos a los más débiles, etc. ¿Dónde está o cómo encontrar esperanza? De hecho, este ha sido un año que ha tenido varias calificaciones, casi todas negativas. Un gran porcentaje de personas están anhelantes y deseosos de que ya termine para así dar la bienvenida al nuevo año y, como se dice popularmente, iniciar con el pie derecho. Pero al mismo tiempo se cierne una gran perspectiva e interrogante sobre cómo llegará el próximo año. Y parece ser que los augurios no son del todo halagüeños. Pero tenemos que esperar a que llegue para caminar y ya veremos qué situaciones tendremos que enfrentar.   Así entonces, lo que debemos de pensar, reflexionar y meditar como creyentes en Dios es: ¿Cómo queremos vivir este tiempo del adviento y la navidad? ¿Qué oportunidades tenemos, vemos o descubrimos en este tiempo litúrgico que nos motiven a vivir con fe, con esperanza, con amor y vida, un nuevo encuentro con nuestro señor Jesucristo?

  El papa Benedicto XVI, en la encíclica “Dios es amor”, dijo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva”. ¿Qué es lo decisivo para nuestra fe? Pues el encuentro con Cristo. La oración colecta de la misa del primer domingo de adviento dice: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el adviento, el deseo de salir al encuentro con Cristo, acompañados por las buenas obras”. Y esas buenas obras son los dones y talentos que el Señor nos ha dado para que los pongamos a producir en el trabajo de la evangelización. Este tiempo de adviento nos tiene que servir para lograr este objetivo ya que hemos sido invitados a celebrar el misterio de la Encarnación, siendo al mismo tiempo, ocasión de reencuentro con Cristo a través de su Palabra y la atención a los acontecimientos que son leídos con ojos de fe (los signos de los tiempos).

  El adviento es tiempo de preparación y esperanza; el avivamiento de la esperanza cristiana en las promesas del Señor, que se nutre del encuentro con el acontecimiento de la Palabra que es proclamada. Fijémonos cual es la pregunta que estoy planteando: no estoy planteando el “¿qué?”, sino el “¿cómo?” Hay quienes ya están afirmando que, si no se toman las medidas necesarias para ayudar a detener los contagios y las hospitalizaciones por el virus, tendremos unas navidades muy tristes. Pero yo pregunto: ¿La alegría, el gozo que nos da el poder celebrar nuestra preparación a la navidad, depende de esos factores? ¿No depende de la gracia de Dios? Entonces, ¿dónde quedan las palabras del Señor Jesús “Les daré un gozo y una alegría que nadie se las podrá quitar”? ¿De qué estamos haciendo depender nuestra paz, nuestra felicidad, nuestra alegría, nuestra esperanza, nuestro amor, si fue el mismo señor Jesucristo que nos dijo: “Les doy la paz no como la da el mundo…?” ¿Y cómo es esta paz, gozo, alegría que nos da el Señor? Pues son un don, un regalo. Pero, si lo doy es porque lo tengo, ya que nadie da lo que no tiene. ¿Qué queremos regalarnos en este adviento y en esta navidad? ¿Y qué queremos, por lo tanto, regalarle a los demás? ¿Solo cosas materiales? O más bien, ¿amor, vida, esperanza, alegría, gozo? Recordemos que el Señor nos dijo: “Si ustedes, que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos; ¿cuánto más dará su Padre celestial el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?” (Lc 11,13). Y es que para el evangelista san Lucas, todos los bienes espirituales se resumen en uno, en el gran don de Dios para nosotros: el Espíritu Santo.

  Claro que los regalos son bonitos, cada uno de ellos cuenta, tiene su valor. Pero recordemos que el sentido profundo del adviento y, sobre todo el de la navidad es, como nos lo dice san Lucas en su evangelio: “Dios nos ha visitado, nos ha redimido y nos ha dado la salvación”. Este es el verdadero regalo al cual nos preparamos en este adviento y celebrarlo en la próxima navidad. Es el señor, el salvador, el Hijo de Dios, que es la luz que nos ilumina y guía en nuestro caminar, que propicia nuestra alegría, que nos perdona, que se solidariza con nosotros y nos colma de su amor en medio de las tinieblas, de las angustias, de las tristezas, de las ansiedades, de los desánimos, de las frustraciones, del miedo, de la derrota.

  Al esforzarnos para poner en práctica todo lo anterior, llegaremos así entonces a la fiesta de la navidad, que se caracteriza por la renovación del encuentro con Dios, hecho hombre, como una celebración litúrgica o ceremonias de encuentros. Esta fiesta de la navidad nos dispone interiormente a una renovación que nos prepara para celebrar este gran misterio. Por eso, el adviento es una preparación interior que nos pone de frente a nuestros pecados y debilidades, como pueden ser, por ejemplo: la concupiscencia de la carne: que no hay que entenderla solamente como la tendencia desordenada de los sentidos en general, sino como también a la comodidad, a la falta de vibración, que empuja a buscar lo más fácil, lo más placentero, el camino en apariencia más corto, aun a costa de ceder en la fidelidad a Dios; la concupiscencia de los ojos: es una avaricia de fondo, que lleva a no valorar sino lo que se puede tocar. Los ojos del alma se embotan. La razón se cree autosuficiente para entender todo, prescindiendo de Dios; y el orgullo de la vida… y así ser dignos de la misericordia divina y pasar al banquete del Señor.

  Toda la existencia del hombre es una constante preparación para ver al Señor, que cada vez está más cerca. Por eso la Iglesia, en adviento nos ayuda a pedir de una manera especial: Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador.

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