Martin Luther King dijo: “Tendremos que
arrepentirnos no tanto de las acciones de la gente perversa, sino de los
pasmosos silencios de la gente buena.”
Hace unos días fue publicada en algunos
portales católicos la notica sobre un hashtag o etiqueta en la red social Twitter
de España “#fuegoalclero”, en donde se incitaba a emitir comentarios y
mensajes de odio y crimen contra los sacerdotes católicos. Esto también suscitó
en un gran porcentaje de fieles católicos su total rechazo y reclamo a la red
social y a su representante en España porque se adujo que esto era
discriminatorio, intolerancia y que está tipificado en las leyes españolas como
delito de odio. Una sociedad civilizada y democrática no puede convivir,
pasivamente, con este tipo de conductas. Los delitos de odio no siempre han
sido calificados como delitos desde su origen; se tuvo que esperar a que aparecieran
los Derechos Humanos en su ordenamiento jurídico internacional para poder
entonces señalar el odio contra el diferente como causa singular que origina o
motiva el delito.
En el caso de España, como fue en ese país
que se originó la noticia, la tipificación del delito de odio se consignó en el
artículo 510 del Código Penal introducido en la última reforma de la ley
orgánica 1/2015, y que proporcionó una nueva definición al delito de incitación
al odio y a la violencia. Estableciendo penas de hasta 4 años de prisión para
quienes fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, a la
hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o
contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquél, por motivos
racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias,
situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación,
su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género,
enfermedad o discapacidad. También se establece la misma pena para aquellos que
distribuyan, difundan o vendan escritos o cualquiera otra clase de material o soportes
que por su contenido sean idóneos para fomentar, promover, o incitar directa o indirectamente
al odio, hostilidad, discriminación o violencia. Así, en cuanto a la “Reacción
Institucional ante los Delitos de Odio”: a través de la representación
institucional que la misma ejerce en los Estados democráticos debe hacerse por
la doble vía de castigar al autor de estos hechos y de proteger a la víctima de
estos. Se castigará con penas privativas de la libertad comportamientos tales
como: el fomento o la incitación al odio y a la hostilidad contra grupos de
personas por su pertenencia a una determinada religión, etnia, origen, sexo,
enfermedad u orientación sexual.
Todo lo dicho anteriormente, me lleva a la
siguiente reflexión. Vivimos unos tiempos, en una civilización que una de sus características
muy marcadas es el odio, la destrucción del hombre, en donde también se vive el
atropello de la fe, el ataque a los valores culturales, principios y
fundamentos de la humanidad; así como pisotear y atacar las libertades y la
misma dignidad del hombre. Hoy en día se habla de la transformación del hombre,
pero lo que se está provocando es más bien su destrucción. Tenemos los regímenes
totalitarios, absolutistas y dictatoriales que han y están contribuyendo para
esto. Tenemos el ejemplo del avance idolátrico de la libertad total y absoluta,
con su lema “mientras más libres, más verdaderos seremos”, y éstas
potenciadas al máximo con la ideología de género y el transhumanismo. Todo esto
y otras cosas más van en contra de la sacralidad y el respeto a la dignidad
humana. La escritora francesa Chantal Delsol, en su libro Odio al Mundo,
dijo: “Emplear el sarcasmo y destruir la reputación, la autoestima y el
alma, puede resultar más grave y más cruel que utilizar una violencia desnuda,
ya que muchas veces las cicatrices del cuerpo dejan una señal menos profunda
que las cicatrices del alma”. Los sacerdotes, como ministros de la Iglesia
de Cristo, defendemos un humanismo auténtico, defensa segura del hombre y su
dignidad. Entonces, ¿por qué se incita al odio de esta manera contra los
sacerdotes católicos y no hay consecuencias legales, cuando estas acciones,
como ya hemos dicho más arriba, están tipificadas como delitos de odio? ¿Por
qué se permite o se hacen de la vista gorda ante estas acciones que fomenta la discriminación
y el odio a estos grupos? ¿Es esto un acto de libertad de expresión? ¿Por qué
esta red social, Twitter, no censura no elimina este tipo de acciones y otros sí
los censura? ¿Doble moral? ¿Doble racero? ¿Se actúa igual cuando es contra
otros grupos religiosos y minoritarios, por ejemplo, que la etiqueta dijera
fuegoAlIslam? ¿fuegoAlosjudíos? ¿fuegoalasmezquitas? ¿FuegoAlosgays? ¿Lo
hubiera eliminado la red social y las autoridades policiales y judiciales se
hubieran quedado pasivas? ¿Esto es tolerancia? ¿Esto es democracia?
La Iglesia de Cristo sufre, porque el mundo
moderno ha renegado de Dios. El mundo está sumido en una crisis contemporánea;
camina hacia su suicidio. El mundo no ha entendido que la misión de la Iglesia
y sus sacerdotes es la proclamación, anuncio y predicación del amor, no de la dominación.
El amor está ahí para servir, para morir y para que los hombres tengan vida abundante.
La Iglesia y sus sacerdotes permanecemos en el camino de la cruz ya que, si lo
abandonamos, nos perdemos. Al hombre moderno le da igual vivir en un mundo
dominado por el mal, la violencia, la corrupción, la relajación de las costumbres,
la perversión, la irreligión, la manipulación, el engaño, el desprecio de Dios.
¿Sobrevivirá la democracia, la tolerancia, el respeto en un mundo en el que las
sociedades y sus instituciones permiten sin más estas acciones discriminatorias
y vejatorias?
Pero lo cierto es que estas acciones no nos
van a amedrentar, porque el sacerdote tiene la misión de velar, de vigilar. De
estar en guardia ante las fuerzas amenazadoras del mal. Debemos mantener
despierto al mundo para Dios. Debemos estar de pie frente a las corrientes del
tiempo; de pie en la verdad y en el compromiso por el bien. Si tenemos que
refugiarnos en las catacumbas, lo haremos. Pero no nos van a vencer; tenemos más
de dos mil años caminando y siempre han querido eliminarnos. Pero recuerden que
el Señor dijo: “El que a ustedes los recibe, a mí me recibe; y el que a mí
me recibe, recibe al que me ha enviado. El que a ustedes no recibe, no me
recibe a mí ni recibe al que me ha enviado; el que a ustedes escucha, a mí me
escucha y escucha al que me ha enviado; y el que no los escucha, a mí no me
escucha ni escucha al que me ha enviado”. Perseguir a los cristianos, es
perseguir al mismo Cristo. Y, sobre todo, Cristo venció al mundo y a la muerte.
Y por nuestro testimonio de fe, salvaremos nuestras almas.
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