“Adúlteros, ¿no saben que la amistad con
el mundo es enemistad contra Dios? Quien, pues, quiere ser amigo del mundo, se
constituye en enemigo de Dios” (St 4,4).
No podemos ocultar que el mundo, la humanidad
hoy está cada vez más encaminándose a lo que podríamos llamar como su
“decadencia”. Vemos, cada día, cómo los enemigos de Cristo, de su evangelio y
de su Iglesia, están ganando terreno en los puestos de mando. Da la impresión
de que esta guerra la estamos perdiendo sin más ya que, el esfuerzo que hacemos
una gran parte de los que están convencidos de que el bien triunfa sobre el
mal, no parece estar dando buenos ni motivantes resultados. Un alto porcentaje
de la población parece que ha tirado la toalla en señal de rendición y derrota,
mientras otros permanecemos en pie de guerra, siempre dispuestos al buen
combate desde nuestra fe para intentar aportar y lograr los cambios que nuestra
sociedad necesita en estos momentos de crisis. Vemos cómo el manto de tinieblas
se sigue extendiendo sobre el mundo y la luz que debemos de irradiar los
hombres y mujeres, desde nuestra fe, se hace cada vez más opaca. No podemos
negar que estas escenas dantescas tienen desanimados a muchos y hasta nos hace
preguntarnos si en verdad sigue valiendo la pena seguir luchando ante tantos
signos de derrotas que estamos viviendo. ¿Son reales y verdaderas las palabras
del Señor de que el enemigo no podrá derrotarnos? ¿De quién, en realidad,
depende el triunfo, la victoria en este mundo cada vez más apartado de Dios?
Se percibe un ambiente de pesadez, de
derrota, de desilusión. Vemos cómo los principios morales y de felicidad siguen
siendo pisoteados por el cinismo de muchos gobiernos y poderosas instituciones y
familias financieras. Siguen las guerras que, junto con las grandes crisis
económicas, son fruto de vergonzosas políticas cuyos verdaderos motivos
permanecen ocultos. Tenemos el ejemplo de los Estados Unidos de Norteamérica
que, en la administración pasada de Donald Trump, no inició un nuevo conflicto armado;
más bien, todo lo contrario, fomentó y propició acuerdos de paz entre naciones
enemigas de mucho tiempo. Pero ahora con la nueva administración, a días de
haber asumido la presidencia el señor Joe Biden, ha retomado los conflictos bélicos
y ya ordenó bombardear el país de Siria. Hemos de recordar, hace ya unas
décadas atrás, las palabras que en su momento había dicho el papa san Juan
Pablo II cuando se iniciaba la guerra contra Irak, que sabía que era una
campaña para encubrir una guerra comercial animada por falsos principios
humanitarios. Y que esos grupos militares-petrolíferos, en realidad, nunca les
ha importado los derechos ni la vida del pueblo iraquí. Con el paso del tiempo,
¿tuvo o no tuvo razón el papa polaco? ¡Pues no hay duda de ello! Otro ataque
que vemos que se está profundizando y arreciando más con la llegada de la nueva
administración de los Estados Unidos de Norteamérica, es contra la institución
familiar. Las señales que está dando esta administración es que parece que están
decididos a recuperar aceleradamente, el tiempo perdido que le provocó la
administración pasada de Trump a la agenda globalista y genocida para imponer
sus ideologías de un “maravilloso bienestar” a la humanidad. Están fomentando así
el esperado “reseteo o reinicio” de la humanidad, pero sin contar con Dios; un reinicio
basado solamente en la pura percepción y capacidad humana, donde un grupito le ha
prometido al resto de la humanidad de que en unos años no tendremos nada, pero
seremos felices. Siguen apostando a proveer la felicidad sin acercarse a la
fuente de ésta, que es Jesucristo. Hay
una quiebra en nuestra cultura occidental, que lleva a la crisis cultural y de
identidad. Podemos muy bien decir que occidente está cada vez más paganizado y ésta
paganización afectará al mundo entero llevándolo a la ruina general,
destruyendo la cultura, la demografía y la religión de manera absoluta.
¿Qué nos queda a nosotros como cristianos
seguir aportando a esta situación caótica y de degradación en la que está
caminando la humanidad actualmente, y en ella, nuestra sociedad? Y es que, si
la democracia sigue siendo la mejor forma de gobierno, en el que la mayoría
puede decidir, desde su libertad y elección el bien y el mal, debe de tener
unos criterios morales que orienten a elegir el bien. La sociedad y, en ella la
Iglesia, están en grave y profunda crisis. La seguridad que tenían los
cristianos dentro de la institución religiosa, hoy esa seguridad ya no es tal.
El enemigo o los enemigos de Cristo y su Iglesia se han establecido en los
altos puestos de mando del mundo y así viene avanzando la imposición de la
agenda ideológica neomarxista.
Los cristianos no debemos renunciar, aunque
los tiempos no sean del todo motivadores, a nuestra participación en el terreno
de la política. La solución a nuestros problemas en este terreno no nos caerá
del cielo, si nosotros, desde nuestra fe, no asumimos nuestro compromiso de
aportar al bien común desde el campo político; debemos interesarnos porque
nuestra nación este bien dirigida; no importan las tentaciones y los peligros
que nos podamos encontrar en ese terreno. Las tentaciones y los peligros se
pueden vencer, siempre que estemos fortalecidos por la gracia de Dios. Son
muchos los que huyen a esta responsabilidad ciudadana, como si los cristianos
no fuéramos también ciudadanos de la nación. Se nos olvida que esa realidad también
necesita ser sanada y santificada de todo aquello que la afea y la denigra. El
cristiano tiene que ser y llevar la luz de Cristo al terreno de la política.
Cristo no quiso que escapáramos a esta realidad. Él vino para anunciarnos que
el Reino de Dios está entre nosotros y dentro de cada uno de nosotros. El Reino
de Dios también debe de estar presente y transformar la realidad política desde
su interior y eso se logra a través de cristianos comprometidos profundamente
con Cristo, su evangelio y su Iglesia. Muchos cristianos han perdido la dirección
de Dios en cuanto a lo que tenemos que aportar ante los gobiernos.
Termino este artículo, citando un fragmento
del documento titulado The Mayflower Compact, de noviembre de 1620,
escrito por los Padres Peregrinos en el Estado de Virginia y considerado como
el fundamento de la Constitución de los Estados Unidos de América: “En el
nombre de Dios, amén. Nosotros, cuyos nombres quedan inscritos, nuestra
soberana lealtad a nuestro Rey James, por la gracia de Dios, de la Gran
Bretaña, Francia e Irlanda, rey, defensor de la fe; habiendo tomado para la
gloria de Dios el avance de la fe cristiana, y en honor a nuestro rey y país,
viajamos para establecer la primera colonia en las partes norteñas de Virginia,
en presencia solemne y mutua de Dios, y entre unos y otros, pactamos y nos
unimos en un cuerpo civil y político para un mejor orden y preservación futura.
Y por virtud ahora actuar, constituir y formar leyes justas y de igualdad,
ordenanzas, actos, constituciones y gobiernos, de tiempo en tiempo para la
mejoría de nuestra colonia, lo cual prometemos en sumisión y obediencia”.
¿A quién queremos obedecer?: “A lo cual
respondieron Pedro y los apóstoles: hay que obedecer primero a Dios antes que a
los hombres” (Hc 5,29) ¿De quién queremos ser amigos?: “Ustedes son mis
amigos, si hacen lo que les mando” (Jn15,14) ¿A quién queremos servir?: “Nadie
puede servir a dos amos… no pueden servir a Dios y al dinero” (Jc 16,13).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario