La cuaresma es un tiempo especial y privilegiado
de purificación, y nos ayuda para este propósito los medios que nos ofrece
nuestra Iglesia para poder seguir profundizando en nuestro conocimiento y
contemplación de Jesús, en este recorrido que haremos junto a Él en este camino
cuaresmal que iniciamos. La cuaresma nos
invita a que, como María, hermana de Martha y Lázaro, nos sentemos a los pies
del Maestro a escuchar sus enseñanzas. Este es el tiempo propicio para
acompañar al Hijo de Dios, Señor de señores, en este camino de su Pasión y Muerte,
que culminará en el calvario, donde será crucificado en medio de dos ladrones.
La
cuaresma es también, junto a la Semana Santa, un tiempo fuerte de profundización
de nuestra fe, confianza, amor, conocimiento, misericordia, piedad y servicio a
Dios. Si es cierto que ver, reflexionar y meditar en estos aspectos de la vida
de Jesús a muchos nos aterra el verlo sufrir, padecer y morir de esta manera en
la cruz, no es menos cierto que también es un gran tesoro que nos participa
espiritualmente y que no podemos callarnos, sino más bien hay que buscar la
manera de cómo compartirlo con los demás. Tenemos que penetrar, sin miedo, en
la reflexión y meditación de los diferentes episodios que nos presenta el
evangelio para este tiempo de penitencia para descubrir, al mismo tiempo, el
mensaje que los mismos evangelistas nos quieren transmitir. Por esto es por lo
que debemos estar atentos, como discípulos de Jesús, a su palabra.
Tenemos
que recordar que la cuaresma no sólo es un tiempo fuerte de penitencia y privaciones,
ayuno y abstinencia, de oración más intensa y de dar limosna. Es un tiempo
también para aprovechar y limpiar nuestra alma, nuestro corazón, nuestro
interior… nuestra conciencia a través y por medio del sacramento de la
confesión y reconciliación; que nos sirva para purificar nuestra alma. Todo el
ambiente debe estar dispuesto para ello: los ornamentos en las celebraciones
litúrgicas, la austeridad de los adornos y las flores, el sentido más
meditativo de los cantos en la misa. La cuaresma también debe de ser un tiempo
de recogimiento personal en nuestro desierto espiritual; que nos sirva para encontrarnos
con el Señor en un diálogo de fe y amor, para regresar fortalecidos y continuar
nuestro caminar. Cuarenta días con sus noches es un tiempo de penitencia, ni
corto ni largo, pero sí suficiente para prepararnos para una misión. Cuarenta
días con sus noches fue también el tiempo suficiente para la purificación del
mundo, de la humanidad, para la renovación de la creación, con en el diluvio.
Cuarenta años fue el tiempo suficiente del peregrinar del pueblo de Israel por
el desierto para llegar a la tierra prometida y de la formación del pueblo de
la alianza.
Este
tiempo de cuaresma debe llevarnos a profundizar en la intimidad con Dios. No se
trata de andar por las calles dando gritos para que se fijen en nosotros y vean
cómo hacemos penitencia y obras de misericordia. El que hace esto, el que obra
de esta manera, lo pierde todo porque, el único que tiene que ver nuestro sacrificio
es el Padre celestial, que ve en lo secreto y ahí en lo secreto, nos
recompensará. Por eso, la vivencia cuaresmal se trata de ganar, no de perder.
De no vivirla con hipocresía, sino con autenticidad, fe, devoción y amor
cristiano. No se trata de hacernos notar sino más bien que, por nuestras obras,
sea el Señor que sea notado, alabado y glorificado. Todos tenemos que hacer sacrificios
y penitencia, pero esto debe de realizarse en lo secreto, en la intimidad
personal. No hay que preguntar al otro ni tampoco que nos pregunten qué
sacrificio o penitencia nos hemos propuesto para esta cuaresma.
Propongámonos practicar reales penitencias,
como podrían ser: renunciar a los
chismes, a criticar a los demás, a la impaciencia, a enojarse por todo, a
pelearse con todos, a no perdonar a nadie, al egoísmo, a la envidia.
San León
Magno decía: “Estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al
ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro
ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud,
que contiene en sí las demás y cubre multitud de pecado”. Por esto, busquemos
el sincero arrepentimiento de nuestros pecados y la gracia santificante por
medio del sacramento de la confesión y reconciliación; luchemos por cambiar
aquello que sabemos que tenemos que cambiar. No se trata de seguir repitiendo
“soy así, y el que quiera acercarse a mí, tiene que aceptarme tal cual, porque
no voy a cambiar”. Tenemos que fortalecer la oración, el diálogo con Dios. Y
qué mejor oración, - la que le agrada a Dios -, que la que sale del corazón.
Aprovechemos este tiempo para avanzar en nuestra conversión. El Señor
nos dice: “conviértanse a mí de todo corazón, con ayuno, llanto y luto.
Rasguen sus corazones, y no sus vestiduras”. Y el apóstol san pablo nos
dice: “No echemos en saco roto la gracia de Dios; este es un tiempo de
gracia; ahora es el día de la salvación”. La cuaresma es también un tiempo
de alegría y esperanza. Vivámosla como un tiempo de cambios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario