No podemos dejar de mencionar la afirmación
reciente del arzobispo de Lima-Perú, Mons. Carlos Castillo Mattasoglio, que
afirmó en una misa que “Jesús murió como un laico y lo hizo sin hacer un
sacrificio: Jesús no muere haciendo un sacrificio de un holocausto. Jesús muere
como un laico asesinado, que él decide no responder con venganza y que acepta
la cruz para darnos signos de vida”. Esta afirmación, contradice la enseñanza
del Catecismo que afirma en el número 1545 en relación con el sacramento del
Orden Sacerdotal: “El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez
por todas. Y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la
Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo: se hace presente
por el sacerdocio ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del
sacerdocio de Cristo”. Pero también, este mismo arzobispo, ya había sugerido y
es partidario de que “familias, o parejas o grupos de esposos o de personas
mayores laicas puedan ser párrocos”. Y añadió que ya está en la intención de
pedir permiso al Vaticano para llevar a cabo estos cambios sugeridos en su
diócesis.
Para
estos destructores de la moral cristiana, no existe tal cosa. Cada uno puede
tener su propia moral. Afirman que esta cambia al ritmo de los cambios de
épocas y tiempos. Esto de mantener un código moral por los siglos de los siglos
y fundamentados en la creencia religiosa, es pura tontería y anacrónico. Y lo
más penoso y triste de esta postura es que muchos ministros ordenados no lo
denuncian por miedo al qué dirán. Contravienen así la enseñanza del apóstol
Pedro de que “Hay que obedecer primero a Dios, antes que a los hombres”. Hay,
sobre todo, un miedo a enfrentar las posturas de muchos políticos católicos que
se empeñan en establecer normas y leyes contrarias a la sana doctrina y moral
católicas, pero que el día domingo van a la misa y comulgan el cuerpo de
nuestro señor Jesucristo sin el más mínimo reparo y acto de conciencia,
cometiendo así un sacrilegio de recibir el cuerpo y la sangre de nuestro Señor
en pecado grave. Esto ya lo advirtió el apóstol san Pablo que dijo: “El que se
acerque a recibir el cuerpo y la sangre del señor indignamente, se está
tragando su propia condenación”.
Para
estos demoledores de la fe, modernistas y progresistas, todas las religiones
son iguales o enseñan lo mismo o tienen el mismo valor. Pero se olvidan de lo
que dijo nuestro Señor Jesucristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Nadie va al Padre si no por mi” (Jn 14). Para estos modernistas, las sagradas escrituras
no son más que meros escritos reflejo del sentimentalismo de un pueblo sin
ningún valor histórico y menos trascendentales. Escritos inventados por una
comunidad y mantenidos por la institución religiosa para mantener adormecidas
las conciencias de la gente en una especie de manipulación y no dejarlos vivir
en su plena libertad y de acuerdo con lo que les dicta su propia conciencia.
Que Cristo fue solo un gran hombre, un gran ser humano; pero jamás un tal
“Mesías” y mucho menos Hijo de Dios. Un hombre de una gran espiritualidad, pero
sin ninguna conexión con un Dios Todopoderoso ni trascendente. Una
espiritualidad más bien en relación con el universo. En fin, un hombre que vive
en el recuerdo de sus seguidores. Consideran la eucaristía sólo como un acto,
una reunión de encuentro de personas que se reúnen para compartir una comida
que los lleva a pensar en que hay que ayudar a saciar el hambre de los demás,
de los hambrientos. Pero despojan ese acto religioso y de fe, de todo su
contenido trascendental, sacrificial y redentor. Para estos destructores de la
fe, no existen los milagros ya que, éstos más bien son actos o signos del
buenismo y solidaridad humana que debe de existir entre los seres humanos. Para
ellos, la tradición no son más que costumbres arraigadas en la mentalidad de
las gentes. En fin, para estos destructores de la fe, no hay vida después de la
muerte. Todo se vive y se termina una vez la persona muere a esta vida y lo
mejor que puede hacer cada uno es vivirla lo más intensamente posible
esforzándose en ser buena persona, pero que, si hubiera vida después de la
muerte, sólo esto bastaría para que se salvara.
Estos
destructores de la fe, modernistas y progresistas, lo que buscan y tratan de
imponer es un puro humanismo desarraigado de toda relación trascendente con el
Dios Todopoderoso. Sustituyen el primero de los mandamientos “Amar a Dios sobre
todas las cosas”, por la preminencia del segundo “amar al prójimo como uno
mismo”. Proclaman así la tolerancia con todos y todas las ideas y pensamientos.
Todas las ideas pueden subsistir sin que ninguna se imponga a las demás; todas
las ideas son buenas y de lo que se trata es de aprender a tolerarnos entre
todos para que el mundo sea lo más vivible posible. Todos seremos felices y
estaremos contentos. Lo que importa es el amor humano. Por eso, todas las
religiones deben de unirse para seguir fomentando este humanismo y buenismo.
Estos
destructores de la fe tienen la meta clara de que hay que destruir la Iglesia
o, por lo menos de disminuir a su mínima expresión su influencia y lo que ella
significa y promueve. Y se la han ingeniado para intentar destruirla desde
dentro con servidores revestidos con sotana, cruz pectoral, mitra y báculo. No
nos podemos dejar engañar por estos lobos con piel de ovejas. Aprendamos a
discernir las palabras de los verdaderos profetas y discípulos de Cristo.
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