viernes, 11 de marzo de 2022

Estamos bajo el ataque de los destructores de la fe, la tradición, la doctrina, la moral y la Iglesia de Cristo (2ª. Parte)

 

No podemos dejar de mencionar la afirmación reciente del arzobispo de Lima-Perú, Mons. Carlos Castillo Mattasoglio, que afirmó en una misa que “Jesús murió como un laico y lo hizo sin hacer un sacrificio: Jesús no muere haciendo un sacrificio de un holocausto. Jesús muere como un laico asesinado, que él decide no responder con venganza y que acepta la cruz para darnos signos de vida”. Esta afirmación, contradice la enseñanza del Catecismo que afirma en el número 1545 en relación con el sacramento del Orden Sacerdotal: “El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo”. Pero también, este mismo arzobispo, ya había sugerido y es partidario de que “familias, o parejas o grupos de esposos o de personas mayores laicas puedan ser párrocos”. Y añadió que ya está en la intención de pedir permiso al Vaticano para llevar a cabo estos cambios sugeridos en su diócesis.

  Para estos destructores de la moral cristiana, no existe tal cosa. Cada uno puede tener su propia moral. Afirman que esta cambia al ritmo de los cambios de épocas y tiempos. Esto de mantener un código moral por los siglos de los siglos y fundamentados en la creencia religiosa, es pura tontería y anacrónico. Y lo más penoso y triste de esta postura es que muchos ministros ordenados no lo denuncian por miedo al qué dirán. Contravienen así la enseñanza del apóstol Pedro de que “Hay que obedecer primero a Dios, antes que a los hombres”. Hay, sobre todo, un miedo a enfrentar las posturas de muchos políticos católicos que se empeñan en establecer normas y leyes contrarias a la sana doctrina y moral católicas, pero que el día domingo van a la misa y comulgan el cuerpo de nuestro señor Jesucristo sin el más mínimo reparo y acto de conciencia, cometiendo así un sacrilegio de recibir el cuerpo y la sangre de nuestro Señor en pecado grave. Esto ya lo advirtió el apóstol san Pablo que dijo: “El que se acerque a recibir el cuerpo y la sangre del señor indignamente, se está tragando su propia condenación”.

  Para estos demoledores de la fe, modernistas y progresistas, todas las religiones son iguales o enseñan lo mismo o tienen el mismo valor. Pero se olvidan de lo que dijo nuestro Señor Jesucristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no por mi” (Jn 14). Para estos modernistas, las sagradas escrituras no son más que meros escritos reflejo del sentimentalismo de un pueblo sin ningún valor histórico y menos trascendentales. Escritos inventados por una comunidad y mantenidos por la institución religiosa para mantener adormecidas las conciencias de la gente en una especie de manipulación y no dejarlos vivir en su plena libertad y de acuerdo con lo que les dicta su propia conciencia. Que Cristo fue solo un gran hombre, un gran ser humano; pero jamás un tal “Mesías” y mucho menos Hijo de Dios. Un hombre de una gran espiritualidad, pero sin ninguna conexión con un Dios Todopoderoso ni trascendente. Una espiritualidad más bien en relación con el universo. En fin, un hombre que vive en el recuerdo de sus seguidores. Consideran la eucaristía sólo como un acto, una reunión de encuentro de personas que se reúnen para compartir una comida que los lleva a pensar en que hay que ayudar a saciar el hambre de los demás, de los hambrientos. Pero despojan ese acto religioso y de fe, de todo su contenido trascendental, sacrificial y redentor. Para estos destructores de la fe, no existen los milagros ya que, éstos más bien son actos o signos del buenismo y solidaridad humana que debe de existir entre los seres humanos. Para ellos, la tradición no son más que costumbres arraigadas en la mentalidad de las gentes. En fin, para estos destructores de la fe, no hay vida después de la muerte. Todo se vive y se termina una vez la persona muere a esta vida y lo mejor que puede hacer cada uno es vivirla lo más intensamente posible esforzándose en ser buena persona, pero que, si hubiera vida después de la muerte, sólo esto bastaría para que se salvara.

  Estos destructores de la fe, modernistas y progresistas, lo que buscan y tratan de imponer es un puro humanismo desarraigado de toda relación trascendente con el Dios Todopoderoso. Sustituyen el primero de los mandamientos “Amar a Dios sobre todas las cosas”, por la preminencia del segundo “amar al prójimo como uno mismo”. Proclaman así la tolerancia con todos y todas las ideas y pensamientos. Todas las ideas pueden subsistir sin que ninguna se imponga a las demás; todas las ideas son buenas y de lo que se trata es de aprender a tolerarnos entre todos para que el mundo sea lo más vivible posible. Todos seremos felices y estaremos contentos. Lo que importa es el amor humano. Por eso, todas las religiones deben de unirse para seguir fomentando este humanismo y buenismo.

  Estos destructores de la fe tienen la meta clara de que hay que destruir la Iglesia o, por lo menos de disminuir a su mínima expresión su influencia y lo que ella significa y promueve. Y se la han ingeniado para intentar destruirla desde dentro con servidores revestidos con sotana, cruz pectoral, mitra y báculo. No nos podemos dejar engañar por estos lobos con piel de ovejas. Aprendamos a discernir las palabras de los verdaderos profetas y discípulos de Cristo.

 

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