Según lo
que se sabe de la vida sacerdotal del Papa san Pío X, se dice que no fue o no
brilló por ser un gran erudito en teología, sino más bien que fue un hombre que
vino de una familia sencilla, de escasos recursos económicos; ingresó al
seminario en medio de dificultades y las limitaciones propias de esa realidad
de pobreza material. Fue un hombre y sacerdote rural, cercano a la gente; como
diría el papa Francisco “Un pastor con olor a oveja”. Pero, a pesar de
su procedencia humilde y de limitaciones materiales, fue un hombre y pastor de
un gran espíritu de fe y de celo apostólico. Si no brilló por su intelecto y
ciencia teológica, la experiencia que acumuló durante sus años como sacerdote
en las diferentes funciones pastorales a la que fue encargado, nos dejó un gran
legado de sapiencia, misión y consagración sacerdotal que hoy siguen siendo una
gran riqueza para la Iglesia y sus miembros.
Este
hombre de Dios, pastor universal, tuvo una gran lucidez en lo que se refiere a
ver más allá y descubrir el potencial destructivo que ya venía en el paquete de
la modernidad, al que denominó “conjunto de todas las herejías”. Claro
que, esta postura e ideas le provocaron toda una serie de rechazos y burlas, ya
que sus contrarios lo tildaban de “cura rural, de aldea”. Aquí podríamos
citar las palabras del apóstol Santiago: “Escuchen, queridos hermanos: ¿No
ha escogido Dios a los que son pobres para el mundo, a fin de hacerlos ricos en
la fe y herederos del reino que tiene prometido a los que le aman?” (2,5).
Este
santo papa, en su encíclica Pascendi, en la introducción nos dice que Jesucristo
señaló como primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito
tradicional de la santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje
como a las contradicciones de una falsa ciencia. Y en el número 1 nos dice
que “es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo
extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes
enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las
energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera
posible, el reino de Jesucristo. Hablamos, venerables hermanos, de un gran
número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes,
los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de
conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario,
hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de
los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia,
como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia
todo cuanto hay de más sagrada en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aún la
propia persona del divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la
categoría de puro y simple hombre”.
Los
modernistas o progresistas son enemigos acérrimos de la tradición, la doctrina,
la moral cristiana y de la Iglesia de Cristo. Como ejemplo de esto, tenemos la
opinión del presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Mons. Georg
Batzing, que ha afirmado que la “enseñanza moral de católica tiene que
cambiar. La sexualidad es un regalo de Dios y no un pecado”. Y con relación
a las uniones de personas del mismo sexo dijo “que estas están bien si se
hacen con fidelidad y responsabilidad. No afecta la relación con Dios”.
Este obispo también es partidario de que el celibato sacerdotal sea abolido o
en dado caso, opcional; es partidario de la ordenación sacerdotal de mujeres.
Esta idea es compartida por el vicepresidente de la Conferencia Episcopal
Suiza, Mons. Markus Büchel, que dijo “soñar con la ordenación sacerdotal de
muchas mujeres”. Otro ejemplo lamentable es el del obispo alemán Franz Jüng,
que “ha declarado que no tomará ninguna medida en virtud del derecho laboral
o disciplinario si se conocen hechos sobre los empleados de la diócesis
Würzburg, la asociación diocesana de Cáritas y otras entidades jurídicas
afiliadas que conciernen al estilo de vida personal con respecto a las parejas,
la orientación sexual o la identidad de género de un individuo/persona; también
en las actividades relacionadas con la predicación”. Y añade en su
comunicado que “no tomará ninguna acción bajo la ley eclesiástica o
disciplinaria contra los clérigos con respecto a su orientación sexual”. Y
el cardenal Reinhard Marx, ha afirmado que la “sinodalidad de la iglesia
alemana es el requisito básico para una nueva Iglesia y que la homosexualidad
no debía ser una restricción a la capacidad de convertirse en sacerdote”. Tenemos el caso del arzobispo de Argel
(Argelia), Mons. Jean Paul Vesco, que afirmó que “el bautismo no es
necesario para la salvación y que hay que deshacerse de la idea de que tenemos
que evangelizar”.
Estos
destructores siempre han querido destruir la Iglesia desde dentro y por eso la
han infiltrado. Recordemos las palabras del papa Pablo VI que dijo “El humo
de satanás está dentro de la Iglesia”.
Son los lobos vestidos de ovejas que han infiltrado el rebaño de Cristo
para devorarlas sin piedad. ¿Puede algún católico decir o afirmar que esas
palabras de amenaza a la Iglesia de Cristo aún no se cumplen? ¿Por qué quieren
estos modernistas, lobos disfrazados de ovejas, destruir la fe, la doctrina, la
moral y la tradición eclesial? ¿En qué quieren convertir la Iglesia de Cristo?
Pues parece ser que lo que quieren es convertir la Iglesia de Cristo y su
evangelio en una “institución y camino de puro humanismo” alejada de las
verdades bíblicas y adherirla a la moral del mundo; hacerla o convertirla en
parte del mundo, propiedad de mundo. Pero la Iglesia no es del mundo, sino que
está en el mundo, y está para ser luz y guía que ilumina la oscuridad: “Ustedes
son la luz del mundo”. Pero, es que
ya el mismo Jesús había profetizado esta amenaza a su Iglesia cuando dijo: “El
reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró grano bueno en su
campo. Pero, mientras la gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña entre el
trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y echó grano, apareció también la
cizaña” (Mt 13,24-26); y también: “Cuídense de los falsos profetas, los
cuales vienen a ustedes como lobos disfrazados de ovejas” (7,15). Y
tenemos, por otro lado, las advertencias marianas de nuestra Madre del cielo,
en sus diferentes apariciones, donde ya nos habla de estas amenazas a la
Iglesia de Su Hijo y de cómo éstas se harían presentes y la influencia que
tendrían en los miembros de la jerarquía eclesiástica. Entonces, volvemos a
preguntar: ¿Puede algún católico decir o afirmar que esas palabras de amenaza a
la Iglesia de Cristo aún no se cumplen?
Hay una
triste y cruda realidad en el terreno de la fe muy marcada en nuestros tiempos:
estamos transitando una gran crisis de fe. En nuestros días, son muchos los
laicos, grupos, comunidades parroquiales, ministros ordenados, que están
caminando por sendas distintas al designio original y revelado por Dios Padre
en Su Hijo Jesucristo, su amado, su predilecto. Sabemos que muchos cristianos
ya no escuchan la voz del Señor, la voz de Cristo; han cerrado sus oídos al
Dios Único, vivo y verdadero, para abrirlos a los ídolos; los ídolos del
modernismo y progresismo pagano. Las enseñanzas de Jesús están siendo
rechazadas por muchos cristianos porque la consideran atrasadas y desfasadas.
Hoy, muchos cristianos quieren vivir y, de hecho, practican un cristiano a la
carta, en donde hay ideas y enseñanzas para elegir la que más guste y satisfaga
sus deseos y apetencias. Para estos grupos y comunidades, la palabra “católico”
ya es sólo un calificativo, título o una etiqueta. Son los católicos de boca,
pero no de convicción. Son los creyentes que dicen “soy católico, pero estoy
de acuerdo con el aborto, con las uniones homosexuales, el sacerdocio femenino,
el fin del celibato sacerdotal o que sea opcional, etc. Son los que niegan la
existencia de Satanás porque para ellos esto no es más que un invento de la
Iglesia para amedrentar las conciencias de los creyentes”. Recordemos que
el mismo Cristo fue tentado varias veces por Satanás; y el papa Francisco ya
dijo que “con el diablo no se dialoga”. La autora María Vallejo Nájera,
en su libro “Cielo e Infierno: verdades de Dios”, dice “que el gran
triunfo del demonio en nuestros días es que el mundo crea que no existe. Esa ha
sido su mayor trampa. Muchos jóvenes, incluso sacerdotes, les cuesta creer en
la existencia del demonio; pero es un ser real”. Y el general de los
jesuitas, Fr. Arturo Sosa Abascal, dijo en una entrevista para la revista Tempi,
que “el diablo existe como una realidad simbólica, no como una realidad
personal”. Esta es una afirmación heterodoxa que va en contra de la
doctrina católica.
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