Por Pbro. Robert A. Brisman P.
Vamos ahora a ver lo que nos dice la Iglesia
Católica al respecto de este tema. Lo primero que debemos tener en cuenta es
que la migración no es un tema de doctrina católica. O sea, lo que queremos
decir es que, la migración no pertenece al depósito de la fe. Pero, al mismo
tiempo, sí hay que decir que la Iglesia Católica cuenta con todo un tratado de
enseñanza al respecto. La migración es un tema primordialmente de orden
político, en el que los Estados establecen sus leyes para regular la movilidad
humana desde y hacia sus territorios. Este es un tema que tiene que ver con la
soberanía de los Estados. Son los Estados los que, de manera soberana, regulan
los flujos migratorios hacia sus territorios. La Iglesia Católica asume este
tema desde la dignidad humana, la justicia social con apego a las leyes y
velando por el bien común.
La enseñanza de la Iglesia Católica en
materia migratoria se expresa desde su doctrina social. Pero, el mayor
contenido lo encontramos en los diferentes documentos del magisterio pontificio
que se expresan en lo que se llama Jornada Mundial del Migrante y Refugiado.
No es fácil dar una respuesta específica,
clara y puntual a este fenómeno de la migración desde la perspectiva eclesial.
Pero puede ser la más realista. Es complejo. Desde el magisterio del Papa Pío
XII, la Iglesia ha venido transmitiendo una enseñanza continua sobre esta
realidad humana de la migración. No vamos a exponer aquí, - porque no es el
cometido -, la enseñanza de los pontífices sobre la migración ya que es
abundante el material. Vamos más bien a
partir de lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica al respecto. En
el numeral 2241, que citamos in extenso, leemos: “La naciones más prósperas
tienen el deber de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que busca la
seguridad y los medios de vida que no pueden encontrar en su país de origen.
Las autoridades deben velar porque se respete el derecho natural que coloca al
huésped bajo la protección de quienes lo reciben. Las autoridades civiles,
atendiendo al bien de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el
ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas,
especialmente a lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al
país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud el
patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y
contribuir a sus cargas”.
Ahora bien. Según lo que leemos en el numeral
del Catecismo arriba citado, nos damos cuenta de que, la Iglesia, si reconoce
el que las personas pueden migrar a otros países, también deben hacerlo
cumpliendo las normas y leyes del país al que emigran. Las fronteras existen y
es un derecho de los Estados. La enseñanza de la Iglesia no aboga ni promueve,
ni defiende una política de fronteras abiertas. Esta es más bien una idea del
progresismo y modernismo ideológico que busca con ello la detonación de los Estados.
Ningún país puede absorber una población ilimitada de migrantes. Esto es de
sentido común. No se trata de motivar ni incitar a la migración indiscriminada,
en franca violación de las leyes de los Estados. Pero, una vez los migrantes
llegan a un país, aun sea de manera ilegal, se puede y se debe actuar con
caridad y atención a esas personas vulnerables. Y esto no hay que verlo ni
entenderlo como violación a las leyes migratorias del país al que llegan. No se
puede caer ni llegar a fomentar, facilitar y ayudar a la inmigración ilegal.
Los gobiernos tienen todo el derecho y el deber de controlar y proteger sus fronteras y a sus ciudadanos de aquellos
migrantes que, sobre todo llegan con malas intenciones. La inmigración ilegal
ha llevado a que los terroristas, delincuentes, traficantes, miembros de
bandas, etc., ingresen a otros países y eso provoca una tremenda crisis social.
Es legítimo deportar a sus países de origen a aquellos inmigrantes que violen
las leyes del país de acogida. Es verdad que también en las deportaciones, los
gobiernos pueden cometer atropellos y abusos que generan una crisis moral. Es
el riesgo.
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