viernes, 31 de enero de 2025

Migración y Doctrina Católica (y 3)

 Por Pbro. Robert A. Brisman P. 

 Quiero también citar un documento de 1988, publicado por la Pontificia Comisión de Justicia y Paz, titulado “La Iglesia ante el Racismo: para una sociedad más Fraterna”, donde la Iglesia da unas orientaciones sobre la inmigración, el trato a los migrantes y refugiados: “Pertenece, sin duda, a los poderes públicos, responsables del bien común, determinar la proporción de refugiados o inmigrantes que el país acoge, atendidas las posibilidades de empleo y las perspectivas de desarrollo, pero también la urgencia de las necesidades de otros pueblos. El Estado cuidará igualmente que no se creen situaciones de grave desequilibrio social, acompañadas por fenómenos sociológicos de rechazo como puede ocurrir cuando una excesiva concentración de personas de diferente cultura es percibida como una amenaza directa a la identidad y las costumbres de la comunidad de acogida. En el aprendizaje de la diversidad, todo no se puede exigir de entrada. Pero es preciso considerar las posibilidades que se abren de una nueva convivencia y aún de un mutuo enriquecimiento. Y una vez que un extranjero ha sido admitido y se ha sometido a los reglamentos de orden público, tiene derecho a la protección de la ley, mientras dure el período de su inserción social” (n 29).

  En el texto citado arriba de la Comisión Pontificia de Justicia y Paz, nos damos cuenta de que se mantiene el llamado a actuar con compasión y caridad hacia estos grupos de personas que, por su condición de irregularidad son vulnerables. Vela la Iglesia por la dignidad humana y el bien común, sin ningún atisbo de xenofobia. La Iglesia hace un llamado a la prudencia, de manera que no se ponga en peligro la identidad, los valores y la cultura del país receptor, así como la dignidad de las personas que llegan. La Iglesia orienta el accionar en esta materia poniendo en práctica y combinando la justicia, la prudencia y la caridad.

  El tema de la migración es una realidad que está golpeando en la cara a la soberanía de los Estados. Europa que, hasta hace unos años atrás, se dedicó a incitar y recibir sin más a los inmigrantes, con sus políticas de puertas abiertas, se han dado cuenta de que eso no les funcionó. Lo mismo ocurrió con Canadá; y los Estados Unidos de América, con la pasada administración demócrata y su política de brazos abiertos a los inmigrantes, los han llevado a echar para atrás esas políticas buenistas de recibir migrantes sin control ni depuración. La ideología del multiculturalismo no funciona, es un fraude.

  En nuestro caso particular, la República Dominicana, - lo hemos dicho en ocasiones anteriores -, tiene un grave problema con la migración ilegal masiva, sobre todo desde Haití. Esta crisis, de seguir a ese ritmo, puede llegar a convertirse en una grave crisis demográfica que socaban la identidad, la cultura, el aparato económico, social y político nacional. Tenemos un grave problema con la disminución de la natalidad de las mujeres dominicanas, en contraste con el alto porcentaje de nacimientos de mujeres haitianas en nuestros hospitales, con el agravante de que esos hijos de madres haitianas ilegales se quedan a residir de manera ilegal en nuestro país. No se diga de las costumbres y creencias que caracterizan esa población.  Las autoridades dominicanas deben enfocarse en establecer y aplicar las leyes migratorias como una forma de controlar el tipo y cantidad de migrantes que necesita, según los intereses nacionales. Aquí hay una gran cantidad de extranjeros de diferentes países no regularizados que viven de manera tranquila y realizando actividades lucrativas sin ningún problema.

  La inmigración no se puede eliminar. Es imposible. De hecho, tiene un elemento de necesidad, pero dentro de unos límites. Se puede y hay que controlarla. Y esto es lo que vienen haciendo y tienen que hacer los Estados. Estableciendo leyes que consideren según su realidad y necesidades, la inmigración no es mala per se; el problema es la inmigración ilegal, descontrolada y masiva de extranjeros que quieren entrar a la fuerza en otros países. Eso es violencia, y como tal, pues los gobiernos tienen el derecho y el deber de repelerla. Hay migrantes que, a pesar de su situación de irregularidad, contribuyen y aportan al bienestar del país de acogida y se integran. La realidad migratoria de un país no se puede medir ni comparar con la de otro país. Las leyes migratorias de un país no pueden ser aplicadas como la norma para otros países. No es el país el que tiene que adaptarse a los migrantes. Es al revés.

  Otra cosa que, - como creyentes -, debemos tener mucho cuidado es de no abusar o caer en la mala costumbre de querer justificar la inmigración citando textos bíblicos sacados de contexto. Es una burda manipulación utilizar la Palabra de Dios para justificar y valorar la inmigración. No se trata de caer en una acogida indiscriminada de inmigrantes. En la inmigración masiva e ilegal existe una gran mafia de tráfico de personas, trata de blancas, tráfico sexual y de pornografía infantil, que incluyen a las mismas autoridades, empresarios, ongs, bandas criminales y gente común.

  Concluyo esta reflexión citando las palabras del P. Gabriel Calvo Zarraute, en su libro “De la crisis de la fe a la descomposición de España”: “La obediencia a los pastores es ciertamente digna de elogio cuando manda algo legítimo. Ahora bien, la obediencia deja de ser una virtud y, de hecho, se convierte en servilismo cuando es un fin en sí mismo y contradice el fin al que está ordenada, que es la vivencia plena de la fe y de la moral”.

 

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